domingo, 28 de marzo de 2010

LUCHA REYES VIVE

.Por Eloy Jáuregui

Esperando un disco, un himno, una canción, pero pensando en ella, la maestra Lucha Reyes.

La canción popular tiene un defecto. Es popular. Por eso detesto al Puma Rodríguez. ¿Pero usted conoce a Lucila Sarcines Reyes? Le cuento, ella es “Lucha Reyes”, nació el 19 de julio de 1936 en un hogar del Aromito en el Rímac, uno de los barrios con mayor tradición del auténtico criollismo limeño a quien Humberto Huambachano compusiera su emblemático “Barrio bajopontino”: (…) De locas mocedades,/ de Peral, el molino,/ de lejanas edades./ Viejo barrio de vergel,/de poetas y cantores,/ de pintores al pastel,/ y de guapos bebedores”. Ahí la joven Lucila, acadenciada con los redobles de las jaranas de callejón decente y de los ritmos atronadores, aprendió el desparpajo de la autenticidad del acústico auténtico.

De allí que heredó esa savia fonética de alegría y galvanizó aquel dolor que sintió desde que se dio cuenta de que vivía en un lar inmisericorde de carencias y privaciones. Al año le contaron que Tobías Sarcines, su padre, había muerto de un mal desconocido y que doña Lucila Reyes, su madre, tenía que lavarle la ropa a todo el barrio para mantener a sus 15 hermanos. Desde ese tiempo venía la agonía de su dolor. Y luego se tuvieron que marchar a ‘los barracones’ del Callao, a la calle Marco Polo, en la Mar Brava. Y no era una niña y supo de la promiscuidad y las impurezas. Ya adolescente precoz, regresó a Los Barrios Altos, Calle Mercedarias, donde descubrió aquel acervo que la salvaría de ese infierno tan temido. Pero no escribo de su vida patrocinada por la desgracia. Hablo de sus herencias que son asilo para todas las soledades. La primera vez que la escuché cantar en “El Rinconcito monsefuano” de la Tía Peta a la salida de la Av. Grau, sentí que estaba ante una cantante distinta. Ese arrastre de su voz, aquella tesitura de sus giros musicales y la intensidad en su expresión de dulces baladros en “Regresa”, “Abandonada” o, “Como una rosa roja”, valses que están grabados en mi corazón, y en la de todos los peruanos.

De “La Morena de Oro” se sabe, como escribió Jerónimo Pimentel: “Ella murió, como todo mito, joven, diabética, con una tuberculosis mal curada. Su fama apenas le duró 3 años, pero su leyenda obtuvo proporciones y murió, como punto final de un guión imposible pero perfecto, en la víspera del Día de la Canción Criolla”.

Tulio Mora, en su poema “Luisa Reyes (1933 – 1973)” escribió con el mismo desgarro: Y cómo pretender la voz más pura sin traicionar a mis estrellas, / sucias de moho y esputo./ Y cómo pretender el vals eterno / sin dejar en las ventanas sangre niebla smog y no morir. (De “Cementerio general”, 2ª edición, 1994). Y el joven poeta Róger Santiváñez en su libro “Antes de la muerte”, dentro de la saga que le escribe a su padre muerto, escribió también: “Poema para Lucha Reyes”, donde expresa: “Negra, puedes pasar por aquí, puedes hacerlo/ y encontrarme escondido entre las sombras/ deslizándome hacia lo más profundo de la butaca (…)”. Cierto, versos que también sirven para la redención de la silente muerte. “Ahora tal vez la muerte no sea una bella palabra. / Tus ojos negros me miran, se aferran suavemente/ a un hilo de vida, al silencio de tus labios/ en el que leo tu nombre pronunciado con amor y/ una flecha de soledad disparada al mundo (…)”. Y yo agregaría, al eterno estruendo de su voz.

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