Por Javier Diez Canseco
En vísperas de su último mensaje al Congreso, García afina su estrategia al 2011. No es ya el candidato que llegó a Palacio con el voto prestado de una derecha unida que declaró lo hacía por el mal menor, “tapándose la nariz”. Hoy comanda el bloque de fuerzas conservadoras en el poder y quiere afirmar ese papel.
García ha trabajado, laboriosamente, su rol de garante del modelo que instaló Fujimori. Dejó el discurso sobre “cambio responsable”, impuesto a las sobreganancias mineras, fin a los services o justicia social. Converso al neoliberalismo extremo, publicó su carta de sujeción: el “Síndrome del Perro del Hortelano”. Juró profundizar el modelo fujimorista. Ha afianzado el poder de las transnacionales y la economía primario-exportadora, multiplica los TLC como candados del modelo y los beneficios al gran capital, entrega nuestros recursos naturales –a precio vil y sin respeto por el medio ambiente–renunciando a toda soberanía nacional sobre su manejo (allí está Camisea) y atropellando derechos de las comunidades campesinas e indígenas y agricultores.
Ha reinstalado el latifundio, con propiedades de hasta 40,000 ha. Impide una reforma tributaria y la redistribución de la riqueza, mientras encara con ferocidad represiva las demandas sociales. Criminaliza la protesta y mantiene impune la corrupción como en la mejor época de Fujimori.
Pragmático amoral, reconquistó al gran capital, su tecnocracia dorada y sus principales representaciones políticas, desde el fujimorismo hasta UN. Se apoyó en los tránsfugas de la UPP y compañía en el Congreso. Penetró el Tribunal Constitucional, la Fiscalía de la Nación, la Policía y la Contraloría con personajes serviles para controlar el poder. Y echó lazos a mandos militares, garantizando impunidad vía Giampietri, y a poderosas empresas de seguridad privada (como BTR, espionaje telefónico e inteligencia). Amamantó a los poderosos medios de comunicación privados con cientos de millones de soles en publicidad. Hoy busca garantizar que siga este bloque en el poder.
García advirtió que no puede decidir quién gana el 2011, pero sí puede decidir quién no gana. Juega a regresar el 2016 y para ello no quiere un candidato aprista que le haga sombra y busca que continúe la alianza en el gobierno. Ha buscado demoler a quienes expresen una voluntad de cambio de rumbo y amenacen los privilegios de los dueños del Perú: a su contrincante el 2006, Ollanta Humala, así como los liderazgos populares perfilados en las luchas sociales de los pueblos indígenas amazónicos, los movimientos regionales y gremiales. Cierto que ha contribuido a ello la debilidad del nacionalismo en construir partido y desarrollar alianzas consistentes, así como serios problemas en su representación política. Y es que la disgregación de las izquierdas y la ausencia de una unidad política y estratégica, expresada también electoralmente, ayudan a este plan. Pero García quiere impedir que las fuerzas del cambio lleguen a la segunda vuelta y que los campos se definan entre el continuismo y el cambio.
En la derecha, tiene sus preferencias. Con Lourdes Flores en Lima, UN queda descabezado el 2011. PPK, Donayre o Simon van muertos. Quedan tres: Castañeda que cae al ritmo de graves problemas de corrupción (Comunicore, Metropolitano) y de su negativa a dar cuentas. García simpatiza con él, pero evalúa su debilidad. En cambio, Keiko, fiel aliada, crece ligeramente en el 20%, mientras unos fiscales archivan el caso de sus gastos de estudios en EEUU, pagados con dinero sucio. Parece la principal carta de Alan, la fuerza más organizada y con recursos. Medita si indultar a Fujimori al final o solo apoyar a Keiko. Y claro, está Toledo. Más allá de una común inclinación neoliberal (los TLC, la exportación del gas de Camisea), no lo quiere. Lo siente como un peligro para su papel de capitán del buque neoliberal que hoy lidera y quiere preservar. Así, entre demoler a unos, cerrar el paso a otros y asegurar a sus aliados, AGP comienza su último año.
jueves, 29 de julio de 2010
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