domingo, 23 de enero de 2011

ARGUEDAS II

Meditación al pie de los zorros (II)

CESAR LEVANO


En los días en que escribía su novela, Arguedas dirigió desde Santiago de Chile a Horst Baeder, de la Universidad Libre de Berlín, una carta fechada el 29 de mayo de 1969, en la que se lee: “En tres meses acaso podríamos desentrañar hasta donde es posible este complejísimo y fascinante universo que es la cultura hispano-india labrada hasta haber alcanzado una especie de increíble estabilidad de contraste en el período colonial y que en estos últimos treinta años se está desintegrando de la manera verdaderamente más dramática e interesante. La novela que actualmente escribo trata de este último tema”.



Desgarramiento, desintegración: esas eran las corrientes que amenazaban al Perú y que castigaban el alma enferma del novelista. Pero la obsesión suicida enturbiaba el panorama del gran drama que buscaba reflejar.

El Perú era, por lo demás, un país desgarrado desde mucho antes, desde el día en que los conquistadores pusieron pie en la costa peruana. El propio Arguedas expuso en un texto poco conocido, La literatura como testimonio y como una contribución, escrito en 1966 (en la época en que anunciaba ya, en carta a su fraterno amigo Manuel Moreno Jimeno, su intención de suicidarse):

“Cuando, durante la niñez y la adolescencia, recorrí vastamente el país, recuerdo que el Perú estaba más dividido en su entraña, y frenado. Anduve a caballo con mi padre, por muchas provincias. Atravesé el país de Este a Oeste. Hice a caballo el camino del Cusco hasta Ica. Viví en un gran feudo, dos haciendas establecidas en las faldas de las montañas que orillan el río Apurímac. Una era de caña de azúcar, la otra de panllevar. Pertenecían a un solo dueño. Creo que entre ambas tenían unos quinientos siervos indios. Estos siervos podían ser azotados y aún muertos por el hacendado. Vi cómo mandó flagelar a un indio, haciéndolo colgar de un árbol de pisonay. Había escondido debajo de su poncho unos cuantos plátanos. La hacienda producía muchos plátanos que el dueño mandaba cosechar y meter en un depósito donde se podrían. El mercado más próximo era Abancay, y allí los plátanos costaban menos que lo que valía llevarlos desde la hacienda a esa ciudad”.

Más adelante sintetiza los cambios del país:

“Me he informado de la creación de Colegios Nacionales en Chipao, en Aucará, de la provincia de Lucanas; en Pacarán, del valle de Lunahuaná… ¿Colegios allí? Si mi padre fue recibido en los dos primeros pueblos, hacia 1918, como si fuera un semidiós por el sólo hecho de ser Juez de Primera Instancia, y, Pacarán, en donde dormí una noche, en 1929, era un pueblito resignado con su analfabetismo; era una especie de pequeño ratón adormecido. En este mes de junio de 1966, volví a Pacarán: hierve de niños y colegiales, de tránsito mecanizado”.

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