viernes, 9 de julio de 2010

DEMOCRACIA DE VIVOS

)
.Por Sinesio López Jiménez

Lo que quieren, en realidad, los que hablan de una democracia boba es una democracia de pendejos. Incapaces de entenderla como un conjunto de equilibrios complejos entre el poder del Estado y los derechos de la sociedad, buscan imponer el autoritarismo fácil. La expulsión de Paul Mc Auley y la amenaza de expulsar a más religiosos que hacen su trabajo pastoral en el Perú constituyen una arbitrariedad y un abuso del poder. ¿De qué se acusa a Mc Auley? De hacer “marchas de protesta por las calles de Iquitos contra el Estado”. A eso se añade el delito de ser extranjero. Por su defensa de los recursos naturales y del medio ambiente y por su estrecha vinculación con los sectores populares, estos curas extranjeros son, sin embargo, más nacionales que quien entrega esos recursos a las transnacionales, como García.

¿Desde cuándo las protestas pacíficas por las calles de una ciudad constituyen un delito? La respuesta nos lleva de la política a la economía. Las protestas sociales no son compatibles con el modelo neoliberal extremo. Tampoco lo son los sindicatos y los derechos sindicales. Más incompatible aún es la intervención del Estado. Eso de poner límites a la propiedad de la tierra y a la voracidad del mercado, por ejemplo, es un delito. ¡Qué horror!, ¡velasquismo!, ¡reforma agraria!, gritan, escandalizados, los siervos voluntarios del mercado y del capital desde su caverna contra la reforma que liberó a los siervos forzados del gamonalismo. Para devorar a los ciudadanos, el mercado (del neoliberalismo extremo) requiere el silencio de la sociedad y la incuria del gobierno.

El neoliberalismo extremo impera sobre el vacío social y político. Como el que existió en el Perú entre 1990 y 2000, llenado sólo por el estallido de las bombas y las ráfagas de las metralletas del terror. Ese fue el terreno propicio para la instauración del capitalismo salvaje que no reconoció los derechos de los pueblos ni los de los trabajadores. La situación comenzó a cambiar con la transición democrática del 2000. El terror y la dictadura desaparecieron y la sociedad comenzó a moverse, a plantear demandas y a exigir los derechos negados. La reacción espontánea de los gobiernos ha sido y es la represión, y los gritos fascistas de la caverna han sido y son: ¡Métanles bala, carajo! ¡Esta no es una democracia boba! Casi desde los inicios del gobierno, García se propuso criminalizar la protesta social, controlar a las ONG y autorizar a la policía el uso de las armas contra las manifestaciones callejeras.
Los teóricos del neoliberalismo (Ludwig von Mises, Frederik Hayek y otros) creyeron ingenuamente, sin embargo, que la democracia brotaba espontáneamente del mercado y que el intervencionismo del Estado, por el contrario, terminaba en el socialismo y en el autoritarismo. Para Von Misses, la mejor sociedad es aquella que no existe. Para él sólo existen los productores y los consumidores regidos por las infalibles leyes del mercado. No existen la sociedad civil, ni las redes sociales ni las tradiciones culturales. Tampoco deben existir los sindicatos ni los movimientos sociales porque ellos, con la protección del Estado, tergiversan la marcha del mercado. El Estado sólo debe cumplir las funciones constitucionales básicas: la defensa del orden interno y externo y la aplicación de la justicia. Este economicismo burdo no provenía, sin embargo, de la creencia en la mano invisible del mercado (a lo Adam Smith) ni de supuestas leyes automáticas sino que surgía del proyecto de los individuos que consciente y racionalmente buscaban su bienestar.

Para desgracia de los neoliberales, el mercado no existe solo. Coexiste con los ciudadanos, con la sociedad civil, con las redes sociales, con las tradiciones culturales y con las crecientes demandas de un Estado que ayude a resolver los problemas de la gente. Desconocer esas realidades, sólo conduce a la violencia y a una democracia de pendejos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario