Por Martín Tanaka
No debería pasar inadvertida la polémica que sostienen Jaime de Althaus y Sinesio López desde sus columnas en El Comercio y La República, respectivamente. Un buen debate presenta evidencias y razones que permiten sustentar mejor y descartar los malos argumentos de las posiciones en pugna, con lo cual todos ganamos. En un mal debate la discusión se personaliza, se cae en la satanización del contrincante (en vez de sacar provecho de sus mejores argumentos), se recurre a razonamientos falaces y efectistas, todo lo cual termina reforzando nuestros prejuicios y empobreciéndonos. Por ello me parece importante saludar la disposición de ambos a debatir como lo están haciendo.
Según López, viviríamos un capitalismo “salvaje”, un neoliberalismo carente de legitimidad, “impresentable”; a lo más podrían reconocerse algunos logros, pero muy parciales y poco significativos. Por esta razón, necesitaría imponerse por la fuerza: recurrir a la represión y a mecanismos de presión constante sobre sectores críticos. García encarnaría la defensa de un modelo “herido de muerte”. Por su lado Althaus resalta los buenos resultados de las reformas orientadas al mercado: la economía se habría diversificado y articulado, descentralizando e integrando al país, creando una nueva clase media emergente, reduciendo nuestras distancias sociales. Y si es que no se ha logrado más sería por culpa de la herencia del modelo anterior y de la inacción del Estado.
El debate tiene muchos ángulos, resalto tres que me parecen importantes. Primero: sobre el carácter represivo del actual gobierno, que sería elemento necesario para el funcionamiento de la economía. Es un argumento difícil de sostener. La sensación que proyecta el gobierno más bien es de desorden, y en medio de eso parece más bien concesivo ante las presiones sociales. Y la continuidad del modelo económico, antes que depender de la capacidad de represión, parece depender mucho más de la recuperación de la economía mundial.
Segundo: ¿es “salvaje” nuestro modelo económico? Suena exagerado; como también el entusiasmo frente a sus logros, todavía modestos. La situación es ambigua porque somos muy vulnerables a crisis externas, como toda la región, y algunas tendencias positivas que podrían prosperar quedan truncas. En todo caso, me parece más productivo preguntarse qué cambió en el país en los últimos 15 años, antes que fijarnos solamente en las continuidades. Diría incluso que la persistencia de nuestros problemas tiene una dinámica y sentidos diferentes a décadas anteriores.
Tercero: aparentemente, Althaus y López coinciden en la necesidad de un “capitalismo democrático”; el primero para consolidar una “revolución capitalista”, el segundo como transición a un “socialismo democrático”. Sugiero que la discusión siga preguntándonos qué reformas y cambios son necesarios en el país. A ver si así les damos una mano a los candidatos de las próximas elecciones.
No debería pasar inadvertida la polémica que sostienen Jaime de Althaus y Sinesio López desde sus columnas en El Comercio y La República, respectivamente. Un buen debate presenta evidencias y razones que permiten sustentar mejor y descartar los malos argumentos de las posiciones en pugna, con lo cual todos ganamos. En un mal debate la discusión se personaliza, se cae en la satanización del contrincante (en vez de sacar provecho de sus mejores argumentos), se recurre a razonamientos falaces y efectistas, todo lo cual termina reforzando nuestros prejuicios y empobreciéndonos. Por ello me parece importante saludar la disposición de ambos a debatir como lo están haciendo.
Según López, viviríamos un capitalismo “salvaje”, un neoliberalismo carente de legitimidad, “impresentable”; a lo más podrían reconocerse algunos logros, pero muy parciales y poco significativos. Por esta razón, necesitaría imponerse por la fuerza: recurrir a la represión y a mecanismos de presión constante sobre sectores críticos. García encarnaría la defensa de un modelo “herido de muerte”. Por su lado Althaus resalta los buenos resultados de las reformas orientadas al mercado: la economía se habría diversificado y articulado, descentralizando e integrando al país, creando una nueva clase media emergente, reduciendo nuestras distancias sociales. Y si es que no se ha logrado más sería por culpa de la herencia del modelo anterior y de la inacción del Estado.
El debate tiene muchos ángulos, resalto tres que me parecen importantes. Primero: sobre el carácter represivo del actual gobierno, que sería elemento necesario para el funcionamiento de la economía. Es un argumento difícil de sostener. La sensación que proyecta el gobierno más bien es de desorden, y en medio de eso parece más bien concesivo ante las presiones sociales. Y la continuidad del modelo económico, antes que depender de la capacidad de represión, parece depender mucho más de la recuperación de la economía mundial.
Segundo: ¿es “salvaje” nuestro modelo económico? Suena exagerado; como también el entusiasmo frente a sus logros, todavía modestos. La situación es ambigua porque somos muy vulnerables a crisis externas, como toda la región, y algunas tendencias positivas que podrían prosperar quedan truncas. En todo caso, me parece más productivo preguntarse qué cambió en el país en los últimos 15 años, antes que fijarnos solamente en las continuidades. Diría incluso que la persistencia de nuestros problemas tiene una dinámica y sentidos diferentes a décadas anteriores.
Tercero: aparentemente, Althaus y López coinciden en la necesidad de un “capitalismo democrático”; el primero para consolidar una “revolución capitalista”, el segundo como transición a un “socialismo democrático”. Sugiero que la discusión siga preguntándonos qué reformas y cambios son necesarios en el país. A ver si así les damos una mano a los candidatos de las próximas elecciones.
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