Rodrigo Montoya Rojas
“Navegar Río Arriba”
Cuando el presidente Ollanta Humala habló hace pocos días de los soldados se refirió a los oficiales de las Fuerzas Armadas, no a los soldados comunes y corrientes, apareció conmovido por ser Comandante supremo. Le hubiera gustado concluir su carrera militar como Comandante general del Ejército, pero no pudo realizar su sueño, precisamente porque al alzarse en Locumba contra el gobierno de Toledo, en 2001, politizó al Ejército una vez más como ocurrió con otros soldados como él a lo largo de nuestra historia republicana, e inició una corta marcha hacia el palacio de Francisco Pizarro. Parece feliz con el poder que ostenta.
En su último discurso, dijo el presidente: ¨El soldado es como un sacerdote. Está más allá del bien y el mal. Su único objetivo es mantener la tierra, nuestra tierra por la que muchos han muerto, por la tierra que nos une¨.
Propuso que los peruanos debemos despolitizar a las Fuerzas Armadas y que los militares dejen de votar y que vuelva el Servicio militar obligatorio. Al oír y leer estas palabras en diciembre de 2011, sentí que nuestro país volvió a ser el de los clásicos golpes militares, con soldados jefes que se creen escogidos como salvadores y redentores, como pálidas réplicas de un Dios todopoderoso que se siente por encima del bien y del mal. Nada de esto es fantasía. Sólo es una realidad que habría que explicarla buscando en los secretos profundos de la formación que los oficiales del ejército reciben, y en el encantamiento que ser presidente de un gobierno produce y ver de cerca y de lejos al poder que ronda por ahí, y en la personalidad del joven presidente.
Las Fuerzas Armadas hacen política desde que existen y son la última carta en el juego del poder. Que sus soldados de arriba y de abajo voten es un paso adelante para que la esquelética democracia del país tenga un gramo más de fuerza. Volver al llamado servicio militar obligatorio, que solo fue obligatorio para los indígenas y las capas urbanas pobres del país, supondría renovar una vieja fuente de corrupción extraordinaria que parecía un asunto del pasado y volver a confundir el servicio a la patria con un reformatorio como el de Maranga.
La crisis que acaba de vivir el gobierno, ha sido según los jefes y políticos otro acto de pura fantasía. No hubo crisis, dice el nuevo premier, se mantiene la voluntad de democrática de diálogo, eso de amenazar con la inminente suspensión de garantías si no se firmaba el acta de acuerdo , de llenar Cajamarca con soldados, de ordenar efectivamente la suspensión de las garantías constitucionales en cuatro provincias, y congelar las cuentas del gobierno regional y de algunos municipios, y eso de ofrecer un paseo de nueve horas por los jardines floridos de la DIRCOTE a los dirigentes que salieron del Congreso con el cuento de que no querían identificarse, sería sólo una ¨calumnia sin fundamento¨, una ¨falsa calumnia¨ o una ¨mala canallada¨ tan propias del saber criollo limeño y mazamorrero.
Leyendo los periódicos, viendo en la televisión y oyendo RPP, me pregunto en qué país de fantasía estamos, porque los que se fueron del gabinete dicen que hicieron lo posible por el desarrollo con inclusión, practicaron el diálogo democrático y son más demócratas que el resto, y los que llegan dicen que seguirán en la misma línea del diálogo y entendimiento, con un pequeño matiz, cambiando en lo posible de interlocutores.
Luego, la ronda de hipocresías a las que ya estamos acostumbrados: te saludo, me saludas, te abrazo, me abrazas, sonrisitas van y vienen, aquí no ha pasado nada. Viendo desde sus ventanas, este desfile de hipocresías, la derecha diversa con diferentes grados de dureza sonríe y disfruta con la felicidad de quienes tienen un póker de ases, los Fujimoristas sonrientes agradecen por los favores que vendrán, y nuestros amigos de la izquierda humalista rumian las razones que nos darán para explicar su nuevo extravío.
domingo, 18 de diciembre de 2011
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