lunes, 20 de diciembre de 2010

SUEÑO DEL CELTA

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.Por Nelson Manrique

Confieso que El sueño del celta no me atrapó como las otras novelas de MVLl. Cuando se le otorgó el Óscar a Martin Scorsese por Los infiltrados, muchos de sus admiradores lamentaron que ese merecidísimo reconocimiento no hubiera llegado con algunas de sus obras mayores, como Taxi Driver o El toro salvaje. Siento algo similar con relación a Vargas Llosa y el Nobel que premia su trayectoria literaria.

En El sueño del celta sorprende que Vargas Llosa no lograra construir una gran novela escribiendo sobre un personaje con una vida absolutamente novelesca, como Roger Casement. Las dos primeras partes del libro, dedicadas a la redacción de los informes de Casement sobre la inicua explotación colonial de los nativos del Congo Belga y de la Amazonía, no logran conmover, a pesar de la minuciosa -y por momentos morosa- descripción de las atrocidades cometidas contra los indígenas. Se trata de descripciones abstractas, que no encarnan en grandes personajes literarios, como aquellos que pueblan sus mejores obras. Los negros congoleses y los nativos amazónicos son seres unidimensionales, aterrorizados e incapaces de ninguna respuesta, y sus verdugos son igualmente unidimensionales: seres motivados exclusivamente por la codicia. El antropólogo australiano Michael Taussig provocó un gran debate académico sobre la naturaleza multidimensional del terror colonial justamente tomando como caso las atrocidades cometidas contra los nativos en el Putumayo, pero no existe ningún eco de estas preocupaciones en los seres que pueblan El sueño del celta.

Esto acontece también con el entorno del protagonista; Casement está rodeado de malvados alucinados o de personas bondadosas al extremo, pero estas no constituyen personajes memorables, como aquellos que forman la fauna humana que rodea al Consejero en La guerra del fin del mundo -María Quadrado, el León de Natuba, el Beatito, etc.- o la corte de los milagros que componen los que rodean a Trujillo en La fiesta del Chivo (Cerebrito Cabral, el Constitucionalista Beodo, por ejemplo).

Las motivaciones vitales de Casement en la novela no son convincentes. Las iniquidades que él observa en el Congo y la Amazonía lo llevan a odiar el colonialismo y su odio se extiende contra el imperialismo británico que sojuzga a Irlanda convirtiéndolo en un ardiente nacionalista. Esta conversión resulta poco convincente. Casement ha sido testigo de innumerables atrocidades en el Congo y en la Amazonía, pero no hay en la novela un solo caso de atropellos cometidos por los ingleses. Por el contrario: el gobierno de Gran Bretaña patrocina las investigaciones de Casement (que es su funcionario) y cuando este informa a las autoridades de las atrocidades cometidas contra los nativos estas se horrorizan. Cubren a Casement de honores, lo hacen noble, y se empeñan de inmediato en encontrar remedio a estos males, denunciando ante la comunidad internacional las maldades cometidas por los súbditos del rey Leopoldo de Bélgica (que es cómplice de estas), y sometiendo a un juicio ejemplar a Julio C. Arana, el peruano propietario de la casa comercial de su nombre, responsable de las matanzas en el Putumayo. El castigo de este mal individuo se concreta en su ruina.

No existe, en cambio, una sola escena que registre atrocidad alguna cometida por Inglaterra contra los irlandeses y por eso cuando un amigo del protagonista le señala que no puede comparar el papel de Inglaterra con lo que han visto que los belgas hacen con los congoleses, Casement se limita a señalar que los métodos coloniales ingleses son “más sofisticados”. Demasiado poco para la magnitud de las opciones que su conversión desencadena.

Casement fue ahorcado por los ingleses, luego de ser declarado traidor por cooperar activamente con el enemigo, los alemanes, durante la Primera Guerra Mundial, propiciando hasta la formación de una brigada irlandesa para combatir junto con ellos contra Inglaterra, lo que le ganó el desprecio de muchos compatriotas y perder la amistad de entrañables amigos entre los que destaca Joseph Conrad. Por eso sus motivaciones aparecen poco convincentes. Continuaré.

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