Autor: Pedro Salinas
CompartirEnviar.Hace varios meses escuché en un informativo español, católico para más inri, una embestida contra los condones que era para partirse de risa. En dicho informe, el reportero –por llamarlo de alguna forma, pues más parecía un militante de Avanzada Católica–, con cejas arrogantes y sin despeinarse, disertaba con acento robótico sobre “la poca efectividad de los profilácticos en África”.
Para “el periodista” la cosa estaba clarísima. Desde que uno lee las instrucciones de cualquier caja de preservativos, digamos. Ya sea de los fluorescentes, los texturizados, los de protuberancias, los de sabor a fresa, los lubricados, los retardantes, o los que tienen efecto warming, que son, ya saben, lo ultimito de la moda.
Pero a lo que iba. El reportero, mirando a la cámara con la certeza imbatible de quien tiene la Verdad, señaló que la primera advertencia que se aprecia en un paquete de condones indica que hay que mantener el látex en un lugar fresco y seco, algo imposible de lograr en el continente africano.
Acto seguido, el muchacho de modales vaticanos añadió que otra pauta del envase explica que hay que tener cuidado de no rasgar el producto con las manos; y, por ende, si consideramos que la manicura no es una práctica habitual de la cultura africana, sumado al enorme tamaño de las manos de sus ciudadanos, podemos inferir que los africanos, como etnia, no son aptos para el uso del preservativo. O algo así.
Por último, remataba la sesuda nota –preñada, según el propio autor, de “razones científicas”– afirmando que la gente del Tercer Mundo no sabe leer, y eso ya hacía que el uso del preservativo se convierta en “un peligro potencial para el usuario”. El reportaje salió algo después de que el papa Benedicto XVI sostuviera en su visita a Camerún que el sida no se resolvía con el reparto de condones, sino, al contrario, “agravaba los problemas”.
Algo parecido ha dicho el cardenal Cipriani, cuando cuestionó la importante iniciativa del ministerio de Salud de repartir varios millones de condones por todo el país, con el propósito de prevenir el VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, así como evitar los embarazos no deseados. “El ministro (…) promueve una campaña de libertinaje”, clamó con voz tonante desde su púlpito, el monseñor.
Sí, ya sé. Dirán algunos que esa es la doctrina eclesial de toda la vida, y que, finalmente, se trata de una posición respetable. Pues, la verdad, si quieren mi opinión, creo que la estulticia nunca será respetable. No niego que Cipriani tenga el derecho de expresarla todas las veces que quiera, y eso habrá que respetarlo. Con ánimo tolerante, digo. Pero que quede claro que lo que enfatiza atenta contra la inteligencia y el sentido común. Y es que el problema de ese tipo de declaraciones, a mi juicio, apunta a desestabilizar las políticas de salud públicas y los esfuerzos gubernamentales para proteger la vida humana. Pues si no se ha dado cuenta todavía el jefe de la iglesia católica peruana, el condón, el jebe, el poncho, o como quiera llamarle, ha demostrado ser un instrumento efectivo y necesario en las políticas de prevención contra el virus del sida, según todas las estadísticas. Todas.
Los condones salvan, o sea. Más que las hostias, vamos. Negarlo a estas alturas no solamente me parece una cosa increíble y tozuda, sino revela, una vez más, que la religión que se cree poseedora de la verdad absoluta puede ser una venda antihigiénica para la salud física y mental.
Se lo dijo el gobierno alemán al papa en su momento, por cierto. Pero este, claro, ni escuchó. “Una moderna cooperación con el desarrollo debe dar a los pobres acceso a los medios de planificación familiar, y entre ellos, el uso de preservativos; todo lo demás es irresponsable”. Pues eso. Una educación sexual, mi querido cardenal, que evite el uso del condón es, además de simplista y reduccionista, irresponsable. Tal cual.
La iglesia decía que la Tierra era plana, y miren, resultó redonda. Ahora dice que los programas sobre sexualidad responsable son inmorales y libertinos, y miren, los condones son salvíficos. Y hasta redentores, y con efecto calórico, oigan.
domingo, 21 de noviembre de 2010
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