domingo, 14 de febrero de 2010

MAGDA PORTAL Y EL PERU

Cecilia Bustamante

El poder del Estado se sostiene y equilibra en los otros poderes, sus instituciones base deben ser sólidas como para soportar el embate de los problemas políticos y el juego de interrelación entre ellos. Es evidente que el manejo del poder demanda la capacidad de organización del líder, y éste potencial se manifiesta en la habilidad de impedir el caos, al mismo tiempo que dirige la praxis de, digamos, la democracia, o la idea, filosofía sobre un sistema de gobierno.


Magda Portal (Lima 1900-1989) es una de las principales escritoras peruanas engagé del siglo XX. Su creación literaria laureada en plena juventud, más el espaldarazo de José Carlos Mariátegui incentivan su consecuente y coherente acción política en busca de la transformación de nuestra sociedad y la participación de la mujer dentro de una ideología de izquierda. Su destino es esencialmente fluido y coherente como mujer y luchadora social comprometida con el cambio y con su condición de mujer escritora comprometida, también, con la política. La dolorosa realidad nacional le va templando el carácter, como ocurre al disidente. Desde sus inicios asimila y evalúa esta relación conflictiva y desigual entre el Estado y la sociedad peruana.
Fue receptiva a las ideologías de la época, las revoluciones de China y de Rusia, la guerra mundial. Su decisión de contribuir al cambio por medio de la acción política la empuja a ser parte de la política organizada del pueblo con claro y temprano objetivo de ofrecer crítica y resistencia al estado de cosas, de despertar conciencia sobre la impostergable necesidad de participación de la mujer y de hacer realidad esas demandas para acceder al poder político. Su objetivo estaba llamado a interferir con los de los sectores dirigentes no sólo de su partido político sino, también, con el aparato coercitivo del Estado. Magda Portal es la proyección de la misma voz de las mujeres disidentes que la preceden principalmente a fines de siglo XIX y a principios del XX. Esa voz persistirá y resonará en su prosa, su poesía y su discurso político, que son calificados de beligerantes y subversivos desde el punto de vista de la perspectiva masculina que copaba todas las relaciones políticas, sociales e ideológicas de nuestro país. En su larga vida, se nos ofrece un interesante panorama de la relación de la mujer intelectual con las ideologías y el poder.

Desde sus inicios tiene claro que el proceso de liberación de la mujer y la adquisición de sus derechos civiles debía sobrepasar, ayer como entonces, la triple alianza del conservadorismo religioso con el autoritarismo, y la de las ideologías políticas de derecha para emprender —sin olvidar esta base real— la educación de la mujer, su entrenamiento y aprendizaje. La personalidad de Magda además de caracterizarse por indomable, se distingue por ser un nítido ejemplo de ejercicio de la praxis: para actuar políticamente, co-funda en 1924 el partido político más organizado de la política peruana. Esa característica práctica del género, está sólo recientemente siendo tratada por el post-feminismo y otras corrientes. No vamos a analizar aquí los vaivenes ideológicos de dicha relación en el caso de Magda. Cree en la educación como clave de liberación y, cuando adquiere representación dentro de su partido, abre oportunidades a la mujer en la Universidad Popular González Prada. Se adelanta varias décadas a la propuesta de Paulo Freire. Su instinto político y el hecho de ser mujer, le señalan la acción como su método de lucha. La plataforma de un partido político le ofrece evidentemente una estructura organizacional desde la cual confía coordinar los instrumentos para lograr la representación de la mujer en el aparato político. Su visión (el voto de la mujer) se adelantó a la dirigencia política de su propio partido y este desenlace retrasó la participación política de la mujer peruana por veinte años más.

Sería toda su vida, Magda, una mujer que escribe poesía y prosa cargadas de la furia de la denuncia como es usual en los disidentes con su tiempo. Su vida cubrió ocho décadas que las vivió intensamente habiendo conocido en carne propia no sólo las restricciones del paternalismo, la vindicta social por haberse salido de las pautas tradicionales en su vida personal. De parte del Estado recibió la persecución el destierro, la prisión a causa de su militancia política; es decir, el embate de las prácticas represivas, la censura, la tortura; el brutal paradigma estructural de coerción dirigido hacia la supresión de la disidencia y de la insurgencia crítica. Conoce lo que Gramsci describe como la violencia de «... no poder escribir [es lo que] me llena de furia. Me siento dos veces prisionero. Yo soy el que acaba preso! Yo sé lo que es la cárcel...llevo las marcas en mi piel.» Esta experiencia de prisionera es decisiva en el desarrollo de su persona política, porque sin duda vive lo que Angela Davis menciona en el prefacio de su autobiografía, cuando, estando presa, se sintió: «...como si existiera una persona real, separada y aparte de la persona política.» Es la desarticulación que significa la prisión. Y por mis conversaciones con Magda, se que ella guardaba las mismas cicatrices humanas y de mujer ante lo inhumano del encierro que puso en juego la supervivencia de su identidad intelectual y física. El mismo desmembramiento que vivirá todo desterrado y excluido por interferir con los intereses del poder político, del Estado.

Y podría añadir que gracias a la no rehuída dinámica que capta la audaz vida de Magda Portal, las circunstancias políticas y sociales maduraron haciendo posible que se acendrara la potencialidad de definir su texto, al poder enrumbar la temática de las discusiones sobre el rol de la mujer en los movimientos de liberación y ofrecer irrefutablemente, no sólo a sus contemporáneos, las conclusiones y consecuencias de su crítica y testimonio sobre la realidad de la persecución política a causa de las ideas. En otros libros y ensayos futuros que le deben las nuevas generaciones, tal vez se encuentre un debido análisis de la importancia de su intersección con los cambios de las ideologías y su significado empírico respecto a las estructuras sociales, centrando en ellas el pensamiento y acción de Magda Portal respecto al Perú. Yo no lo intentaré aquí.

Esta rebelde heredera de Flora Tristán descubre temprano que, dentro del autoritarismo, nuestra condición de mujeres dependientes era intolerable y que las reglas morales especialmente eran aplicadas por la clase dominante a los pobres y a las mujeres, y que rara vez el Estado busca cambios fundamentales. Observación que se encuentra respecto a las ideologías de turno, en los escritos de la defensora de los derechos indígenas, Dora Mayer. Era natural que este reconocimiento hiciera ineludible incluir en su agenda el logro de los derechos civiles y el voto para la mujer. Una cabal identidad ciudadana que condujera a la liberación de la autoridad opresiva del poder de turno, ese camino puede desembocar en la democracia pero es previamente revolucionario.

La dinámica en la que se ven envueltas Magda Portal y las otras mujeres intelectuales y políticas de la generación de Mariátegui (v. C.B.: «Intelectuales peruanas de la generación de José Carlos Mariátegui» en www.ciberayllu.org) se caracteriza por su lenguaje militante, mensaje desafiante que convoca a su praxis, directa. El derecho a matar, la colección de cuentos de Magda, encierra en el título estas características. El destino del sector laboral, el de las minorías raciales y el de la mujer adquieren contemporaneidad no sólo nacional, haciéndose el compromiso histórico de cambiar y definir su condición por medio de la lucha en sus varios niveles.

El compromiso político partidario de Magda Portal resulta pues ineludible etapa que la provee de la racionalización necesaria sobre la proyección de su impulso en el nacimiento del movimiento feminista en el país. Durante el gobierno de Velasco Alvarado (1968-1975) ingresé al país y entonces nos tratamos algo más, y procedimos a fundar el Centro Peruano de Escritoras (CPE) el 2 de Septiembre de 1976 y, antes de que emigrara de mi país difícilmente, Magda me hizo notar el hecho de que estaba huyendo sola con mis hijos y me dijo «tienen que cambiar las cosas para las mujeres». Quedó dedicada a ordenar sus documentos, ya algo entristecida por el precio que su independencia y visión cobraron en su propia familia.

