miércoles, 29 de septiembre de 2010

GUERRA SUCIA


)
Por Augusto Álvarez Rodrich
Degradación de fondo y forma en la política peruana.
La política peruana nunca ha sido un lecho de rosas, pero una constatación lamentable que nos deja esta campaña electoral es un deterioro aun mayor, en forma y fondo, que constituye una advertencia de que la próxima competencia presidencial será el despiporre.
Por el lado de la forma, se ha extendido peligrosamente la convicción de que la mentira constituye un instrumento válido al que se puede recurrir para superar cualquier adversidad política o ante el miedo por el triunfo –democrático– de quien se discrepa o se considera ‘perjudicial’ para el país.
Hoy proliferan en la política peruana los ‘iluminados’ que sienten que tiene el derecho divino de acribillar a todo aquel que interfiera con sus creencias y visión del futuro.
En el periodismo, esto implica creer que ‘la verdad nunca debe interferir con un buen titular’ con tal de avanzar posiciones políticas, derrotar al ‘enemigo’ o respaldar al ‘amigo’.
En los políticos, esto significa traspasar –sin ruborizarse– cualquier barrera ética. Por ejemplo, la generación de corrientes de opinión para afianzar la idea de que la llegada de Susana Villarán a la alcaldía de Lima significará el colapso económico.
Al respecto, es increíble que incluso varias personas que hasta no hace mucho eran severos críticos del periodismo por traer esas ‘malas noticias’ que perjudican, en su opinión, la perspectiva futura, hoy no tengan el menor reparo en actuar como agoreros del desastre y en estar dispuestos a petardear la estabilidad económica con tal de derrotar al adversario.
Son, además, los que no se hacen ningún problema con que llegue un corrupto comprobado al poder, pero se suben en una silla a gritar hasta de un izquierdista liberal.
Todo eso en cuanto a la forma. Sobre el fondo, otra constatación lamentable de esta campaña electoral es el retroceso en el espectro democrático de la derecha liberal, varios de cuyos integrantes no han tenido ningún reparo en descender a un macartismo impresionante que, por momentos, prácticamente los inscribe en el selecto club de políticos al que pertenecen Rafael Rey o el vicepresidente Luis Giampietri o, también, dentro de los preferidos por el cardenal Juan Luis Cipriani.
Hasta alguien con sólidas credenciales democráticas y estilo tolerante como Lourdes Flores también se ha deslizado, por momentos, por ese sector debido a las angustias propias de una campaña electoral que se le ha complicado.
A estas cosas le llaman ‘guerra sucia’ pero, en realidad ,es bastante más que eso. Es un problema de forma y de fondo que, con frecuencia, se mezclan, confunden y retroalimentan, degradando de ese modo, aún más, la muy precaria política peruana.

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