domingo, 7 de marzo de 2010

MANCHAY

Pase lo que pase hoy con “La teta asustada”, 70 mil peruanos ya se sienten ganadores. Viven en Manchay, donde solo el más fuerte se hace camino entre los cerros. Un vistazo a este arenal nos muestra la realidad de los asentamientos humanos, poblaciones que los políticos solo visitan en campaña electoral.

Por María isabel Gonzales
Fotos Rocío Orellana

Esta es una tierra de sobrevivientes. Los primeros en habitarla –hace 28 años– fueron inmigrantes de la sierra sur y central. Hombres y mujeres que huían de la pobreza y la violencia interna. Criaron a sus hijos entre las piedras y la arena y ellos crecieron con sed y hambre de progreso. Sabían que sus padres ocultaban su origen por temor a revivir el pasado. Pero hoy ya no es tiempo de permanecer callados. Las ganas de surgir se ven en los rostros jóvenes de Luis, Alcira, Jhenifer y Paulo. Ellos no actuaron en “La teta asustada”, la película que tiene en vilo al Perú, y que los ha puesto ante los ojos del mundo. En la película de Claudia Llosa, Manchay representa a los asentamientos humanos que rodean a la capital del Perú. Con habitantes que luchan por sus títulos de propiedad, que caminan por calles sin asfaltar, que son víctimas de traficantes de terrenos, que no tienen un trabajo estable y son el grupo ideal para la demagogia electoral.

El padre José Chuquillanqui es más que un líder espiritual para Manchay. Llegó hace 14 años e inició una lucha frontal contra la miseria. Levantó un hogar de ancianos, dos postas médicas, un policlínico, siete guarderías, dos colegios y hasta un instituto tecnológico. Para lograrlo comprometió a toda la comunidad y con su guía ya se ven los primeros frutos. Además Chuquillanqui reparó en una tradición que los vecinos de Manchay compartían: “La gente de la sierra es profundamente religiosa y no tenía dónde celebrar esa fe”. Los convocó y levantaron juntos una réplica de la típica iglesia que encontramos en cualquier plaza de armas andina. Y para que no se queden sin patrona, justo en la entrada de Manchay, el padre Chuquillanqui mandó construir una Virgen del Rosario de 15 metros de altura que ahora los vigila, los alienta y los conforta. Ellos la observan, se persignan y le ofrecen una plegaria por el día que comienza.

Su historia

En los años 70 Manchay era visitada por corredores de autos. Una década después ya eran oficiales los campeonatos de motocross. A los aficionados a estos deportes poco les importaba que los constructores de la gran Lima explotaran los suelos y se llevaran toneladas de arena, cascajo y piedra. Hasta 1982, cuando empezaron las primeras invasiones y los nuevos inquilinos no estaban dispuestos a soportar el ir y venir de camiones que hacían temblar sus débiles chozas y que los dejaban envueltos en polvaredas. A fines de 1983 vivían en Manchay unas ocho mil personas. Y aunque hoy no existe una cifra exacta, se estima que ya sobrepasan los 70 mil habitantes. Muchos de ellos vivieron en esteras como la familia Sánchez Ramírez. En 1991 compraron un terreno por 80 soles. Para no perderlo la única condición que le pusieron era ocuparlo inmediatamente. Nancy Ramírez tomó de la mano a su esposo Hugo y a su hijo mayor Irwin y llegaron al sector Nuevo Progreso. No había combis, buses ni mototaxis. Debían caminar desde Musa –a seis kilómetros de su terreno– cargando agua y víveres. El recorrido podía tomarles entre dos y tres horas.

Aunque lo peor ocurría en las noches, cuando los invasores quemaban las esteras de otros terrenos sin ocupar. Fueron años de sacrificio, pero valió la pena. Aquí formaron un hogar y la familia siguió creciendo; nacieron Bryan y Dallely. Desde el techo de su casa se pueden ver los más de sesenta sectores en que está dividido Manchay. En los cerros hay casitas de madera instaladas allí por los invasores más recientes. “En algunos sitios hay escaleras, pero en otros solo se puede subir caminando o en autos que cobran entre 1.50 y 5 soles”, explica Irwin Sánchez. Los pobladores más antiguos viven en la zona conocida como Portada uno, Portada dos y Portada tres. En el centro está la zona conocida como Huertos de Manchay. Hacia el fondo se pueden ver una pampa y el cementerio, donde se llega a cobrar entre 800 y 1000 soles por el derecho a cavar una tumba.