En la III Interamerican Women Writers Conference, en la Universidad de Ottawa, Canadá, leí el 20 de Mayo de 1978 mi conferencia «Perspectives on the social, economic and political role of women in Latin America», en que reactualicé la figura de Magda Portal y luego, en una Mesa Redonda entre las argentinas Alicia Jurado, Martha Lynch, la mexicana Maria Luisa Mendoza y la que escribe, discutimos su importancia. Moderó el profesor cubano José Arrom, de la Universidad de Yale. La curiosidad por mayores datos sobre la peruana fue enorme. Nos escribimos mucho esa época, movilizando contactos y asegurando invitaciones. Luego, las escritoras mexicanas Margo Glantz y Elena Urrutia aceptaron mi propuesta de que en la IV Conferencia Interamericana de Escritoras (México, D.F., junio, 1981) se rindiera homenaje a Magda Portal, además de a Carmen Conde. Y se le encarga al Prof. Daniel Reedy la conferencia. En representación del Perú asistimos Magda Portal, Blanca Varela y yo. Sobrevive una foto en los archivos del diario La República de Lima. La foto en la Pág. 9 del libro de Reedy, la tomó mi pequeña hija Isolda en esa ocasión.

No podemos olvidar que Magda llegó a su vejez sin medios económicos; el problema para obtenerle un pasaporte lo resolvió Violeta Correa y, finalmente, le dieron visa para entrar a Estados Unidos, en donde estuvo conmigo y mis pequeños hijos en Austin, Texas. Por carta había mencionado que quería vender su Archivo a la Benson Collection. Me dolió e indignó íntimamente saber que no sabía cómo podría sobrevivir en su vejez. Le preparé su entrevista con la Directora. («Un secreto pavor me turba, pero cómo quisiera/ poder decirle a alguien esta muerte anticipada,/ decirle, mas no huirle, camino andado y desandado,/ pregunta sin respuesta, mirada desolada».) Así es nuestra patria con sus creadores.

Es así como sus documentos desde 1928 hasta 1989 se encuentran en la Benson Latin American Collection de la Universidad de Texas en Austin. Yo he sumado los míos que cubren desde mi propia actividad en la cultura y la política desde 1950 hasta el 2000. Esta documentación registra la participación de la mujer en ellas. En nuestro país no había apoyo para conservar documentos que evidenciaran una vez más que lo logrado por la mujer escritora peruana actual, no ha sido por generación espontánea. Acordamos —por falta de fondos— ir por tren desde la capital de Texas hasta al Distrito Federal a su propio homenaje. Viaje largo y agotador para alguien de su edad, pero en aquellas horas compartimos cabina y muchas historias. Habló mucho de su experiencia de presa en las cárceles de las dictaduras.

No es pues sino hasta 1980 en que, habiendo enlazado como mujeres, amigas y escritoras, dedico más atención y asumo la lenta y violenta secuencia de la «vida vivida» de estas mujeres y su legado. Parece que escucharon a Rilke cuando dijo que «de la vida no vivida también se puede morir».

La expresión de las escritoras nuevas creo que había coagulado silenciosamente en el lenguaje de las poetas de la generación de los 80, gracias a Maria Emilia Cornejo. (v. «La fuerza desconocida del terror. Crisis de los 80s en la poesía femenina del Perú.», Austin, 1982. www.ciberayllu.org, 2001). Prevalecía el mismo estado de cosas que hizo exclamar a Micaela Bastidas: «esto ya no se puede aguantar más...» La autoridad, el poder político y excluyente retiene derechos, primero a la riqueza, y con pocas responsabilidades; para los pobres y las minorías siempre sus obligaciones y pobreza. Como dijo Dora Mayer: «para los pobres el paraíso en el más allá». Sin duda, Magda comprendió como nadie, la radicalización de anónimas mujeres que se sumaron a la violencia y que, naturalmente, ya no existen.

