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.Por Federico de Cárdenas
Los 100 años transcurridos desde la muerte de este titán de las letras rusas (1828-1910) son un buen pretexto para volver sobre una obra que no ha conocido ocaso y cuyas cumbres, Guerra y paz, Ana Karenina o los relatos La muerte de Iván Ilich y La sonata a Kreutzer, se siguen leyendo con la misma fascinación de otrora. Ferviente seguidor del realismo, Tolstoi recreaba con genio épocas y personajes, y las figuras del príncipe Andrei y su amigo Pierre o la adúltera Ana, seducida y abandonada, dejan profunda huella en el lector.
Tolstoi tuvo una educación cultivada y los privilegios de su cuna. Su familia, que formaba parte de la aristocracia rural, poseía extensas tierras y el dominio de Yásnaya Poliana, donde transcurrió gran parte de su vida, aunque en su juventud conoció años de ocio y juergas en la corte de San Petersburgo. Llamado a filas con uno de sus hermanos, el tedio que le produjo la vida militar lo volcó hacia la literatura, que al poco tiempo lo acaparó por completo.
Es difícil calibrar la enorme influencia que conocieron sus libros, tanto en Rusia como en Occidente, a la que hay que agregar su obra epistolar, pues Tolstoi fue un corresponsal infatigable y en su archivo se cuentan unas 10,000 cartas. Era el único capaz de hacerse oír por los zares, pero fue hombre de extremos, y luego de una profunda crisis religiosa liberó a sus siervos y practicó un comunitarismo que lo llevó a dejar de escribir y dedicarse a la zapatería. Al mismo tiempo fue vegetariano y fundador de la no violencia que tuvo influencia decisiva en líderes como Gandhi, que lo aplicó en la India. Al final de su vida fue impedido por su familia de entregar sus tierras a los pobres y falleció mientras huía de casa. Sus funerales tomaron dimensión nacional y Yásnaya Poliana es hoy un museo y lugar de peregrinaje.
domingo, 14 de noviembre de 2010
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