domingo, 18 de abril de 2010

Operación fracaso

Todos los misiles fallidos del ministro Rafael Rey.

Operación Fracaso es el título de una película sobre las divertidas penurias de unos militares muy torpes que también podría resumir lo que hoy ocurre en el Ministerio de Defensa, con la diferencia de que, mientras el director del film, Mario Monicelli, es el más grande cineasta de la comedia italiana, Rafael Rey es el peor ministro que en mucho tiempo haya pasado por esa cartera.
Rey no tiene la culpa por la falla del misil que, en lugar de avanzar cuatro kilómetros, solo recorrió cien metros, obligando a un grito de “cuerpo a tierra” en el que no solo se lesionó la congresista Mercedes Cabanillas sino, también, la imagen del Perú en asuntos militares, pero el ministro de Defensa sí es responsable de montar un show con una práctica castrense que debió realizarse de manera reservada.
El gag del misil es una escena más del reality show de su propio fracaso en el ministerio, así como de la carencia de una política de defensa nacional al servicio de la nación en lugar de subordinarse al interés cortoplacista de quien cree que su misión es organizar desfiles con tanques chinos prestados que generan sospechas legítimas de mal manejo, así como acciones subalternas contra quienes cree –absurdamente, pues piensa que toda crítica a él es herejía– que son sus enemigos personales, para lo cual utiliza su influencia política de ministro.
Rey no es, por ello, alguien adecuado para dirigir el Ministerio de Defensa del Perú. Lo confirma desde no haber sido capaz de impulsar la reforma indispensable del sector que inició el embajador Allan Wagner, hasta los bandazos ridículos con los tanques chinos. La intrascendencia de su gestión la pretende barnizar con incursiones estridentes sobre temas que nada tienen que ver con el sector Defensa, como las que son propias de los ministerios de la Mujer o de la Salud.
Y a quienes, como este columnista, hacen notar estas críticas haciendo uso de la libertad de expresión que un gobierno democrático debiera respetar, Rey responde –escondido a través de un tercero allegado a él, lo cual delata en la diatriba contra mí que le publicaron esta semana– con bajezas como iniciar una demanda penal por hechos sin ningún fundamento –algo que él sabe, a pesar de lo cual miente sin vergüenza– y que acaba involucrando a mis colegas del Grupo Apoyo, la empresa donde trabajé los asuntos que él considera delitos.
Yo tengo la conciencia limpia y ya lo expliqué ampliamente en una columna el 15 de abril de 2007, cuando dirigía Perú.21 y el entonces premier Jorge del Castillo organizó un ataque similar para silenciarme. No voy a desviar más mi atención periodística de la agenda importante del país, pero le advierto a Rey que si –como lo está haciendo– quiere seguir usando los recursos del poder para limitar mi libertad de crítica, no tenga la cobardía de involucrar a terceros.


Augusto Álvarez Rodrich

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