domingo, 13 de junio de 2010

La invención de la cocaína

.Por Antonio Zapata

El Instituto de Estudios Peruanos ha traducido al español un capítulo del importante libro de Paul Gootenberg sobre la cocaína en el mundo andino. En ese capítulo se relata la historia de un personaje olvidado, Alfredo Bignon, quien habría descubierto un método local y barato para producir cocaína cruda, sin demasiada pureza, durante la década de 1880. En esa época la cocaína era legal y se había convertido en el quinto producto de las exportaciones nacionales. Se imaginaba que la cocaína y otros productos nuevos, como el caucho, iban a reemplazar al salitre perdido ante Chile.

Era la etapa posterior a la derrota en la Guerra del Pacífico y el Perú había quedado devastado. En ese momento, se desarrolló un fuerte nacionalismo que buscaba levantar al país de las terribles consecuencias, destrucción y muerte que había dejado la guerra. En ese mismo momento, el mártir de la medicina peruana, Daniel Alcides Carrión, quiso emular a los héroes patrios y experimentando en sí mismo buscó descubrir la cura para un mal secular.

Entonces se descubrió la cocaína en Alemania, aislándose en laboratorio el compuesto activo de la coca. Para aquellos días, la coca era considerada una medicina natural con propiedades tonificantes, como había postulado Hipólito Unanue en un artículo publicado casi cien años antes en el Mercurio Peruano.

A raíz del descubrimiento de la cocaína se popularizó su uso en medicina, como narcótico para practicar operaciones. A esa misma época pertenecen las investigaciones de Sigmund Freud, que personalmente practicó bastante con sus efectos y la recomendó vivamente a sus colegas.

Apenas se fueron los chilenos, en 1884, empezaron en Lima los estudios y experimentos de Alfredo Bignon sobre la cocaína. Era un farmacéutico de origen francoperuano, que tenía intereses tanto científicos como comerciales con respecto a la cocaína. Por un lado, publicaba en revistas científicas francesas y claramente quería destacar y colocarse delante de otros científicos de talla mundial.

Pero Bignon no era solamente un investigador sino también un empresario. El Perú estaba exportando bastante cocaína y se trataba de hallar un método sencillo que permitiera abaratar costos y multiplicar los volúmenes a ser comercializados. Por ello, la importancia de sus trabajos que concluyeron en un método bastante semejante al que se emplea hoy en día para producir PBC.

Una cocina simple después de macerar la coca en cal y el resultado era una denominada cocaína cruda, empleando casi el mismo procedimiento del campesino cocalero, que en sus rústicas pozas hoy constituye el primer escalón de la cadena del narcotráfico.

En la década siguiente empezarían las advertencias sobre los indeseados efectos secundarios de la cocaína y bajaría algo el entusiasmo comercial. De hecho, Bignon se alejó del tema y su mente pasó a otras inquietudes. Pero la cocaína se siguió exportando libremente hasta 1915, cuando fue condenada por asociaciones médicas internacionales y los Estados desarrollados la eliminaron de la lista de sustancias autorizadas. De ahí a la persecución sólo hubo un paso que fue asumido rápidamente. La coca y la cocaína se sumergieron en la ilegalidad que mantienen hasta hoy.

Como lejana reminiscencia tenemos la Coca Cola y su nacimiento como una bebida dulce y energizante que empleaba extensamente la planta sagrada de los Incas. Esta y otras historias igualmente fascinantes se hallan en este pequeño capítulo de Gootenberg, que ha de impactar al lector, por plantear abiertamente cuán importantes fueron para el Perú los decenios de la cocaína como producto legal y cuán amplias fueron las iniciativas nacionales para su promoción.

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