domingo, 6 de junio de 2010

PEDOFLIA PAPAL

Hugo Neira

Un asunto escandaloso atraviesa el mundo en el curso de estos últimos meses: los casos de pedofilia de sacerdotes católicos. Lo cual se conecta, quiérase o no, a la condición sacerdotal misma cuando esta resulta inseparable del celibato, como pasa en la religión católica y no en otras confesiones cristianas. Se ha dicho que pedófilos se hallan también en otras actividades, entre educadores, vecinos y hasta en parientes de los infantes abusados. Se dice en los Estados Unidos, donde el escándalo de los clérigos pedófilos llevó a ponerle cifras, siendo millares, solo un 2% son cometidos por curas católicos. Ahora bien, ¿por qué es mayor el escándalo si quien lo comete es un cura católico? La respuesta es sencilla y a la vez terrible. Porque ninguna de las categorías señaladas, ni el maestro de escuela, el vecino, ni el tío del niño, pretenden el aura de la santidad.

La problemática de la pedofilia –aparte de ser una abominación– no es solo la del sexo con menores sino la de un sacerdocio privado de sexo. Es problemática, lo saben quienes estudian retórica y los sacerdotes son doctores, toda “gran cuestión implícita” ( J.Russ, Métodos para pensar ). En la larga historia del catolicismo, la existencia clerical que conocemos quiere decir celibato obligatorio, pero no se asumió de inmediato, fue tardía, histórica, es decir, fue decisión humana. ¿Debe continuarse? El problema se ha vuelto más sociológico que bíblico o teológico. La Iglesia Católica prosperó en sociedades que fueron durante más de un milenio rurales y analfabetas de la Edad Media al siglo XIX. Pero hoy, ante sociedades instruidas, técnicamente avanzadas y urbanas, ¿cabe el principio de la excepcionalidad de sus sacerdotes? ¿Realmente, es preciso que el intermediario con Dios sea una suerte de santo? De pronto me equivoco, y los seres humanos seguimos buscando gurúes ante lo sacro y de hecho esto da pie a un supermercado de religiones neopaganas. California es la meca del culto a Osiris, al Diablo o lo que sea. Planteo el tema, no lo resuelvo.

Que no se vea mala intención en este texto. Provengo de un hogar católico, como casi todo el mundo en el Perú. Me educaron mis abuelas provincianas cristianas viejas, muy dadas a rezos y procesiones, pero con muy poco trato con gente de sotana; en la familia fue tradición que los niños no fueran monaguillos. De joven dejé de ir a misa. Y más tarde, con la sociología, con Weber, las religiones pasaron, para mí, a ser hechos terrenales. Pero he vivido en Europa gran parte de mi vida adulta. Y postulo que ahí, los valores cristianos han sido transferidos a la sociedad civil. Ha habido un tránsito del libre albedrío a la libertad de conciencia. O sea, una interiorización de lo cristiano en la ética corriente, ciudadana. Así, el Papado habría hecho la presente civilización acaso a despecho de sí misma y ahora debe buscar otras misiones. La cuestión es si podrá reconvertirse a los usos culturales contemporáneos. Eso esperamos, incluyendo los cristianos sin Iglesia.

Por lo demás, he creído siempre en la santidad. Un héroe cultural de mi juventud fue Albert Schweitzer. Teólogo y médico, se fue al África a fundar leprosorios, premio Nobel de la Paz en 1952. El otro es Arthur Koestler, participó en todas las grandes y generosas batallas políticas e intelectuales del siglo veinte, húngaro de origen, se fue a Israel a vivir magramente en un kibboutz; desengañado, se hizo comunista, combatió en la España republicana, condenado a muerte por los franquistas, sobrevivió y escribió algunos de los más grandes libros del siglo veinte. Santos laicos, ninguno de ellos católico, el primero protestante y el segundo judío, sin que por ello olvide a monseñor Romero asesinado en El Salvador. La santidad existe, pero parece que Dios la reparte como un don entre los hombres, tal vez sin mirar mucho si cae en el Templo, la Basílica o la Sinagoga. Acaso ni le importe que algunos tengan mujer e hijos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario