.Por Augusto Álvarez Rodrich
Por una verdadera reforma de la justicia peruana.
La presidencia judicial de César San Martín puede significar, por su trayectoria personal y profesional, el inicio de una verdadera reforma de la justicia peruana, aunque ello no solo dependerá de un proceso interno sino de su capacidad de movilizar a la sociedad con el fin de que dejemos de ser un país en el que la ‘pendejada’ sea un motor relevante del éxito en las instituciones públicas y privadas.
El Perú ha experimentado en las dos décadas pasadas, y especialmente en los últimos años, un gran avance en muchos terrenos, como la economía, pero en otros, como el judicial, los problemas siguen siendo los mismos de siempre: corrupción, ineficiencia y sumisión al poder político y económico.
“Mi primer objetivo está orientado a preservar la autonomía institucional, la independencia de los jueces, la calidad de la jurisprudencia, y un funcionamiento jurisdiccional eficiente, fuerte y eficaz para procesar y resolver casos de corrupción”, señaló San Martín el día que asumió el liderazgo del Poder Judicial.
La mayoría de discursos de sus predecesores empezó seguramente con anuncios parecidos, pero todas las gestiones terminaron empantanadas en la dificultad para conseguir avances reales debido a muchas carencias pero, principalmente, por la desidia de los sectores supuestamente dirigentes del país para promover una verdadera reforma quizá porque el lamentable estado actual de la justicia les sirve bastante a sus intereses.
Quizá no haya muchas razones objetivas para pensar que esta vez el destino pueda ser diferente. Sin embargo, aunque nadie espera que en solo un bienio se pueda revertir un marasmo que es antiquísimo, el período de San Martín sí puede significar el inicio y el establecimiento de las bases de una reforma que cobre tal fuerza que en el futuro sea difícil de desmontar.
Primero, por su conocimiento por dentro del ‘monstruo’ y su calidad y honestidad, de lo cual se puede mencionar dos casos en los que él ha participado: el ejemplar e histórico juicio a Alberto Fujimori o el fallo reciente sobre ‘Utopía’ que ha significado un vuelco luego de ocho años de desidia sospechosa.
Pero es evidente que el Poder Judicial no es una isla que opera con independencia de lo que ocurra en el marco institucional en su conjunto. Si el Congreso sigue siendo el reino del lobby corrupto; la empresa privada, un boulevard de la trampa; los medios, el paraíso de la mentira; y la política, el ducto del dinero mafioso, poco se podrá conseguir. La pendejada como gasolina de la institucionalidad debe ser erradicada.
El éxito de una reforma de la justicia peruana será muy difícil de conseguir si, además de una transformación interna del Poder Judicial, no se moviliza al resto de instituciones públicas y privadas del país con el fin de poner en marcha una verdadera cruzada contra la corrupción y a favor del respeto de las normas.
domingo, 9 de enero de 2011
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