lunes, 1 de marzo de 2010

INTELIGENCIA Y PODER

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.Por Luis Jaime Cisneros

Consecuencia del inevitable desmedro en que ha caído todo lo relacionado con la educación entre nosotros, por haber confundido los propósitos pedagógicos esenciales, es la desconsideración que viene caracterizando la búsqueda del conocimiento y el demérito que alcanza toda sana actitud crítica. Cuando evaluamos a maestros y a alumnos comprobamos cuáles son las reales dificultades y por qué estamos confundiendo los valores pedagógicos. Un sistema educativo no se organiza ni se corrige si no se asegura la rigurosa formación del maestro. Antes que discutir sobre el currículo y sobre sistemas de evaluación, hay que estudiar cómo encaramos la formación de un docente, en momentos en que la docencia está atravesando graves circunstancias de rendimiento y en que la vocación magisterial sufre en el mundo, según informes de la UNESCO, una pérdida de consideración social.

Ahora que está por iniciarse el año escolar, bueno es que reflexionemos sobre conocimiento e información. Conviene precisar que cuando encaramos estos temas, estamos mencionando mundos diferentes y dispares. Vivimos un mundo absorbido por el consumo, el éxito y el dinero, y la escuela no puede escapar a los modelos en que los estudiantes deben compartir su vida escolar. Un mundo en que, en muchos hogares, los padres están divorciados  o trabajan, hechos que generan situaciones que no siempre favorecen que el hogar pueda ser, como se espera, auxiliar de la escuela en lo relativo a la enseñanza de valores. El alumno comparte tal situación durante los largos años que dura su formación. Hay que reconocer, para empezar, que nuestra sociedad es distinta de la de otros países del continente. Somos un país pluricultural y plurilingüe, donde la lengua española comparte, en algunas zonas, su uso con el quechua, el aimara o las lenguas selváticas, lo que nos lleva a reconocer que hay grupos de ciudadanos ajenos al cultivo del español. De otro lado, somos un país que no ha logrado superar definitivamente prejuicios raciales. No se puede diseñar una auténtica política educativa, sin tener en cuenta estos hechos. Para muchos de nosotros, ser provinciano implica ser distinto del limeño: distinto en el modo de ser, distinto en las aptitudes, distinto en los derechos. Ser distinto, en el terreno pedagógico y cultural, puede significar expresarse evasivamente en español, temeroso de ‘mostrar’ su lengua natural. Cumplida la primera parte de su escolaridad, el provinciano se viene a Lima. El limeño suele irse al extranjero. Si no encaramos detenidamente esta situación, no hay cómo diseñar una acertada política educativa.

Dadas así las cosas, por qué es importante considerar la relación entre inteligencia y poder. Me interesa una honda reflexión al respecto. ¿Cómo puede lograr la escuela que los estudiantes se sientan concernidos por esta relación entre inteligencia y poder? Una sólida educación cívica, no libresca sino vivencial, a través de lecciones que promuevan el interés por los DDHH, que exhiba los peligros del racismo, que explique la función de los organismos internacionales. Lecciones que expliquen la necesidad de carreteras para asegurar la vida comercial del país  y su enlace con otros pueblos. En un país donde ha prevalecido la importancia de la empresa, es urgente y necesario que la escuela abra caminos para que la relación con el mundo cultural robustezca los caminos del progreso y el desarrollo económico y cultural. Entonces se descubrirá cómo deben estar orientados los planes de estudio, se podrá diseñar los sistemas de evaluación y se comprenderá cuán útil será revisar cada siete años diversos aspectos del mundo pedagógico, para estar seguros de impartir la educación adecuada a los tiempos.

Gnosce te ipsum. Nos lo propusieron los latinos: “Conócete a ti mismo”. El mundo moderno nos revela qué importante ha sido descubrir, por esfuerzo propio, el conocimiento. Todo lo que  ha progresado en el mundo tecnológico y científico se debe a  que nos han acostumbrado a dudar y a investigar. Lo que dicen los otros debe ser sometido a análisis. El conocimiento es fruto de una búsqueda en prosecución a la cual la escuela debe enseñarnos a iniciar la marcha. Innovar ha sido el instrumento de la escuela. El alumno debe arriesgar sus ideas, someterlas a discusión, hasta descubrir que la actitud crítica se ha convertido en el imprescindible instrumento inteligente para buscar y analizar el camino que conduce a la verdad. Ahora vemos claro qué obtener como fruto de la educación. Buscamos que, terminados los estudios, el alumno sea otro de lo que era. Buscamos, en rigor, que se haya descubierto a sí mismo, y se haya aceptado como tal, con clara conciencia de su individualidad, de su saber y sus ignorancias

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