No me resulta fácil conversar con antiguos alumnos sobre los estudios que deben enfrentar sus hijos en la Universidad. Unos se quejan porque ni padre ni hijo ven con claridad qué carrera seguir. Y es que padres e hijos equivocan el punto de partida. En el partidor solamente hay las viejas disciplinas conocidas por los padres.
Converso en estos días con antiguos alumnos que ingresaron hace 30 años en la Católica. Con sólo revisar periódicos y revistas de esa época vivimos la certeza de que el cambio sufrido en el mundo no es un cambio de baratijas. Ha habido cambios profundos, radicales, en muchas disciplinas. Han adquirido fisonomía propia algunos temas que apenas si destacaban como accidentales.
Ya no podemos dejar que los muchachos crean que deben plantearse dudas entre Ciencias y Humanidades, porque esa división no es la misma de 20 años atrás y ya las disciplinas no son tan independientes como eran antes. No podemos imponer a los muchachos los mismos cartabones de ayer. Hay que ayudarlos a ver claro, aun haciéndonos cargo de que no ha de ser fácil discernir en campos que ahora son interdisciplinarios. Es posible que el muchacho que creía que debía seguir Matemáticas termine siguiendo temas relacionados con óptica, o que se encarrile hacia la filosofía. No es fácil porque la escuela no ha preparado a los muchachos para orientarse en medio de la niebla.
El siglo XX ha sido el de las grandes transformaciones, los grandes descubrimientos, ha sido especialmente el siglo de la interdisciplinaridad. ¡Todo estaba conectado! Y los conocimientos de entonces eran apenas un error de visión, un estudio inacabado de la realidad imprevista. ¿Cómo hay que ayudar a los muchachos? No se trata de discutir ni proponer. Hay que ayudarlos a elegir un punto de partida y empezar a caminar: el camino nuevo no está hecho (como antes). Investigar es el camino acertado. Y es en el desarrollo de esa investigación donde vamos descubriendo perspectivas nuevas, horizontes desconocidos, cruces que vinculan mundos hasta entonces distanciados. Y el progreso va adquiriendo nueva fisonomía. ¿Qué suelo aconsejar? Primero: que el muchacho resuelva. Solamente reflexiono ante él: si mi duda está entre la Matemática y la Filosofía, aconsejo elegir Matemáticas, porque es preferible llegar a la filosofía por la vía del cálculo que por la del desconcierto. En seguida, sugiero dos textos literarios: el Ulysses de Joyce, para recibir una nueva imagen de lo literario; y un texto poético de Rilke: El libro de las horas. Ambas lecturas pondrán al muchacho ‘en el umbral de este mundo nuevo’. No hay que entrar por la puerta grande, porque caeremos en el vacío. Hay que entrar sabiendo que el camino que emprendemos integra ya la estructura de lo que va a ir cambiando junto con nosotros.
Y no cabe perder el tiempo echándole la culpa a la escuela del pasado. Hay que asumir la responsabilidad y arriesgar la gran reforma para que las generaciones venideras reciban la educación que los capacite para vivir la vida auténtica. Y de lo primero que hay que enterar a los muchachos es que el mundo, para ser bien vivido, necesita ir cambiando. Y cambia. Cambia nuestra manera de pensar, nuestra manera de curarnos, nuestro modo de mandar y obedecer.
¿Cuál fue la preocupación esencial de los griegos? La educación como arma fundamental de la política. ¿Qué les preocupaba? Que estuviese en consonancia con los tiempos. ¿Por qué esa preocupación? Porque los tiempos cambiaban. ¿Qué les preocupó a los hombres de la Enciclopedia? La educación. Les preocupaba garantizar que los alumnos recibieran una educación ‘a la altura de los tiempos’. ¿Y por qué esa preocupación? Porque los tiempos cambiaban. ¿Y (algo que hay que recordar en voz alta en estos días) qué preocupaba a hombres como Rousseau en materia de educación? El lenguaje. ¿Por qué, el lenguaje? Porque es donde se muestran los primeros síntomas del cambio y donde persisten las huellas de lo que se ha recibido antes. Si el lenguaje refleja las ideas recibidas, nada más cierto que cuidando la renovación del lenguaje estamos vigilando el camino de la vieja educación.
Siempre tengo presentes unas líneas de Galeno, que recomendaban tener presente esto: el tiempo cambia, y a veces repite sus fórmulas. Los que siempre hemos cambiado somos los hombres.
Por: Luis Jaime Cisneros
domingo, 18 de abril de 2010
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