viernes, 9 de octubre de 2009

El paraíso de Jaime



Por: Sinesio López Jiménez
Para que nuestra discusión no sea un diálogo de sordos, Jaime, pongámosle un cierto orden. De ese modo podemos entendernos nosotros mismos y nos pueden entender nuestros lectores (si los tenemos).
Creo que es necesario, por un lado, diferenciar la política de la economía, reconociendo la lógica de cada una de ellas. La política se define y adquiere sustancia propia en la lucha por el poder del Estado (el monopolio de la ley y de la coerción) para crear un orden legítimo.
La economía capitalista se caracteriza, en cambio, por la búsqueda de creación de la riqueza a través de la inversión, la producción, la acumulación y la distribución. Pero diferenciar no es separar sosteniendo que una nada tiene que ver con la otra.
La diferenciación permite establecer una mejor relación entre ellas. No hay economía capitalista sin política ni política sin economía. No basta la racionalidad del mercado para que este se imponga. Necesita la racionalidad del poder.
En palabras del joven Hegel (refiriéndose a la relación entre la libertad y el Estado), no basta el poder de la razón: se requiere también la razón del poder. Eso hace que la libertad se desarrolle dentro de la ley.
Sugiero, por otro lado, establecer la relación de la economía con la política en tres momentos del modelo neoliberal: la instauración, la consolidación (o funcionamiento para quitarle todo sentido teleológico) y la crisis.
Jaime de Althaus sostiene que el modelo económico es tan racional que no necesita de la política (menos aún de la fuerza) para instalarse ni para funcionar. El neoliberalismo es un modelo descentralizado (las provincias crecen más que Lima), diversificado (crece en diversos sectores), reductor de las brechas regionales y sociales (disminuye la pobreza), eslabonado (con articulaciones entre diversos sectores de la economía, incluidas la minería y la agricultura), generador de mucho valor agregado y de trabajo, tecnológicamente innovador, estimulador del desarrollo de una nueva industria desprotegida y exportadora, democratizador del crédito y estable (sin inflación).
Todo esto se ha logrado gracias a que se desmontó la anterior economía mercantilista del populismo y en su lugar se ha instaurado una economía autorregulada del mercado. Sostiene asimismo que estos cambios económicos han dado lugar al surgimiento de nuevos sectores empresariales, de clases medias emergentes, de una nueva clase trabajadora con derechos (en las antiguas cooperativas agrarias) y de menos pobres.
A De Althaus le parece irracional oponerse a este modelo. Es increíble, exclama, que haya gente que se oponga. Supone que, por ser racional, el modelo debe ser consensual, olvidando que el supuesto consenso (inexistente por cierto) es también un tipo de política.
En un próximo artículo discutiré detenidamente lo que Guillermo Rochabrún ha llamado el núcleo racional de la argumentación de Jaime. Por ahora quiero decir al paso que me gustaría vivir en el paraíso que describe y concentrarme más bien en la relación economía y política sólo en el momento de la instauración del neoliberalismo.
¿Acaso el desmontaje de la economía rentista pre-1992 y la instauración de una economía de mercado hubieran sido posibles sólo por la fuerza de la razón de ésta sin el requerimiento de ciertas condiciones políticas, entre ellas una aplastante correlación de fuerzas a su favor? Para entendernos mejor, la pregunta clave que hay que formularse al respecto es: ¿por qué Belaúnde y Ulloa, a diferencia de Fujimori y Boloña, no pudieron realizar (en el segundo gobierno de FBT) el proyecto neoliberal que compartían? La respuesta es obvia. Los tigres (Belaúnde y Ulloa) no tuvieron las mismas condiciones políticas favorables con las que contaron los tigrillos (Fujimori y Boloña). Estos encontraron que el Perú era una pampa (sin opositores) en donde podían instalar incluso un capitalismo sin derechos (salvaje).

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