Por Abelardo Oquendo
La reciente alza de las tarifas postales prácticamente dobla el precio, que no era nada liviano, del envío de libros y revistas al exterior. Ya la supresión de los antiguos portes especiales para impresos significó un daño grave para la circulación foránea de nuestras publicaciones. Ahora el perjuicio se extrema.
En el Perú se edita para el Perú. Ningún sello editor nacional tiene presencia internacional. Las publicaciones peruanas viajan, en su gran mayoría, por correo y gracias a libreros que atienden pedidos de fuera. Con el alza brutal impuesta en estos días es posible que esos pedidos se aproximen a la desaparición, pues quien ahora considere pedir un libro del Perú deberá tener en cuenta que ha de sumar a su precio de tapa el abultado costo del despacho postal, que bien puede duplicar o triplicar ese precio. Así, aunque no haya sido su propósito, la medida repercute en contra de la expansión del mercado de nuestras publicaciones.
Quizá no haya faltado razones para adoptar esa medida. Pero las hay también, y muy atendibles, para volver al régimen postal de excepción que rigió años atrás en pro de la mejor circulación y la mayor difusión de nuestra cultura. Esperemos que las instituciones vinculadas al libro, y en general las entidades culturales, se esfuercen por hacer valer esas razones.
La reciente alza de las tarifas postales prácticamente dobla el precio, que no era nada liviano, del envío de libros y revistas al exterior. Ya la supresión de los antiguos portes especiales para impresos significó un daño grave para la circulación foránea de nuestras publicaciones. Ahora el perjuicio se extrema.
En el Perú se edita para el Perú. Ningún sello editor nacional tiene presencia internacional. Las publicaciones peruanas viajan, en su gran mayoría, por correo y gracias a libreros que atienden pedidos de fuera. Con el alza brutal impuesta en estos días es posible que esos pedidos se aproximen a la desaparición, pues quien ahora considere pedir un libro del Perú deberá tener en cuenta que ha de sumar a su precio de tapa el abultado costo del despacho postal, que bien puede duplicar o triplicar ese precio. Así, aunque no haya sido su propósito, la medida repercute en contra de la expansión del mercado de nuestras publicaciones.
Quizá no haya faltado razones para adoptar esa medida. Pero las hay también, y muy atendibles, para volver al régimen postal de excepción que rigió años atrás en pro de la mejor circulación y la mayor difusión de nuestra cultura. Esperemos que las instituciones vinculadas al libro, y en general las entidades culturales, se esfuercen por hacer valer esas razones.
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