domingo, 19 de septiembre de 2010
Raspando la olla
Ministros que se quedan, ex ministros que regresan, viceministros que suben un peldaño, jefes de organismos descentralizados reclutados para el gabinete y algún amigo del presidente, es todo lo que Alan García ha logrado reunir para el cuarto equipo de gobierno en el último tramo de su mandato de cinco años. Esta pobreza no es un signo de modestia. Qué va. Tampoco una vocación por la medianía. Hay un hecho mucho más serio detrás de todo esto y es la constante del gobierno aprista en el que todos los gabinetes terminan chamuscados y en un pavoroso desorden, con el presidente tomando decisiones que consideraba imposibles el día anterior. Si Del Castillo tuvo que partir por los petroaudios que liquidaron la idílica imagen del presidente encantador de inversionistas que con su dinero llevarían al Perú más allá del primer mundo, y mostró la trama de corrupción que viene detrás de los grandes anuncios de inversiones concertadas a través de los lobbys; y Yehude Simon se fue cuando el Baguazo selló con sangre el abismo que existe entre la apertura a los grandes negocios y los derechos históricos de las comunidades; a Velásquez le ha tocado irse, a pesar del disfraz de los plazos electorales, con el rabo entre las piernas por la fea manera como se cayó el decreto 1097 de la impunidad, en medio del rechazo ciudadano y las contradicciones entre los ministros. Después de tanto equívoco es difícil pensar quién podría querer ser el siguiente marinero del barco de García al frente de la PCM. Y es ahí donde aparece la figura de Chang que no tendrá el espíritu de su antecesor, pero es suficientemente amigo y socio de pellejerías del presidente como para aceptar los costos de una despedida que se viene bien movida como lo demuestran los conflictos sociales en ascenso, la crisis de los decretos (aún no terminada de resolver) y las sorpresa electorales que se están produciendo. Chang, que no es tonto, no ha entregado las llaves del sector Educación que es lo que le interesa y donde le han fabricado el mito de ser el que derrotó al SUTEP que es una de las pocas medallas que se ha colocado el gobierno en el pecho. Y si Chang va a significar un premierato íntimo con García, es fácil de explicar a continuación la ausencia de novedad en los demás miembros del gabinete. Volver a la Fernández después de la intervención fallida a Panamericana, o Benavides elevando el conflicto de interés (antes era un agroindustrial en agricultura, ahora es un banquero en economía), o a Villasante que no hizo nada, es la peor manera de practicar la moda retro. Si a eso se agrega al compañero Barrios en el Interior para poner a prueba la capacidad ejecutiva que García le ha reconocido en su labor en seguridad Social (es el que más inauguraciones aparatosas le ha permitido al presidente), es como imaginar que el tema de seguridad ciudadana tiene alguna afinidad con la ingeniería. Pero Barrios es como Velásquez, Cornejo o Nidia Vílchez, un aprista de la tropa dispuesto a pelear en todo terreno. Y hoy esos terrenos parecen estar centrados en la contención de conflictos sociales (el nuevo gabinete se ha inaugurado con los muertos de Espinar) y en el control local que ejercen las gobernaciones. Lo demás del gabinete se ahoga en lo anodino: ministros desgastados, quemados o inexpertos. Los únicos que se han quedado para la despedida.
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