miércoles, 22 de julio de 2009
Un Peruano en la Revolución
Por Antonio Zapata
La semana pasada fue aniversario de la toma de la Bastilla, acontecimiento que inicia la revolución francesa en 1789. Luego, se desarrolló el movimiento revolucionario que inauguró la modernidad a escala planetaria. Se acabaron reyes y aristocracias, dando paso a las repúblicas. Fueron desapareciendo los súbditos y nació el ciudadano. Pero pocos recuerdan a un peruano que estuvo presente y cumplió un papel ejemplar. Era Pablo de Olavide, quien tenía una trayectoria singular que lo había conducido a la Francia revolucionaria.
Olavide había nacido en Lima en 1725, siendo hijo de una familia rica y de origen aristocrático. Recibió una espléndida educación y su padre le compró un cargo público, que en la época se vendían en subastas. Cuando tenía escasos 21 años sucedió el gran terremoto de 1746, que se recuerda como la mayor catástrofe sísmica de Lima. Era un domingo por la noche, el movimiento fue largo e intenso; alcanzó el grado 10 y se cayeron la mayoría de edificaciones. Lima quedó destruida. Lo peor vino a continuación, un maremoto se llevó El Callao cuya ruina fue total. El total de muertos ascendió al 10% de la población de la capital y su puerto. Una catástrofe semejante costaría hoy en día 800,000 muertos.
El virrey era Manso de Velasco, que reconstruyó la ciudad con gran energía y en forma profesional. Organizó comisiones y una de ellas fue presidida por Olavide. A poco, fue acusado de frivolidad. Le dio prioridad a la reconstrucción del teatro antes que hospitales o habitaciones para los pobres. Olavide se molestó por las críticas y se fue a España para nunca volver. Iba a convertirse en el peruano más universal del siglo XVIII.
Como era excepcionalmente talentoso, llegó a la corte y se integró a sus afanes. Era la época de Carlos III y el despotismo ilustrado. Los reyes querían ser sabios y administrar su patrimonio en forma científica. Olavide fue parte de la elite modernizadora que se enfrentó a la Iglesia Católica, donde se concentraba la resistencia conservadora. Tuvo a su cargo algunos grandes proyectos, incluyendo uno famoso de irrigación, expansión agrícola y modernización de Andalucía. Fue un buen administrador y un ilustrado famoso. Era amigo de los enciclopedistas y de Voltaire, quienes lo iban a salvar.
La Santa Inquisición le montó un proceso, acusándolo de ateísmo y encerrándolo en sus tenebrosos calabozos, donde ni el poder del rey de España podía penetrar. La campaña de ideas fue muy intensa. La Iglesia buscaba una sanción ejemplar y había elegido como chivo expiatorio al ilustrado limeño. Por su lado, tanto en España como a escala internacional se desarrolló una campaña por su libertad. Fue el primer caso internacional de derechos humanos. Se escribieron cartas, se recogieron firmas y se realizaron mítines en su nombre. Ante la avalancha, la Inquisición no se atrevió a seguir adelante y le permitió huir a Francia. Era 1790 y fue recibido con entusiasmo, la revolución había estallado el año anterior. Ya tenía 65 años.
Olavide recibió la ciudadanía francesa y se integró al mundo intelectual. No estuvo demasiado involucrado en política. Tuvo temor a ser guillotinado. Incluso se retiró a provincias cuando se impuso Robespierre con sus jacobinos. Pero, escribió un famoso libro titulado El Evangelio en Triunfo, que fue un best seller, impreso en 50 ediciones en los siguientes 20 años. Escribió también novelas y estuvo muy preocupado por explorar el cristianismo. Las tormentas revolucionarias lo alejaron del radicalismo racionalista. Conforme envejecía, fue repensando la religión de sus ancestros.
En 1798, Olavide obtuvo un perdón real que le permitió regresar a España. Gobernaba Carlos IV, quien le otorgó una pensión y le autorizó a seguir escribiendo. Le quedaban cinco años de vida y los dedicó a la reflexión ética. Trató de conciliar el cristianismo con la ilustración; buscó un puente entre los reyes y la modernización. Al fallecer, su proceso judicial lo trascendió. Por muchos años se conoció su caso como el inicio de las campañas internacionales de DDHH. Así, Olavide es nuestro vínculo con Francia y la revolución que inauguró la era contemporánea.
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