sábado, 11 de diciembre de 2010

AYATAKI

He aquí un “canto a los muertos” dedicado a Alfonso Barrantes Lingán, el recordado “Tío Frejolito”, y más recordado aún en estos días, a 10 años de su partida de este mundo.

Mientras Pilar Roca filmaba la película “Kuntur Wachana”, en 1975, junto a Federico García, en el Valle Sagrado de los Incas, pudo ver por vez primera un ayataki. Había fallecido una señora en la comunidad donde rodaban la película y decidieron visitar a los deudos: “Recuerdo que agaché mi humanidad para lograr que cupiera por la pequeña puerta, y logré sentarme en una banca armada con precarios tablones… La oscuridad fue cediendo a la penumbra y el ambiente se fue aclarando poco a poco. De golpe y de porrazo, pude ver a la difunta que estaba como descansando en la rústica mesa que yacía a mi costado… (luego) una voz estentórea… como una letanía, comenzó a narrar las virtudes, bondades y hasta los defectos de la muerta”. Había presenciado un ayataki, un canto a los muertos.

Ahora, 35 años después, ambos publicaron “Ayataki. La canción de los muertos” (Ed. Juan Gutemberg), dedicado a sus difuntos queridos.

Hemos rescatado aquí un extracto del ayataki escrito (en el libro) por Federico García a Alfonso Barrantes Lingán, al cumplirse 10 años de fallecimiento:

“El primer recuerdo que conservo de Alfonso Barrantes Lingán, tiene que ver con una famosa gresca que tuvo lugar al principio de los sesentas, cuando ocurrió la expulsión del ex presidente norteamericano Richard Nixon… Eran también los primeros pasos que ensayábamos en el áspero y muy complicado mundo de la política universitaria. Faltaba mucho todavía para que Alfonso se convirtiera en el famoso ‘Tío Frejolito’ (…)

Era vox pópuli en La Casona de San Marcos, que la verdadera madre de Barrantes había muerto al poco tiempo de su nacimiento, en una de las provincias –tal vez la más pródiga y la más olvidada— de las comarcas de Cajamarca. Se decía que Alfonso guardó luto perpetuo en recuerdo de la difunta y era de todos conocido que se había dedicado a honrar la memoria de su madre biológica, sin desmedro alguno de la tía que se hizo cargo del pequeño huérfano, al que alimentó y educó con admirable dedicación. (…)

Cursaba el primero o segundo año de Derecho, era el más popular, y gozaba del dudoso privilegio de ser el más ‘chancón’ y ‘tragalibros’. (…) Lo recuerdo atildado y compuesto, con sus lentes de montura grande de carey, que le daban un aspecto de búho que los bichos malos de la facultad motejaban de Cuervo. (…)

Por entonces, Alfonso ya estaba iniciando una etapa de toma de conciencia y responsabilidades, al frente de un conglomerado estudiantil que pretendía nada menos que emular las hazañas de los legendarios barbudos de la Sierra Maestra. Era la etapa en que muchos estudiantes iniciábamos nuestra actividad política, y habíamos fundando el Frente Estudiantil Revolucionario –FER— que se convirtió en muy poco tiempo en la mayor organización homogénea de la izquierda. Dicho de paso, Alfonso dejó su militancia aprista sin pena ni gloria, sin que le temblara uno solo pelo de su escasa barba.(…)

Recuerdo aquella mañana en que la presencia del águila imperial en las calles limeñas, bastó para que el sordo rugir de la multitud, turbara la anunciada visita del vicepresidente gringo. Aún me parece escuchar las voces en sordina, gritos destemplados, tropezones de guardias de asalto, piafar de caballos, registros y amenazas, pasos al menudeo de estudiantes y gente común. El rector (Luis Alberto) Sánchez había decidido tomarse las de villadiego, apremiado por las apuradas circunstancias, que se fueron organizando entre la Casona y el Parque Universitario. (…)

Ocurrió que Alfonso, subido en la pileta principal, improvisó una memorable oración cívica que hizo delirar a tirios y troyanos. Los apristas, subidos a los balaustres del segundo patio, pugnaron por desalojar a los camaradas sin lograrlo, y luego desistieron tras varios intentos fallidos. Nixon y sus barones se ubicaron en las proximidades del Parque Universitario, tomado por asalto por los estudiantes. Un ‘cachimbo’ de nombre Ruiz Febres, tuvo que contentarse –traducción al hilo— a repetir una vez y otra, y cada vez con mayor virulencia, los conceptos que había elaborado como una suerte de decálogo para el buen comportamiento en situación de crisis. Recuerdo algunas frases que Alfonso improvisó y que se me quedaron en la memoria como testimonio de aquellos tiempos perdidos. El estudiante aprista dijo algo sobre la democracia en oposición al totalitarismo y el derecho que supuestamente le asistía al señor Nixon para ser oído y escuchado en la sede mayor de la Universidad. Barrantes afirmó su oposición de permitir el acceso al local de La Casona a quien consideraba el más conspicuo representante del imperialismo norteamericano. Señaló con el índice a quienes pugnaban por aproximarse al vicepresidente pese a su repudio generalizado, y resumió su oposición con una frase de impacto que maculó a los pretendidos ‘demócratas’:

—….estos que se desesperan para estrechar la mano al gringo. (…)

Un buen (o mal) día, me vi complicado en un desagradable asunto judicial de familia, que enredó nuestra relación hasta la virtual ruptura. Alfonso había decidido envolver la madeja por el lado equivocado para mi salud y mi paciencia. Me tomé la revancha de una manera poética y hasta artística. Resulta que por aquellos años comencé a producir muchas películas que tuvieron su momento de efímera fama. En tres de ellas el ‘doctor Barrantes’ aparecía siempre como un ‘tinterillo’ como se dice en el argot pueblerino de Lima y del sur andino, provocando un estruendo de carcajadas cuando el ‘cagatinta’ aparecía en la pantalla. Con su proverbial buen humor, asimiló la travesura fílmica, y me mando una emisaria de paz que restañó las heridas hasta que desapareció el más mínimo resquicio del incidente. Quité ‘El doctor Barrantes’ de toda mi filmografía y nuestra vieja amistad cobró nuevos bríos y se volvió más entrañable

‘El tío Frejolito’ estaba en La Habana cuando lo sorprendió la muerte, en silencio y tan pobre y solitario como había vivido siempre. La noticia nos dio en el costado izquierdo del corazón, como a tantos que desde entonces no se resignan a llevar el ritual del crespón negro bajo el poncho cordillerano. En beneficio de su recuerdo entono este Ayataki, con toda convicción y llanto muy sentido, seguro de que, por encima de toda consideración política o ideológica, Alfonso Barrantes, fue principalmente un hombre bueno”.

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