La sociedad actual sigue plena de antagonismos, esta vez sembrados por una de las más corruptas dictaduras que hemos tenido. Para vergüenza nuestra, de parte de un extranjero. Las instituciones formales del Estado, del sistema social y del corpus político están trabadas y aparentemente impedidas de asimilar la renovación de fuerzas independientes. El fantasma de la violencia tiene que ser exorcizado constantemente. (Sobre esta instancia escribo «Poder y Liderazgo», 2001, reproducido entre otras publicaciones en Signo XXI, Montevideo.)

Sin embargo, existen otros elementos de continuidad no negativos y que no se deben descartar de plano como conflicto cultural entre el ayer y el hoy. Quedo intrigada por la temprana posición antirregionalista de Magda; en una primera acepción pienso que es por su posición antiimperialista y bolivariana; nos queda pendiente a las mujeres peruanas una discusión sobre integración, regionalismo, e identificar qué aristas del poder político del Estado retardan esta ineludible transición. Y qué ruta puede abrir el pensamiento independiente de la mujer. Es dentro de este mensaje de continuidad que la vida de Magda nos habla a través de curiosos vericuetos ideológicos: nos hace analizar por qué y cómo llega de pronto al poder Beatriz Merino, una mujer tecnócrata, nada radical políticamente, a tratar de «mantener el equilibrio», otra especial característica de la mujer que la sociedad del siglo XXI toma en cuenta para su participación en el desarrollo.

La historiadora peruana Maritza Villavicencio trata, ya en 1985 en un artículo sobre las intelectuales peruanas del último tercio del siglo XIX, el papel concertador: detecta «un profundo sentido filosófico del equilibrio» y pasa a citar algunas de mis ideas expuestas en el ensayo «El Cuerpo y La Escritura», ponencia leída en México (1981), y «La Democracia del Siglo XXI» (entrevista en La República, Lima, 1985), ideas concebidas a partir de la teoría científica sobre el orden de las fluctuaciones. Ella se pregunta «si ese sentido del equilibrio [...] como base para la gestación de una utopía, es una característica típicamente femenina». Seguí mi trabajo en 2001: «¿Nueva Utopía? Una imagen más humana del Universo» (La Insignia, Madrid. 2001).

Por los caminos de la historia y del tiempo la imagen de la mujer peruana se desdibuja, dentro de una sociedad de patriarcado ya algo superada y a veces obstaculizada por individualismos o egoísmos absurdos de parte de algunas de las escritoras «de éxito» que se asimilan a los requerimientos y seducción del cultural market y abandonan el análisis de nuestra relación con los poderes. Esa decisión no ha de soportar el insobornable examen de la historia: son ahora las nuevas generaciones las que recuperan la posta para seguir proponiendo a la «Mujer Nueva», con objetividad y disciplina. Continuar el trabajo de mujeres como Magda Portal, María Rostworowski, o Maritza Villavicencio. Hay para ello que abandonar la morbosa autocomplacencia narcisista y abrir espacios, entrar a nuestra propia historia. No debemos atemorizarnos, más bien continuar el análisis de las estructuras del poder político que hasta aquí ni creamos ni poseemos. Magda Portal se entregó a la tarea de provocar una apertura, de alterar las relaciones fundamentales entre la mujer y el poder político y es, por eso, una revolucionaria. Beatriz Merino es el primer caso de una mujer peruana con verdadero poder político; revolucionaria no es, pero preserva por ahora el orden y estabilidad de nuestro país, aplicando un rasgo nuestro común y dando un llamado de atención a las demás mujeres, destacando que no sólo las profesiones de letras deben estar dentro de nuestra agenda. Y que no toda cercanía al poder demanda la abdicación de nuestra dignidad. Ella está creando, sin mucha teoría pero sí en la práctica, nuevas condiciones de participación futura, en medio del fragor inclemente de un país cercano a la anarquía

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