jueves, 1 de abril de 2010

monaguillo garcia

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.Augusto Álvarez Rodrich

Más allá de la píldora: la relación entre estado e iglesia.

Juan Luis Cardenal Cipriani demandó el martes la destitución inmediata del ministro Oscar Ugarte por la distribución gratuita de la píldora del día siguiente, planteando, en plena semana santa, un debate interesante que en el fondo tiene que ver con el grado de influencia que la iglesia católica puede tener en el estado peruano.

“Una persona que se dedica a distribuir pastillas para matar a los embriones no debe ser un ministro de Salud y tiene que irse a su casa”, dijo anteayer Cipriani, para luego poner un tono de voz más severo y sostener que espera que la posición de Ugarte sea “una provocación que solo quede en palabras” y, por último, sin medias tintas, preguntarse “¿qué espera el presidente Alan García para enviar a su casa al ministro de Salud?

Si es el ciudadano Cipriani el que hizo dicha exigencia, solo habría que decir que está en su pleno derecho de emitir una opinión, al igual que cualquier otra persona.

Políticos, ciudadanos y periodistas se pasan la vida demandando renuncias ministeriales –creyendo, acaso ingenuamente, que así se resolverán los problemas–, y no se podría menoscabar el derecho de Cipriani de hacer lo mismo. Yo, que me paso todas las mañanas en Radio Capital proclamando que ‘tu opinión importa’, no podría estar en desacuerdo con eso.

En este sentido, tendría que discrepar con la respuesta del ministro Ugarte, quien ayer dijo que el pedido de Cipriani para que lo boten es “una impertinencia”.

Pero diferente sería el comentario si es que el que opinó el martes no fue el ciudadano Cipriani sino su excelencia el cardenal, pues, en ese caso, sí tendría razón Ugarte al considerar de “impertinencia” el pedido de que lo boten.

Si ese fuera el caso, habría que recordarle al cardenal que –agarre su Constitución y relea el artículo 50– el estado peruano se maneja “dentro de un régimen de independencia y autonomía” frente a la Iglesia Católica, lo que no implica dejar de reconocerla “como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú”.

Por ello, haría bien Cipriani en aclarar que su pedido para que boten a Ugarte lo hizo como ciudadano, no como cardenal, pues, si fuera este el caso, sí sería una impertinencia que no se le puede aceptar ni siquiera en semana santa.

Además, por si no se ha dado cuenta Cipriani, el ministro Ugarte tomó la decisión sobre la píldora del día siguiente con el respaldo del presidente y del premier. Para decirlo de un modo claro y directo, por más ínfulas que se dé el cardenal, Alan García no es su monaguillo. Este estado es laico, su excelencia, no faltaba más.

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