Si una gran lección dejó la aciaga Guerra del Pacífico fue que precisamente el infortunio elevó las virtudes cívicas y patrióticas de muchos ciudadanos, que tuvieron la oportunidad de dejar su nombre grabado en planchas de bronce para la posteridad. Grau, Bolognesi, Ugarte, Leoncio Prado, Arias Aragüez, cada soldado, cada hombre y mujer, reivindicaron a toda una generación de hombres cuyas mezquindades nos condujeron a la mayor tragedia de nuestra historia republicana y fueron artífices de la heroica y nunca vencida voluntad de mantener en alto el honor nacional, y entre ellos brilla la figura inmortal de Andrés Avelino Cáceres Dorregaray.
Luego de la muerte del almirante Grau y destruido el poderío naval del Perú, la escuadra Chilena se hizo dueña absoluta del mar, lo que permitió al alto mando militar de ese país ejecutar finalmente LA PRIMERA fase de la campaña terrestre de la guerra del Pacífico, cuyo objetivo inmediato consistía en capturar la provincia peruana de Tarapacá, rica en minerales y depósitos de salitre.
Al estallar la guerra, el Perú tenía un ejército de tierra compuesto por unos 4,800 hombres, desplegados en guarniciones por todo el territorio nacional. El destacado historiador y diplomático peruano Juan del Campo Rodríguez, señala en su estudio sobre la Batalla de Tarapacá, la limitada capacidad operativa militar que acompañaba la organización del ejército peruano en aquella oportunidad.
La infantería contaba con unos 2,700 soldados y 290 oficiales, divididos en ocho batallones integrados cada uno por 400 hombres, aproximadamente. Si embargo para julio de 1879 el Perú logró conformar una pequeña fuerza militar de 7,500 soldados y guardias nacionales, la cual seguiría siendo muy inferior al de las tropas Chilenas.
Esta fuerza quedó al mando del general Juan Buendía y compuesta por seis divisiones: LA PRIMERA de ellas, de 1,455 efectivos; la II División, a órdenes del coronel Andrés Avelino Cáceres, con 1,230 soldados; la III División, dirigida por el coronel Francisco Bolognesi con 1,315 soldados; la IV División, al mando del coronel Justo Pastor Dávila, con 1,123 soldados; la V División, comandada por el coronel Ríos; mientras que la VI División, al mando del general Bustamante, con 1,085 soldados.
Esta fuerza se unió a los 4,534 hombres del ejército Boliviano aliado, y fue desplazada a las costas de Iquique, Tacna, Tarapacá y Moquegua, como parte del “I Ejército del Sur”, bajo órdenes del general Juan Buendía. Mientras se prolongó la campaña naval, el referido ejército ejecutó maniobras tácticas y de desplazamiento, siempre desde una perspectiva defensiva y no entró en acción.
Invasión al Perú
Solo tres semanas después de Angamos, el dos de noviembre de 1879, el llamado “Ejército de Campaña”, 10,000 soldados de la fuerza expedicionaria Chilena, apoyados por casi todos los barcos de guerra de su escuadra y diez vapores, a órdenes del general Erasmo Escala, lograron desembarcar, en tres fases de ataque, en el puerto de Pisagua estableciendo así su primera cabecera de playa en territorio peruano. Aun así no les fue fácil tomar el territorio peruano. En este desembarco los Chilenos tuvieron 330 bajas entre muertos y heridos.
Este ejército expedicionario Chileno, a órdenes del general Erasmo Escala, era superior a las fuerzas aliadas peruano-Bolivianas. Seguidamente, las fuerzas Chilenas se apoderaron del ferrocarril Pisagua-Agua Santa y de ahí se desplazaron hacia el norte, asegurando una línea de provisiones con el valioso apoyo de su escuadra.
Batalla de San Francisco
En este proceso capturaron los Chilenos la localidad de Dolores. El 19 de noviembre las fuerzas aliadas se enfrentaron al ejército expedicionario en las alturas del cerro de San Francisco, en un frente de tres kilómetros de extensión. Fue un combate cruento e intenso en que ambos ejércitos mostraron un gran valor y arrojo.
