Por Luis Jaime Cisneros
Tras una larga espera de varias décadas, ha aparecido, por fin, la Nueva gramática de la lengua española, que publican la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, autores y editores de estos dos volúmenes (prometedores y voluminosos). Ya está nuestra lengua con una gramática a la altura de la italiana, de tres volúmenes, de 1995, y haciendo par con la gran gramática francesa de Damourette-Pichon y con la holandesa de Nijhoff (1997). Ahora, entre los grandes tratados, podemos celebrar esta Nueva gramática.
Ya en la época en que Dámaso Alonso presidía la casa madrileña, con el Esbozo de 1972, la academia española había ofrecido un anuncio de lo que significaba ‘una nueva gramática’ en intención y en realidad. Sí, varios son los signos de que se trata de un texto ‘nuevo’. Por lo pronto, ahora la responsable no es la RAE, sino que la exposición teórica es fruto del trabajo mancomunado de la casa madrileña con la Asociación de Academias. Y es por eso por lo que figura en las páginas iniciales el nombre de todos los colaboradores (entre ellos, por cierto, algunos profesores peruanos). Y es ‘nueva’ esta gramática, bien distinta de todas las ediciones académicas anteriores, porque confirma haber superado todo intento de ignorar cuánto se ha avanzado en el campo gramatical.
Por eso vale reconocer especialmente acá la extraordinaria labor desarrollada, como ponente, por Ignacio Bosque, de cuyo puntual saber y sólida información teníamos valiosos testimonios en esos tres tomos de la Gramática descriptiva que dirigió Violeta Demonte en 1999. Razón tuvo entonces Fernando Lázaro Carreter, director de la RAE a la sazón, de reconocer anticipadamente cuánto le debería esta actual ‘nueva gramática’ que la Academia y la Asociación tenían entre manos. Los dos tomos ahora publicados se esmeran en la sintaxis y prometen para marzo el último volumen dedicado a la fonética, bajo la vigilancia de don Manuel Blecua. Haber dedicado un tomo a este campo confirma los renovados aires que caracterizan a esta edición.
Claro es que esta nueva generación académica tiene en la mira no solamente al español peninsular. Y esta es singular característica. Si el texto nos da clara idea del territorio realmente inmenso cubierto por la lengua española, es porque los académicos han tomado en cuenta las contribuciones (decisivas, a veces) del español de América. Sí, ciertamente aciertan los editores en titular como Nueva gramática a esta edición. Si comparamos, por ejemplo, la última edición de la gramática académica, de 1931, advertiremos que era en realidad copia de la de 1928. Nueva, entonces, también porque esta gramática actual ha tenido en cuenta todo cuanto se ha dicho y estudiado precisamente sobre gramática, y todo cuanto se ha escrito sobre sintaxis y fonética, los terrenos en que tanto se ha avanzado en el siglo pasado. Razones hay, por lo tanto, para festejar esta edición como la nueva cara con que la Academia de Madrid muestra los frutos de la labor conjunta.
Si juzgamos la distancia con nuestras viejas gramáticas escolares, nuestro primer descubrimiento será advertir la poca importancia que tiene la palabra aislada. Lo importante es la agrupación, el sintagma, la frase. Y es que, si nos hemos de preocupar de la ‘comunicación’, debemos prestar atención a ese instrumento arquitectónico y a la vez melódico con el que aseguramos la ‘construcción’ de lo que decimos. Eso explicará el campo extraordinario que han adquirido los temas de sintaxis. La construcción es ahora lo importante, porque es la que asegura la verdadera fisonomía de la frase; y al asegurarla, robustece la significación. Las páginas se abren generosas en información para revelarnos muchos de los guardados secretos que todavía mantiene en reserva el sistema verbal, que tanto tiene que hacer con el tiempo, ese dolor de cabeza que nos persigue en todas las lenguas. Ahora sí, el español dispone de una gramática que lo reorienta en la serie de grandes tratados gramaticales.
domingo, 7 de febrero de 2010
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