“Evolución de la pobreza al 2010” es el nombre del último boletín del INEI relativo a este tema, publicado el pasado mayo. En este boletín se reseñan diferentes indicadores sociales de las condiciones de vida de los hogares, siendo el más popular de ellos el de la pobreza monetaria, y el menos popular de ellos el del déficit calórico.
Los resultados de la pobreza monetaria son los más populares porque muestran cómo el crecimiento económico habido en nuestro país ha reducido la pobreza; en otras palabras, cómo el modelo económico tiene resultados palpables en la vida de los hogares, aunque –como las últimas elecciones mostraron– el candidato ganador fue el único que cuestionaba las virtudes del modelo económico vigente.
La evolución de la pobreza monetaria muestra una evolución espectacular de acuerdo con este boletín: durante la gestión de Alejandro Toledo –entre el 2001 y el 2006– la pobreza bajó de 55% a 45%, es decir, 10 puntos en cinco años. Y luego, durante los cuatro primeros años de la gestión García –entre el 2006 y el 2010–, la pobreza bajó de 45% a 31%, es decir, 14 puntos en cuatro años.
Si esto fuese cierto, se tendría que la pobreza ha bajado en promedio más de dos puntos por año en las dos últimas gestiones presidenciales, y solo sería materia de tiempo para que la pobreza desaparezca en nuestro país.
El problema que tenemos con este método es su naturaleza artificial, opuesta a mediciones de naturaleza biológica, como cuántos alimentos consume cada persona, cuáles son su talla y su peso, cuál es la mortalidad infantil o la esperanza de vida. En el caso de la pobreza se habla de cuánto dinero necesita un hogar para no ser pobre; en los otros se habla de calorías, centímetros, kilos o años.
De todas estas variables biológicas, la única que se mide desde el 2001 es la del déficit calórico. Esta variable que forma parte de los indicadores de las Metas del Milenio para el seguimiento del Objetivo 1 “Erradicar la pobreza extrema y el hambre” nos indica el total de calorías consumidas en un hogar, y si este valor es superior o inferior al mínimo de subsistencia.
Cuando se observa la evolución de este indicador del hambre, los resultados son menos espectaculares que los obtenidos con la pobreza monetaria. Durante la gestión Toledo, la pobreza se redujo 10 puntos pero el hambre solo 5 puntos, de 33% a 28%; y durante los primeros cuatro años de la gestión García, mientras la pobreza se redujo en 14 puntos, el hambre no se redujo, ya que fue 28% en el 2006 y 28% en el 2010.
Estos resultados abiertamente contradictorios entre la evolución de la pobreza monetaria y el déficit calórico ameritan una discusión científica para evaluar cuál indicador se debe utilizar para las políticas públicas, tanto para focalizar recursos como para monitorear el impacto de los mismos.
Mientras esta discusión académica se resuelve, resulta conveniente que las políticas de focalización y de monitoreo dejen de lado la pobreza monetaria para medir el éxito o fracaso de las políticas sociales, y más bien tomen el déficit calórico como la herramienta más apropiada.
domingo, 2 de octubre de 2011
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