Aunque la infantería aliada era superior en número (7,400 peruanos y Bolivianos contra 6,000 Chilenos), los primeros contaban sólo con 18 cañones contra 34 modernas piezas de artillería del adversario. Los Chilenos además ocupaban la cima del cerro San Francisco, que por su inclinación se constituyó en una plaza prácticamente inexpugnable, mientras que los aliados dominaban las faldas del cerro.
La batalla sería muy sangrienta, habiendo muerto un gran número de tropa y oficiales de los batallones peruanos Zepita y Dos de Mayo.
A las 5 de la tarde la fuerte avanzada aliada colapsó y en horas de la noche los peruanos y Bolivianos emprendieron la retirada. Los vencedores Chilenos, agotados, no se decidieron a emprender la persecución y se parapetaron en las calicheras.
Cuatro días después, el 23 de noviembre el ejército Chileno ocupó el puerto peruano de Iquique. Las diezmadas fuerzas del I ejército del Sur, se vieron forzadas a ejecutar una nueva progresión y marcharon entonces hacia Tarapacá.
El comandante del ejército Chileno, general Escala, enterado de la difícil situación del adversario e informado de su posición exacta, envió a su encuentro una expedición de 3,900 hombres, al mando del coronel Luis Arteaga, compuesta por el batallón Chacabuco, cinco batallones de infantería pertenecientes a los regimientos 2do de Línea y Zapadores, un escuadrón de caballería, (el Granaderos a Caballo) y cuatro cañones de bronce y seis potentes cañones Krupp bajo el Regimiento de Artillería, con objeto de liquidarlos.
De acuerdo al parte oficial del general Escala, se presumía que en Tarapacá había entre 1,500 y 2,000 soldados peruanos “en pésimas condiciones, agobiados por el cansancio y la escasez de recursos y en un estado de completa desmoralización…”.
Tarapacá: épica jornada
En horas de la madrugada del 27 de noviembre 1879, la fuerza Chilena alcanzó su objetivo y tomó posición ofensiva en las colinas localizadas al oeste de la ciudad de Tarapacá, en un área de una legua de extensión, que iba entre el alto de la cuesta de Arica y el de Visagras.
La división Chilena entonces fue dividida en tres fracciones: LA PRIMERA, al mando del teniente coronel Eleuterio Ramírez, tenía como objetivo apoderarse de la Huaracina, donde se encuentran las provisiones de agua del poblado y de ahí avanzar hacia Tarapacá; la segunda, a las órdenes del propio coronel Arteaga, debía atacar de frente a los peruanos por las alturas que dominan la población; y, la tercera, dirigida por el comandante Ricardo Santa Cruz, tenía que situarse cerca del paso de Quillaguasa para recortar la retirada de los peruanos por el camino de Arica “y batir la quebrada desde las alturas”.
Los peruanos, que carecían de un sistema de alerta o vigilancia, fueron informados de la presencia del adversario por dos arrieros que se toparon con las columnas Chilenas a distancia. Tan pronto se produjo este hecho, el Coronel Andrés Avelino Cáceres, jefe de la segunda división peruana, ordenó que se tocara diana y organizó un consejo de guerra.
En virtud que los peruanos carecían de un plan de contingencia para responder a una emergencia como aquella, Cáceres dispuso que la tropa ocupara las alturas que circundaban Tarapacá. Sin embargo, en las primeras horas del amanecer, los Chilenos ya se habían posesionado de las mismas y al parecer esperaban que sus enemigos rindieran las armas, por efecto de la sorpresiva maniobra y ante la supuesta imposibilidad que pudieran atacar sus estratégicas posiciones.
Se inicia la ofensiva
Recuperado Cáceres del factor sorpresa, dispuso que los 3,000 hombres bajo su mando se dividieran en tres columnas. LA PRIMERA y segunda compañía de su regimiento, el Zepita, bajo órdenes del teniente coronel Juan Francisco Zubiaga, se colocaron a la derecha. La quinta y sexta compañía, bajo el capitán Francisco Pardo de Figueroa se ubicaron en el centro y la tercera y cuarta compañía, bajo el mayor Arguedas, tomaron posición en el sector izquierdo.
