sábado, 25 de septiembre de 2010

200 AÑOS DE CHILE

Por Antonio Zapata

La semana pasada, Chile ha cumplido 200 años del primer grito de independencia en la antigua Capitanía General. No es el bicentenario de su independencia efectiva, sino del inicio de la lucha por ella. En realidad, su independencia tuvo que esperar a 1818, cuando el ejército de San Martín y los sobrevivientes del primer levantamiento derrotaron a las tropas virreinales. Si el Perú celebrara su aniversario como los demás países, no a partir del nacimiento del Estado independiente, sino en función al primer esfuerzo por alcanzarlo, nos tocaría festejar en 2011, cuando serán los 200 años del grito emancipador de Francisco de Zela en Tacna.

Esta costumbre de celebrar acontecimientos distintos induce a error. Muchas veces se piensa que los países latinoamericanos se liberaron mucho antes que el Perú. Pero, en realidad fueron parte del mismo proceso y las fechas claves coinciden bastante. La diferencia proviene del hecho que cada país ha decidido –por separado–elegir uno u otro acontecimiento como fecha crucial de su respectiva patria.

Por otro lado, la confusión sobre las fechas induce a un segundo error. A veces se piensa que las otras repúblicas americanas han superado la herencia colonial y han construido Estados integrados y respetuosos de su población. Ese argumento sostiene que en el Perú estaríamos retrasados, que seguiríamos siendo víctimas del racismo y la exclusión, que provendrían de vicios coloniales, supuestamente intactos entre nosotros y superados en los demás países.

Pero el tema de los mapuches chilenos demuestra que esa segunda afirmación es tan equivocada como la primera. En efecto, ningún país americano ha superado la herencia colonial con los pueblos originarios. En algunos casos, el mestizaje fue masivo y abarcó a buena parte de la población indígena, diluyendo el tema. Pero ahí donde los indígenas sobrevivieron y no fueron absorbidos, sus derechos fueron arrasados después de la independencia.

En el caso de Chile, la república criolla del siglo XIX se formó arrebatándole a los mapuches el territorio que los españoles les habían permitido conservar. Es decir, la república criolla fue más cruel con el indígena que los españoles mismos. Semejante al caso peruano, donde la independencia significó la anulación de la comunidad campesina y la ofensiva terrateniente sobre las tierras de indios. En nuestro caso, el mismo Simón Bolívar decretó la disolución de la comunidad campesina. En ambas Américas se vivió un proceso similar.

Las repúblicas que están celebrando el bicentenario han anulado los derechos de los pueblos originarios. A 500 años de la invasión europea y 200 de la libertad política, los indígenas americanos siguen siendo los grandes perdedores del encuentro con Occidente.

Lo interesante del caso chileno es la actitud de los mapuches y la respuesta del Estado. En efecto, los mapuches han intentado la vía legal y también la presión, incluida la violencia. No se han asustado y han afrontado las consecuencias. Cuando se cerraron las puertas, sus presos iniciaron una huelga de hambre con disposición de ir hasta las últimas consecuencias. Su determinación puso en crisis al gobierno chileno en plena celebración del bicentenario.

Colocado ante las cuerdas, el presidente Sebastián Piñera cedió; el Ejecutivo ha puesto en marcha una comisión de diálogo y promete un plan especial de desarrollo para la región Araucania, donde viven mayoritariamente los mapuches. La sociedad chilena había reclamado atención al problema de integración nacional y el gobierno parece haber escuchado. Sin embargo, los mapuches temen una mecida y se muestran intransigentes. La sociedad chilena ha llegado a un desagradable impase en medio de las fiestas.

Nosotros debemos aprender de la experiencia ajena y no ser tan despectivos de los indígenas, como indica la indiferencia suprema ante los trágicos sucesos de Bagua.

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