“Casi nadie tiene un título de propiedad. Con las justas tenemos un certificado del municipio de Pachacámac que nos reconoce como posesionarios”, explica Nancy. Cofopri, organismo encargado de formalizar las propiedades, no puede entrar a titular porque existe un juicio pendiente en el Poder Judicial entre los pobladores de Manchay y la Comunidad Campesina de Collanac, que se proclama dueña del asentamiento humano. Ya en dos instancias la justicia le dio la razón a los pobladores de Manchay pero Collanac ha apelado por segunda vez. Nancy sabe que este juicio no es lo único que deben resolver. Aquí no hay pistas y tampoco veredas. De los cinco colegios nacionales, tres tienen aulas de madera. ¿Qué más necesitan? Parques que salpiquen de verde el arenal, agua potable en casa y policías o serenos que los protejan del pandillaje.

La esperanza

Casi la mitad de la población de Manchay (44%) va al colegio. La mayoría termina la secundaria, pero de cada cien egresados solo tres siguen estudiando alguna carrera técnica o universitaria. “Muchos de nuestros alumnos acaban subempleados porque no tienen recursos para pagar una educación superior”, dice Luz Pomari, directora del colegio José Carlos Mariátegui. El único lugar donde aquí se puede aprender un oficio es el Instituto Tecnológico Juan Pablo II. Aquí conocimos a Mirla Roca, una niña de siete años que ya tiene una meta trazada. Ella quiere ser una mujer de negocios. Su papá es conserje en un colegio y su mamá vive de trabajos eventuales. Aunque desde la ventana de su salón solo se ven piedras y arena, ella ya se imaginó sentada en un escritorio.

Como ella, Andrea y Alexandra Alata, hermanas y gemelas de diez años también la tienen clara. Dicen que son buenas para las ventas y con el dinero que hagan se pagaran una carrera. Por ahora, ayudan a mamá a cargar el agua cuando llega la cisterna y limpian la casa porque “ el polvo nos puede enfermar”. Luz Pomari reza para que esos ímpetus se mantengan con los años y a pesar del árido paisaje, su gente convierta a Manchay en una tierra fértil y próspera.

Cifras y datos

•Ubicación: A 25 km al sur de Lima en el distrito de Pachacámac.

•Extensión: 14 kilómetros de largo y 4 de ancho.

•Geografía: Árida y semidesértica.

•Organizaciones sociales: Comités del Vaso de Leche (95), Comedores Populares (42).

•Población: 70 mil habitantes. El 40% llegó desde Ayacucho, Junín, Apurímac, Huancavelica, Huánuco, Áncash, Cusco y Cajamarca.

•Religión: Un 50% de la población es católica, el resto se divide en evangélicos, testigos de Jehová y otros.

•Edad: El 15.5% tiene entre 0 y 5 años. El 17.20% entre 6 y 12 años. El 11.30% entre 13 y 17 años. El 15.7% entre 18 y 25 años. El 18.5% entre 26 y 35 años. El 22% más de 36 años.

•Empleo: 53.6% de la PEA es subempleada, un 35.6% está desempleado y solo un 10.8% tiene un empleo adecuado. Ingreso promedio: S/. 500.

•Vivienda: 40.3% de las casas son de material noble. El resto es de madera y esteras. Un 75% de los habitantes de Manchay no tienen título de propiedad.

•Agua y alumbrado: Un 60% tiene conexión de agua.El 95% de las viviendas tienen luz.

•Educación: Hay 5 colegios estatales, 14 privados, 2 parroquiales y 7 guarderías. Un 57% de los niños deja el colegio entre los 12 y 17 años. Un 51.7% de la PEA solo tiene secundaria completa.

•Violencia: Un 5.7 % de los niños sufre de maltrato infantil. En la Demuna de Pachacámac el problema más recurrente por resolver son las pensiones por alimentos.

•Salud: Hay dos postas médicas, dos centros de salud, un centro materno infantil y un policlínico.

•Desnutrición: Un 14.6% de los niños está desnutrido. En menor medida se presentan casos de TBC, parasitosis (por la falta de agua) y mujeres con infecciones vaginales.

•Costumbres: La fiesta de las cruces y la fiesta de la Virgen del Rosario. Las yunzas o cortamontes.

•Obras pendientes: La plaza de armas de Manchay y el asfaltado de 3 km y medio de la avenida Víctor Malá

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