domingo, 20 de junio de 2010

Llanto de campanas por José Saramago

Uno. Una vida vivida como una novela Siempre se ha sostenido que los autores célebres, por lo general producen sus obras cumbres entre los 18 a los 30 años de edad. En efecto, una revisión de las biografías de los más importantes creadores, confirma la regla. También se ha afirmado que si un escritor deja de escribir por más de diez años, no podrá crear una obra trascendental porque el ejercicio literario desarrolla el talento. Pero el caso del escritor portugués José Saramago, es todo lo contrario de las reglas establecidas. Sus mejores novelas están escritas después de los cincuenta años de edad. Hizo sus estudios básicos a partir de los 12 años y hasta los 30 años no era conocido. En otras palabras, escapó a todas las reglas establecidas, a los cánones rígidos de la cultura literaria y, cuando le preguntaron si no había cambiado de opinión política frente a la crisis del comunismo, respondió que cuanto más viejo era más radical. Mientras que casi todos los escritores de su época, salvo casos como Gabriel García Márquez y Elena Poniatowska, se han dedicado a crear una narrativa muy distante a la condición humana, José Saramago nos ha hecho recordar que todos los seres humanos no tenemos las mismas posibilidades de ser felices en medio de un sistema deshumanizado. Esa visión se debió no sólo a su compromiso de hablar en nombre de “la gran mayoría”, sino que lo hizo a través de sus novelas revelando un mundo lleno de desencanto y esperanza. Y sucedió que José Saramago falleció a los 87 años, en su residencia de la localidad de Tías (Lanzarote, Las Palmas. España) debido a una leucemia crónica. Su nombre completo es José de Sousa Saramago (Azinhaga, Santarém, Portugal, 16 de noviembre de 1922). Escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo de fecundo talento. Miembro del Partido Comunista Portugués desde 1969. En 1998, se le concedió el Premio Nobel de Literatura. La razón de la Academia Sueca fue por: “Volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”. Sus padres José de Sousa y María da Piedade, fue una pareja campesina sin tierras y de pocos recursos económicos. Esta extracción social marcó la vocación y orientación político-teórica de su destino. De niño debería haberse llamado José Sousa, pero el funcionario del registro civil erró y escribió: José “Saramago”, no han faltado quienes afirmen que fue una broma del burócrata. El registro oficial de su nacimiento está registrado como 18 de noviembre cuando fue el 16. En 1925, su familia se trasladó a Lisboa, después de vivir en la Argentina donde su padre trabajó como policía. Sin embargo, el novelista nunca olvidó la pintoresca aldea donde nació, menos de las más valiosas experiencias humanas con los trabajadores y desposeído del campo. Tampoco se desligó de su estadía en Argentina, donde según el escritor había descubierto “el rumor del viento”. A los 12 años (1934) fue matriculado en una escuela industrial. En los textos gratuitos de ese sistema educativo, leyó a los clásicos. Es preciso recordar que Saramago, en reuniones de amigos, recitaba de memoria algunos pasajes de los libros leídos. A pesar de ser un buen alumno, no pudo finalizar sus estudios porque sus padres no podían costearlos. Entonces, para mantener a su familia trabajó durante dos años en un taller de herrería mecánica. No obstante, leyó todos los libros de la biblioteca pública de su localidad. Allí, según sus declaraciones, leyó dos veces El Quijote de la Mancha, en una traducción para escolares de secundaria. Después de casarse en 1944 con Ilda Reis, empezó a escribir su primera novela a la que finalmente le puso como título Tierra de pecado y la publicó en 1947, sin éxito literario. Luego escribió su siguiente segunda novela, Claraboya, pero decidió no publicarla. Durante veinte años no volvió a escribir ningún libro, razón por la cual dijo: “Sencillamente no tenía algo que decir y cuando no se tiene algo que decir lo mejor es callar”. Dos: Plenitud del escritor La novela El Evangelio según Jesucristo (1991) lo lanzó a la fama debido a una innecesaria polémica en Portugal por considerarse una república laica y el gobierno se opuso a su presentación al Premio Literario Europeo. Sostuvo que “maltrata a los católicos”. Por esa razón, el novelista se retiró de Portugal y se fue a vivir a la isla de Lanzarote (Canarias-España). En 1995 editó su celebrada novela, Ensayo sobre la ceguera que fue llevada al cine en el 2008. En 1997 publicó su novela Todos los nombres, que inmediatamente fue muy bien recibida. En 1998 ganó el premio Nobel de Literatura, siendo así el primer escritor de lengua portuguesa que gana este premio. Se trasladó a Lisboa de donde iba permanentemente a la Isla Canaria, desarrollando un intensa vida social y cultural en ambos países, llegando incluso a sugerir la inviable idea de crear una Iberia unida. Ateo confeso, escribió en diarios exponiendo sus puntos de vista como escritor comprometido. En juicio suyo muy conocido es: “Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”. Tres. Frases célebres “Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte”. “Llevamos siglos preguntándonos los unos a los otros para qué sirve la literatura y el hecho de que no exista respuesta no desanimará a los futuros preguntadores. No hay respuesta posible. O las hay infinitas: la literatura sirve para entrar en una librería y sentarse en casa, por ejemplo. O para ayudar a pensar. O para nada. ¿Por qué ese sentido utilitario de las cosas? Si hay que buscar el sentido de la Música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada. Un tenedor tiene una función. La literatura no tiene una función. Aunque pueda consolar a una persona. Aunque te pueda hacer reír. Para empeorar la literatura basta con que se deje de respetar el idioma. Por ahí se empieza y por ahí se acaba”. José Luis AyalaEditor Mundo

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