Simultáneamente, Cáceres envió un mensaje al coronel Manuel Suarez, comandante del regimiento Dos de Mayo, ordenándole atacar desde la izquierda. Dos batallones de la División Vanguardia, con un total de 1,400 hombres, que acampaban a 45 kilómetros de distancia, también fueron avisados y se pusieron en marcha. Aquellas tropas tardarían seis horas en llegar al campo de batalla.
La lucha se inició con ímpetu alrededor de las 9:15 de la mañana. El Zepita empezó furiosamente el ataque contra las posiciones Chilenas, y el resto de los regimientos peruanos, bajo órdenes de los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón se movieron también contra el adversario.
El Zepita subió el lado oriental de las colinas bajo los nutridos disparos de la artillería y la infantería Chilena. A la 9:45 de la mañana el regimiento Chileno Artillería de Marina entró en acción, siendo anulado por el Zepita y el Dos de Mayo. Las columnas bajo los jefes Pardo Figueroa y Arguedas causaron un daño severo en la infantería Chilena.
Tal fue la intensidad de su ofensiva que los Chilenos, luego de resistir a pie firme, perdieron finalmente el control y se vieron obligados a retirarse en completo desorden hacia una posición localizada tres millas detrás de las colinas.
Los peruanos habían logrado una victoria parcial, pero habían perdido varios hombres en la arremetida, incluidos el teniente coronel Juan Zubiaga, el capitán Pardo Figueroa, el coronel Manuel Suarez, jefe del batallón Dos de Mayo y Juan Cáceres, hermano del coronel Andrés Avelino.
Heridos pero no vencidos
En efecto, Andrés Avelino Cáceres también estaba herido pero decidió continuar la lucha contra las nuevas posiciones Chilenas. Su división se reforzó con la llegada del batallón Iquique y los Loa y Columnas Navales, así como una compañía del batallón Ayacucho y uno del batallón Gendarmes.
Esas fuerzas eran parte de las dos Divisiones peruanas, fuerte de 1,400 hombres que se encontraban a 45 kilómetros de Tarapacá. Entre los refuerzos se encontraba el batallón Iquique número uno, cuyo comandante, el legendario Alfonso Ugarte, fue herido de un balazo en la cabeza, no obstante continuó la lucha al frente de sus tropas.
Con estos refuerzos Cáceres ejecutó un nuevo ataque por el sudeste de Tarapacá, alcanzando y disolviendo al enemigo en cinco ocasiones. Mientras, la tercera división al mando del coronel Bolognesi, jugó parte importante en la acción. El viejo coronel, que antes de la batalla se encontraba enfermo y padeciendo alta fiebre, olvidó sus padecimientos y se puso al frente de su tropa, cuyo comportamiento fue admirable.
Cáceres entonces dispuso ejecutar un último ataque contra el centro del ejército Chileno, al cual logró destruir completamente. Los sobrevivientes dejaron sus últimas piezas de artillería, municiones y rifles y se desbandaron.
Los peruanos habían logrado, después de nueve horas de intenso combate, una victoria total. La orgullosa columna Chilena había acusado un aproximado de 800 bajas, incluyendo 56 prisioneros de guerra. Entre los muertos Chilenos merece destacarse la del valiente comandante del Segundo de Línea, Eleuterio Ramírez. Perdieron además toda su artillería (cuatro Krupp, cuatro obuses de bronce) y gran cantidad de pertrechos. Los peruanos por su parte, tuvieron cerca de 500 bajas, entre muertos y heridos, lo que demuestra el fragor e intensidad de la lucha.
Ante la falta de caballería los peruanos se vieron imposibilitados de consolidar La Victoria y no pudieron seguir a sus adversarios más allá de la colina de Minta, ubicada a dos leguas de distancia de sus posiciones iníciales. Fue sin duda un resultado que significó un aliciente moral para las tropas y dejó muy en alto el valor, arrojo y heroísmo de la infantería peruana.
Gustavo Durand
sábado, 27 de noviembre de 2010
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