domingo, 25 de abril de 2010

PALMA Y VALLEJO

Nacido en las alturas de La Libertad, en Santiago de Chuco, es considerado uno los mayores innovadores del lenguaje poético del siglo XX. Fue aquí en Lima —donde por estos días se le rinde homenaje con una completa exposición, que es motivo de nuestro informe central— que publicó sus poemarios germinales: “Los Heraldos Negros“ (1918) y “Trilce“ (1922), libro con el que crea un lenguaje propio cuya audacia lo convierte en una obra cumbre de la Vanguardia poética (incomprendido hasta su reedición en 1930 en España). Vallejo se codeó con los principales intelectuales de su época, tanto en Trujillo como en Lima. La tristeza era su dueña, su sello fue la melancolía y su desaprensión por quienes lo quisieron. Hombre complejo de espíritu. Su trabajo recibió duras críticas.
“¿Ud. cree señor Vallejo que colocar una imbecilidad encima de otra es hacer poesía?”, dijo Clemente Palma de su “Poema a mi amada”, el primer envío del joven provinciano a Lima. Años más tarde dejaría perplejos y en silencio a sus detractores y seguidores quienes no alcanzaron a comprender la genialidad de “Trilce”, donde escribió “El compañero de prisión comía el trigo de las lomas,/ con mi propia cuchara,/cuando, a la mesa de mis padres, niño,/me quedaba dormido masticando”.
Sufrió cárcel y persistió en la exploración de la palabra como camino de liberación. Después de su muerte se publicarían “Poemas Humanos” y “España, aparta de mi este cáliz”. Su evolución ideológica y de estilo se aprecia en su trabajo poético y narrativo: “Escalas melografiadas”, “Fabla salvaje”, Hacia el reino de los Sciris, para entrar en el llamado “realismo socialista“ con El Tungsteno y Paco Yunque. Dejó el Perú para afincarse en Europa, en París hizo su vida con Georgette y siguió hurgando todo el dolor que puede contener un alma, ese dolor que lo enfermó y le arrancó la vida tempranamente.

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