Por Jorge Bruce
Gustavo Gutiérrez sabrá perdonar esta paráfrasis de su memorable interpretación del cristianismo. El asunto es que la filosofía de palacio podría resumirse en “lo que es bueno para los ricos, es bueno para el Perú”, esta vez parafraseando a F.D. Roosevelt, para quien lo que era bueno para General Motors lo era para su país. El Presidente García acaba de decir precisamente lo contrario, a saber que su preocupación central son los pobres. El problema es que, a estas alturas de su Gobierno, esa afirmación lleva estampado un sello indeleble –y muy visible– de falsedad.
Y no por la mala voluntad de los medios o la envidia de los perros del hortelano.
En todos los conflictos emblemáticos de su régimen, cuando se enfrentaron fuerzas populares con inversionistas, palacio siempre optó por el capital. Ya sean los perjudicados por los TLC, Majaz, Bagua o incluso la catástrofe del Cusco, la línea presidencial ha sido de una coherencia inalterable: lo prioritario es la inversión. Así, en el caso de las inundaciones en el Sur, la principal preocupación gubernamental ha sido el turismo, la gallina de los huevos de oro. A los granjeros pata en el suelo que la cuidan que los parta un huaico.
El problema no es, por supuesto, la riqueza, ese bien esquivo, sino el desequilibrio en los derechos, información y oportunidades, en un trasfondo de corrupción.
En consecuencia, los servicios públicos están peor que antes, como lo demuestra esa versión trágica de M.A.S.H., la célebre película de Altman, que es el Sabogal (un chiste macabro de estos días cuenta que La teta asustada es una mamografía en ese hospital).
Como nadie sabe para quién trabaja, el beneficiado de esa imagen diligente de valet parking es un mudo (y sordo a los cuestionamientos legítimos, ya que estamos) que encabeza las encuestas de intención de voto presidencial. En silente contraste con su vecino de la Plaza Mayor, Castañeda se ha posicionado como el burgomaestre cuya opción preferencial son los pobres.
Esta construcción imaginaria le permite escurrirse de sospechas tan graves como el escándalo de Comunicore, o la desmesura en los costos del Metropolitano y la inexplicada ausencia de un estudio de impacto ambiental. Como bien lo señala el blog Menoscanas de Laura Arroyo, sus obras “solidarias” corren por nuestra cuenta, pero el alcalde las presenta como fruto de su generosidad y vocación de servicio. Lo cual lo exime de dar explicaciones sobre el desastre de las revisiones técnicas, el tránsito psicótico de Lima o los arboricidios de madrugada.
Lo cierto es que esa ecuación exacerbada por el fujimorismo, basada en el intercambio de letras entre roba y obra, sigue funcionando a forro. ¿Por qué no habría de hacerlo? Un arraigado y cotidiano realismo de supervivencia previene a los más desposeídos que es utópico esperar a un gobernante probo, y es preferible estar bien con los más entrenados para gozar de la corrupción, a cambio de cierta efectividad, estilo Kouri. En ese sentido, los vladivideos podrían terminar siendo, contra lo que sugiere el sentido común, en lugar de baldones, galardones. Garantía de experiencia, si quieren.
domingo, 7 de febrero de 2010
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