domingo, 24 de julio de 2011

ZELA

.Por Jaime Thorne (*)

Los procesos que llevaron a la independencia peruana fueron complejos entramados de condiciones y circunstancias marcados, en términos políticos, por el tránsito de una sociedad monárquica a una república. En este proceso, el Perú es un espacio que experimenta, en distintos momentos, los impulsos de autonomía motivados por las conciencias criollas, la rebeldía contra el mal gobierno, la implantación de la Constitución de 1812 y la separación definitiva de la monarquía hispánica.

La rebelión encabezada por Francisco Antonio de Zela en el pueblo de San Pedro de Tacna entre el 20 y el 24 de junio de 1811 no solo evidencia la existencia de impulsos autonómicos en el virreinato peruano, sino también anticipa tres aspectos cruciales del proceso de independencia que culmina en 1824 con la capitulación de Ayacucho.

El primer aspecto es el carácter regional de la rebelión de Zela. Como se sabe, la ubicación estratégica de Tacna vinculó directamente la suerte de esta iniciativa a las acciones político-militares llevadas a cabo por la junta de Buenos Aires, e indirectamente a las juntas establecidas en Chuquisaca y La Paz. Es decir, los eventos de Tacna no fueron ajenos a un movimiento que, al amparo de una coyuntura internacional (la invasión napoleónica a España) y de un cuerpo de leyes medieval (Las Siete Partidas), terminó estableciendo modelos políticos autonómicos (juntas de gobierno) en la mayoría de capitales hispanoamericanas.

En segundo lugar, es importante destacar la integración del elemento indígena al llamado Grito de Zela de 1811. La participación del cacique Toribio Ara, su hijo José Rosa Ara y Fulgencio Ara en la rebelión de Tacna fue no solo significativa sino altamente simbólica en la historia de nuestra república. En un sentido, se prefigura aquí el rol que jugarían los indígenas, particularmente los miembros de la nobleza, durante el extendido proceso de independencia peruana y en ambos lados de la confrontación (Mateo Pumacahua, Dionisio Túpac Yupanqui, Antonio Navala Huachaca).

Por último, Zela pone en evidencia la importancia central de los hombres en armas. Es interesante recordar, por ejemplo, que uno de los primeros actos de gobierno de Francisco Antonio de Zela es su autonombramiento como comandante de la Unión Americana, seguidos de los despachos de don Toribio Ara, como coronel; Pascual Quelopana, como teniente coronel; y de José Rosa Ara, como sargento mayor. Por otro lado, la supervivencia de la rebelión estuvo determinada por las acciones de Juan José Castelli, comandante de las fuerzas rioplatenses, en el Alto Perú. El hecho que el alzamiento coincidiera con la derrota de Castelli por el arequipeño José Manuel de Goyeneche en Guaqui fijaría anticipadamente la suerte de Zela.

Las características de las fuerzas armadas durante la independencia, asimismo, nos recuerdan la permeabilidad de las esferas civil y militar durante estos años. En ese sentido, el ejército estaba organizado a través de batallones de milicias, de ciudadanos en armas, y solo una pequeña parte estaba constituida por fuerzas regulares.

De hecho, militares como Goyeneche, el Vizconde de San Donás y Castelli eran abogados de profesión, lo mismo que Bernardo Monteagudo, primer ministro de guerra del Perú. Si la historia es un espejo en el que debe verse el presente, entonces la presencia de civiles en las carteras de Defensa e Interior, iniciativas como la reserva del ejército y el Consejo de Defensa Suramericano, constatan la vigencia, doscientos años después, de la rebelión de Zela.

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