Por Jorge Bruce
Un sismo catastrófico como el chileno trae consecuencias imprevisibles. Así como revela el estado realmente existente de la infraestructura material, hace lo propio con el de la social y cultural. Para muchos el acontecimiento ha sido una enorme sorpresa. De hecho, la tragedia ha cedido paso a una suerte de complacencia mezquina, ante el desmoronamiento de la imagen de ese país insignia de un modelo envidiado e idealizado.
No nos apresuremos, sin embargo.
La visión de los saqueos, en una sociedad que atraviesa una crisis pasajera de abastecimientos y seguridad, no constituye un mapa definitivo de la sociedad. Es de suponer que una vez restablecido el orden y resueltos los principales problemas de suministros, esas escenas habrán terminado, como ha ocurrido en otras naciones, incluidas algunos del Primer Mundo (pienso en los casseurs de Francia: he visto un polo que dice “Yo –imagen de fuego en lugar de un corazón- París”).
Lo que es innegable es que todos, a comenzar por el Estado del Sur, tuvimos una reacción de estupor ante esas escenas de pillaje y vandalismo que esperábamos en Pisco o Puerto Príncipe, pero no en Concepción. La falta de reflejos del Gobierno de la Concertación, que demoró 48 horas en aceptar ayuda humanitaria en un gesto de autosuficiencia tributario de los efectos inconscientes de la propaganda ideológica, le ha costado muy cara a su país: la representación de su pacto social se ha visto tan erosionada como un puente en el Bío Bío.
Porque lo que ha emergido del subsuelo no solo es una energía telúrica arrasadora.
El presidente electo Piñera ha asegurado que su Gobierno “no será del terremoto sino el de la reconstrucción”. La frase tiene la virtud (política) de la ambigüedad. Podría interpretarse como “olvidemos lo que hemos visto y volvamos a creer aquello que habíamos logrado vender al mundo”. A su vez, la presidenta Bachelet, dijo esto en la Teletón animada por Don Francisco: “Esta especial Teletón tiene una imagen representativa del verdadero chileno”. En otras palabras, no los chilenos que vimos robando refrigeradoras y plasmas en los grandes almacenes (si esos no son verdaderos, ¿qué son? ¿peruanos?).
El programa se llamó Chile ayuda a Chile, procurando mejorar la imagen-país, gravemente comprometida ante las escenas de saqueo que el mundo contempló con horror y fascinación. Antes de juzgar, no obstante, la pregunta clave es: ¿qué habría hecho yo en esas circunstancias, ante almacenes abarrotados de productos sin protección policial?
Las ruinas de Pisco –es irónico que sea el nombre del producto que nuestros vecinos quieren expropiarnos el que exhibe las dramáticas carencias de nuestro lazo social–, nos desautorizan para dar lecciones a Chile en materia de reconstrucción y recomposición del tejido social. Lo que sí podemos hacer es aprender de experiencias que nos cuestionan a ambos lados de la frontera. En vez de fabular con relatos maníacos de éxito que, si bien pueden ser motivadores, distorsionan la realidad, atrevámonos a mirar y repensar los efectos de una ideología que idolatra el individualismo, exalta el consumo (promoviendo la frustración), tolera la corrupción y desalienta la solidaridad.
domingo, 7 de marzo de 2010
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