domingo, 25 de octubre de 2009

El último refugio de la Libertadora


Por: Sara Beatriz Guardia*
Manuela Sáenz al enterarse de la muerte del Libertador se trasladó a Bogotá. Al hacer frente a los ataques, manifestó públicamente su adhesión a los ideales bolivarianos. El periodista y político Vicente Azuero incitó la cólera y el desprecio contra Sáenz. Llenó las calles de carteles difamatorios. Los ataques concluyeron el día de Corpus Christi con la quema de dos muñecos que personificaban a Manuela y a Bolívar. “Nosotras, las mujeres de Bogotá, protestamos de esos provocativos libelos contra esta señora que aparecen en los muros de todas las calles [...]. La señora Sáenz, a la que nos referimos, no es sin duda una delincuente”, se leyó luego en otros escritos durante esos días.
Opinión y expulsiónLos ánimos se calmaron hasta la publicación de “La Torre de Babel”, un folleto escrito por Manuela Sáenz, en el que acusaba al gobierno de ineptitud para resolver los problemas más acuciantes y de actos de provocación y sedición. Esto le costó la cárcel y en abril de 1831, el general Rafael Urdaneta la expulsó de Colombia. Cuando el general Francisco de Paula Santander fue elegido presidente de Colombia, la desterró definitivamente el 1 de enero de 1834, confiscándole sus bienes.
Jamaica, Guayaquil, PaitaMaxwell Hyslop, comerciante inglés, amigo de Bolívar, la acogió en Kingston, Jamaica. Allí vivió durante un año hasta que recibió el salvoconducto que le permitía ingresar a su natal Ecuador, otorgado por el presidente Juan José Flores. Sin embargo, no pudo ingresar a Quito pues en octubre de 1835, Flores había perdido el poder. Manuela debió trasladarse a Guayaquil, de donde fue expulsada el 18 de octubre de ese año por el gobierno de Vicente Roca-Fuerte. Entonces se dirigió al Perú, acompañada de Jonatás, su esclava desde que era niña. Se instaló en Paita, pequeño puerto en medio del desierto de la costa norte peruana.
Mujer guerreraQuienes creyeron que desterrando a Manuela Sáenz la habían vencido, se equivocaron. Era la misma Caballera de la Orden del Sol, condecorada el 11 de enero de 1822 por el general José de San Martín en reconocimiento por su entrega a la lucha independentista. Fue coronela del Ejército de la Gran Colombia por su destacada participación en la Batalla de Junín, el 6 de junio de 1824. Entonces recorrió a caballo la agreste cordillera andina, con Simón Bolívar. Prosiguió la campaña con el general Antonio José de Sucre, cuando Bolívar debió regresar a Lima para combatir un motín. El general Sucre le escribe a Bolívar detallando la Batalla de Ayacucho y solicitando reconocimiento a Manuela Sáenz por su extraordinario valor: “Se ha destacado particularmente Doña Manuela Sáenz por su valentía, incorporándose desde el primer momento a la División de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando el avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos []. Doña Manuela merece un homenaje en particular por su conducta, por lo que ruego a Su Excelencia le otorgue el grado de coronela del Ejército colombiano”. El vicepresidente de Colombia, general Francisco de Paula Santander exigió a Bolívar que la degrade. Bolívar respondió indignado: “¿Que la degrade? Un Ejército se hace con héroes y estos son el símbolo del ímpetu con que los guerreros arrasan a su paso en las contiendas, llevando el estandarte de su valor”.
Días de PaitaManuela Sáenz tenía 38 años cuando llegó a Paita en 1835, donde permaneció hasta su muerte el 23 de noviembre de 1856. Durante estos años la acompañó Jonatás, con quien atendía una pequeña tienda en su casa, en cuya puerta se leía: Tobbaco. English spoken. Nunca recuperó sus bienes ni accedió a la dote que James Thorne, su esposo, le devolvió en su testamento. Ella se negó a realizar cualquier trámite para hacer valer sus derechos.
Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, vivía en un pueblo cercano a Paita, y con frecuencia la visitaba. En su libro “Las cuatro estaciones de Manuela”, Víctor W. von Hagen narra que la visita de Garibaldi coincidió con una de Rodríguez: “Juntos pasaban sus años invernales estos dos enamorados de Simón Bolívar; juntos leían las cartas que les hablaban del pasado. Así estaban un día de 1851, cuando un caballero distinguido preguntó por la Libertadora. Se llamaba Giuseppe Garibaldi”. Von Hagen agrega que los tres pasaron el día conversando de Bolívar: ella, en su hamaca, y Garibaldi, “recostado en el sofá pues sufría de una malaria contraída en las selvas de Panamá”.
Manuela conoció en este período a Herman Melville, cuando el futuro autor de “Moby Dick“ arribó a Paita en 1841, a los 22 años, a bordo del ballenero Acushnet. También llegaron a visitarla Carlos Holguín, político colombiano; Ricardo Palma, que recogió posteriormente la entrevista en sus “Tradiciones…”, y el político y poeta ecuatoriano José Joaquín Olmedo, autor del “Canto a Bolívar”. En Paita, rodeada del mar y de la arena del desierto, todos conocían a Manuela Sáenz, la respetaban y la querían. Ella estaba donde la necesitaban, con la fe y el coraje que caracterizaron su vida. En noviembre de 1856, Paita fue asolada por una epidemia de difteria que causó la muerte de gran parte de la población. El 23 de noviembre murió Manuela Sáenz; unas horas antes había fallecido Jonatás, su fiel compañera. El cadáver de la Libertadora fue incinerado a fin de evitar el contagio, y su casa, y sus pertenencias, quemadas.
Destino americanoManuela llegó al mundo con el signo del amor ilícito y de la deshonra. Tal fue el escándalo que produjo su nacimiento que, con frecuencia, en Quito se hablaba más de la hija bastarda de don Simón Sáenz Vergara (miembro del Concejo de la Ciudad, capitán de la milicia del rey y recaudador de los diezmos del reino de Quito) que del movimiento por la independencia que se gestaba, y en el que esa niña tendría gran presencia. No en vano, ella presagió muy joven: “Mi país es el continente de América. He nacido bajo la línea del Ecuador”.

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