El Decreto Legislativo 1097 ha sufrido una vida breve. La criatura nació del contubernio entre el fascista Rafael Rey y el presidente Alan García, quien tiene un pasado de genocidio reiterado y un ánimo que busca impunidad para asesinos de ayer, hoy y mañana.
El Decreto era transparente. Tanto, que los criminales del grupo Colina se acogieron a él y preparaban ya, como expresó nuestro diario, sus maletas de salida.
Hubo una reacción, minoritaria al principio, contra ese y otros decretos que se conjugaban con él. El rechazo no fue sólo de la oposición. Una institución tan sobria como la Defensoría del Pueblo denunció su carácter ilegítimo y anticonstitucional. El ministro de Justicia, Víctor García Toma, aprista ex presidente del Tribunal Constitucional, había propuesto que el Poder Ejecutivo presentara un proyecto de derogación del Decreto, puesto que el Ejecutivo no puede derogar leyes. Eso ha ocurrido.
Varios legisladores apristas se pronunciaron también contra el “Decreto Colina”.
La búsqueda de impunidad para violadores feroces de los derechos humanos provocó repudio internacional.
Publicado el 1 de setiembre, el Decreto ya estaba 12 días después en la sala oficial de cuidados intensivos.
La sorprendente y sorpresiva estocada final la aplicó Mario Vargas Llosa, con todo el peso de su prestigio de escritor y su influencia en la opinión pública hispanoamericana. El presidente García ha querido desvalorizar la actitud de Vargas Llosa aduciendo que éste “no tiene tanto poder”. Sin embargo, hasta el domingo 12, un día antes de la carta del novelista, el jefe del Estado defendía la norma y a su mentor, Rafael Rey, del fascista Opus Dei.
Por otra parte, la ausencia de Rafael Rey en el gabinete remendado es sin duda un efecto colateral de la epístola del escritor.
Tras comunicar su renuncia al cargo de presidente de la Comisión Encargada del Lugar de la memoria, Vargas Llosa enfocó, en efecto, su puntería hacia el lugar que Rey ocupaba: “los militares que medraron con la dictadura y no se resignan a la democracia” y la componenda electoral con “los herederos de un régimen autoritario que sumió al Perú en el oprobio de la corrupción y el crimen y siguen conspirando para resucitar semejante abyección”.
Mantengo distancia nítida con las ideas de Vargas Llosa en cuanto al neoliberalismo y respecto a procesos de liberación nacional y social en nuestra América. En 1989, cuando en la Granja Azul lanzó por primera vez su programa económico, formé parte, por sugerencia de él, del panel de comentaristas. Discrepé, pero él tuvo la nobleza de reconocerme “autoridad y solvencia” (fueron sus palabras) para opinar.
Ahora, Mario ha demostrado solvencia y autoridad, al escribir su decisiva carta. Ha desbaratado, quizá sin quererlo, una vasta maniobra.
viernes, 17 de septiembre de 2010
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