domingo, 20 de diciembre de 2009

Por qué no les importa

Todos los grupos respaldaron a Luis Alva Castro después de su última tropelía. El alcalde Castañeda no se digna responder la lapidaria denuncia de los 21 millones.
Uno de los elementos más chocantes de la realidad peruana es que a los políticos no les importa en absoluto la opinión pública. Hacen cualquier barrabasada, lo que les venga en gana y siguen frescos como una lechuga. No se inmutan.
NO ES ASÍ EN OTROS PAÍSES
Eso no es así en todas partes, por supuesto. En las democracias de a verdad, los políticos son muy sensibles al humor de los ciudadanos. Y no porque sean mejores personas, sino porque el sistema político y las instituciones funcionan.
Por eso, los políticos no son impunes. Pueden ser castigados electoralmente. Un político deshonesto por lo general queda marginado definitivamente.
Otro motivo es que las instituciones cumplen sus tareas. Si alguien es denunciado por corrupción u otro delito, tiene muy altas probabilidades de ser sancionado.
Un ejemplo reciente en los Estados Unidos es el del gobernador de Illinois, Rod Blagoje-vich, “Blago”, al que el FBI detuvo en diciembre del 2008 cuando lo descubrió tratando de vender el escaño en el senado que había dejado vacante Barack Obama. (Ver esta columna, “Rómulo y Blago”, 14.12.08).
En enero de este año Blago fue destituido de su cargo por el Parlamento de Illinois, a pesar de su tenaz resistencia.
EL PEOR CONGRESO
En el Perú tenemos abundantes ejemplos de que a los políticos les importa un comino lo que piensen los ciudadanos de ellos y se ríen de las instituciones encargadas de fiscalizarlos.
La última encuesta nacional de CPI revela que el Congreso tiene una aprobación del 7.7% y una desaprobación de 85.3%, la peor de la que se tenga memoria. Desprestigio plenamente merecido, por cierto, porque este es el peor Congreso que se recuerde, incluidos los de la nefasta década fujimorista.
A pesar de eso, todos los congresistas de todos los grupos respaldan la barrabasada de Luis Alva Castro, que financió un espectáculo comercial con la plata de los peruanos, para ganar simpatías en su región de origen.
Y eso, inmediatamente después que se había descubierto que había aumentado irregularmente el sueldo a sus allegados en el Parlamento.
Patricia del Río ha advertido el peligro que significa para el país tener esa fauna congresal en posiciones de poder, “sujetos a los que ya no les importa nada.” (“Causa perdida”, Perú.21, 18.12.09)
DELINCUENCIA Y PISHTACOS
Otro ejemplo es el del ministro del Interior Octavio Salazar. Según esa misma encuesta de CPI, el 83% estima que la delincuencia se ha incrementado en este gobierno y el 95% piensa que el gobierno está haciendo poco o nada para combatirla.
El disparate de los pishtacos, anunciado personalmente por Salazar, ha dado la vuelta al orbe. En el mundo civilizado alguien que cometiera un desatino de ese calibre no duraría un minuto en el cargo. Por supuesto, tendría la dignidad de renunciar antes de que lo echen. Aquí ni renuncia ni lo botan.
GARCÍA Y LA CORRUPCIÓN
La peor de todas es la del presidente Alan García. Las últimas encuestas nacionales de Ipsos Apoyo y CPI muestran que la principal causa de rechazo a su gobierno es la corrupción. ¿Le importa eso a García? Claro que no.
Ejemplo. En ese contexto de crítica a la corrupción, él personalmente firma el indulto a José Enrique Crousillat, un sinvergüenza que recibió 69 millones de soles en billetes y libres de impuestos, para defender a uno de los gobiernos más corruptos de la historia.
Crousillat, que estaba en una prisión dorada, sale caminando y su abogado anuncia que se irá del país para dedicarse a sus negocios. Y que no pagará la reparación de 80 millones que le impuso el Poder Judicial.
¿QUE SE VAYAN TODOS?
En Argentina, hace algunos años, la gente salió a las calles a pedir que se vayan todos los políticos. Al poco tiempo se dieron cuenta de que nadie se había ido. Peor aún, se quedaron con los Kirchner.
Esa es una de las claves del asunto. El mercado político no existe en la práctica. Es una suerte de oligopolio que comparten políticos más o menos corruptos, más o menos ineficientes. Por eso la población prefiere a los ladrones que hacen obra a los rateros que no hacen obra.Los políticos se encargan de sacar del camino a cualquiera que sea distinto a ellos.
Cuando entra un nuevo competidor, pronto aprende las mañas de los antiguos. Al final, es igual o peor. Ejemplos: fujimoristas y humalistas.
Por eso a García y Alva Castro no les importa lo que la gente piense de ellos. Creen que la próxima vez competirán con otros iguales o peores que ellos, y que mintiendo mejor que los demás, tienen opción. Hasta ahora, la experiencia les da la razón.

Por Fernando Rospigliosi

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