Por Federico de Cárdenas
Este año es el bicentenario de Charles Darwin (1809-1882) y en el Peruano-Británico un conjunto plural de especialistas tratará a lo largo de 15 días, los diversos aportes de este científico que cambió nuestra idea del mundo a partir de El origen de las especies (1859) y su teoría de la selección natural. Ese libro tuvo su germen en un cuaderno que guardó con cautela luego de su viaje alrededor del mundo (1831-1836) y que tituló On transmutation of species.
Aquel viaje decidió la vida de un joven de 22 años, sin vocación precisa, aficionado a la Historia Natural. Darwin recibió la invitación a unirse a la expedición del Beagle en calidad de acompañante del capitán quien, de acuerdo a la rígida etiqueta de la época, no debía codearse con oficiales y tripulación. Previsto por dos años, acabó durando cinco y el muchacho inexperto, que al inicio detestó cada ola, retornó convertido en un científico cuajado.
El método de Darwin es conocido: la observación paciente, la deducción y la recolección de ejemplares. Es, por definición, un curioso: le interesa todo, lo describe todo. Para él la riqueza del mundo va de lo mínimo a lo más grande: un tipo de araña que mantiene viva a su presa para racionar su alimento, los cambios de color de un pulpo, un ombú solitario al que rinden culto los nómades de la pampa, un baile en Tasmania, la variedad de picos de los pinzones en cada isla de las Galápagos, los cantos de los esclavos, cuya situación abomina. Anota sus recorridos y observaciones en su diario, que publica en 1837 y que la Colección de Clásicos (Espasa) acaba de traducir en una edición muy cuidada y que se lee como una apasionante novela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario