Por Antonio Zapata
El 30 de abril de 1933 fue asesinado el presidente Luis M. Sánchez Cerro por el joven trabajador Abelardo Mendoza Leiva. En ese momento, la situación nacional era crítica; el mandatario muerto estaba despidiendo a las tropas que partían a Colombia para un enfrentamiento internacional. Además, el país vivía una cruenta guerra civil; el año anterior había sido el levantamiento aprista de Trujillo, que se saldó por los asesinatos del cuartel O’Donovan y la bárbara represión subsiguiente, en la cual centenares de jóvenes trujillanos fueron fusilados en los muros de Chan Chan. Cuando la guerra exterior y la interna constituían una grave amenaza a la república, cayó asesinado el gobernante, en uno de los pocos magnicidios de la historia nacional.
La escolta presidencial ultimó en el acto a Mendoza Leiva, impidiendo que declare en un juicio. Esa circunstancia sembró la sospecha de complicidad de la guardia o de quien la mandaba. El jefe del ejército era Óscar R. Benavides, quien asumió la presidencia. Por esa razón, algunos malpensados sostuvieron, soto voce, la complicidad de Benavides en el crimen. Se decía que era directo beneficiario del asesinato. Esa hipótesis fue contemplada en aquellos días por la Unión Revolucionaria, que era el partido precisamente de Sánchez Cerro.
Sobre esos tormentosos años, tiempo atrás apareció el libro del sociólogo e historiador Tirso Molinari, que analiza la postura del nuevo líder de la UR, el doctor Luis A. Flores, quien transformó el partido en una organización explícitamente fascista. Como Benavides promovió un gabinete de concordia con el APRA, presidido por Jorge Prado, que llegó a una tregua temporal con el PAP, se redoblaron los ataques de la UR al nuevo gobierno. En medio de esa creciente oposición, reiteradamente hubo veladas sugerencias sobre Benavides como instigador del crimen de Sánchez Cerro. Aunque luego, el mismo Flores negó esas insinuaciones, al defenderse en el Congreso cuando fue apresado y deportado.
Por su parte, Mendoza Leiva era aprista, lo cual abona la hipótesis de un atentado urdido por el APRA, en represalia por los sucesos de Trujillo y la implacable represión que se vivía en el país. De hecho, pocos meses atrás se había producido el intento de asesinato del presidente por un joven militante aprista, José Melgar, en la iglesia de Miraflores.
Al respecto, la opinión del escritor Guillermo Thorndike en El año de la barbarie es que el APRA estaba lista para atentar contra Sánchez Cerro y que se les adelantó Mendoza Leiva, a quien conocían, pero no saben de dónde salió. Thorndike parece sugerir que hubo varias cartas apristas para atentar contra Sánchez Cerro, una de las cuales habría funcionado. Aunque, el mismo Haya de la Torre en un discurso en la Plaza de Acho negó toda participación del APRA en el magnicidio.
Por su parte, algunos autores, como el mayor Víctor Villanueva, han sostenido que Mendoza Leiva fue parte de una conspiración conjunta del APRA y Benavides. Pero, no han aportado pruebas, solamente conjeturas basadas en especular sobre quién fue favorecido por el crimen.
En todo caso, hubo juicio y la sentencia sólo demoró tres meses. El fiscal desestimó la acusación que involucraba al APRA y planteó que fue un atentado individual, cometido por un fanático. Por su parte, el historiador Jorge Basadre comparte la idea de un crimen organizado por pocas personas sin conexiones con los altos mandos de la política nacional. Esa fue la conclusión tanto del juez como del fiscal. Pero, como parecía difícil de creer, la controversia se impuso y los hechos no están claros. Así, se trata de uno de los mayores misterios políticos del siglo XX.
domingo, 9 de mayo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario