domingo, 17 de enero de 2010

Chiarraje

El 20 de enero es la fiesta de San Sebastián en el Cusco. Las fiestas religiosas están presentes en las celebraciones y rituales cristianos desde el siglo XVI. Pero hay rituales mucho más antiguos que rememoran la valentía y el poder de las antiguas comunidades quechuas.

Es el caso de la batalla ritual denominada Chiaraje, en donde al compás de cantos guerreros los combatientes se enfrentan con hondas – warak’as- en la explanada de un paraje en el mismo centro de la provincia de Canchis. No es una fiesta para turistas. Nadie es invitado a observar. Pero desde lejos, en las alturas, se puede mirar las acciones. Y nadie puede intervenir. Ni siquiera la policía. Es posible que haya muertos, pero no hay tristeza, es más bien un signo de buen augurio para la agricultura.

La sangre es como una semilla de vida para la tierra. No hay en ello nada de maldad ni encono. En verdad la batalla es una gran fiesta. Las comunidades que se enfrentan son los de Q’ewe y los de Ch’eqa, que vienen acompañadas por otros ayllus vecinos que guardan pertenencia a alguno de los bandos. Sólo son rivales en el Charaje y todos los grupos son de la provincia de Canas. Ellos llaman al ritual “pukllay” que en quechua significa juego. En un juego de honor y de prestigio y para los más jóvenes es una manera de mostrar su mayoría de edad y su pertenencia a la comunidad. La valentía de los jóvenes se asocia también a la posibilidad de conseguir pareja.

Temprano por la mañana y ataviados con sus vestimentas típicas, como la tablacasaca de bayeta o cuero y sus ponchos rojos, se insultan, se provocan en medio de carcajadas y guapeos, disparando piedras con sus hondas de pelo de llama. Hasta que alguien avanza sobre el territorio contrario y se producen las primeras escaramuzas, a pie o a caballo. Perder el caballo o ser capturado por el bando contrario es deshonroso y la vergüenza es enorme. Esta primera parte de la batalla dura un promedio de tres horas y van llegando los heridos a cada espacio. De pronto la batalla se detiene y los contrincantes se dan media vuelta a sus espacios. Ha llegado la hora del sagrado almuerzo. Las mujeres abren sus licllas de colores donde guardan los alimentos: carne, habas, papas y uchukuta. Las bebidas abundan y al son de pinkuyllos y charangos las mujeres y los jóvenes cantan sus canciones de ánimo y celebración. Luego por la tarde, la batalle se reinicia y se va definiendo quiénes serán los vencedores.

Las muchachas, con sus sombreros de flores, también plantean su propio juego amoroso, a manera de premio a los jóvenes valientes que han dejando bien puesto el honor de su comunidad. En algunos casos, el precio de ser vencido es una doncella de la comunidad contraria, siempre que ella acepte y entonces se establece un relación familiar entre los contrincantes.

Ronald Portocarrero

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