Han pasado diez años desde la Marcha de los Cuatro Suyos, movilización popular de gravitante papel en la recuperación de la democracia en nuestro país frente a la dictadura fujimorista. Ad portas de un triple proceso electoral, municipal, regional y nacional, y en vísperas de un nuevo aniversario patrio, resulta necesario no solo evocar aquel suceso, sino renovar nuestros compromisos con el Estado de derecho, la institucionalidad y la defensa de las libertades individuales para que la autocracia nunca más vuelva a instalarse en el Perú.
Recordar lo sucedido en aquellos confusos, pero decisorios, 26, 27 y 28 de julio del 2000 debe contribuir a que las nuevas generaciones nunca olviden que las dictaduras son nefastas, porque traban la libertad de los pueblos y su desarrollo inclusivo. Aparentemente pueden facilitar el acceso al poder del autócrata de turno, pero también son el camino más largo para que este adquiera credibilidad, respeto y representatividad.
La marcha, que tomó el nombre de los cuatro puntos cardinales del imperio inca, respondió al legítimo derecho que asiste a todo peruano de manifestar su disconformidad frente al abuso de poder. Incluso la Constitución en su artículo 46 garantiza el derecho a la insurgencia, frente a gobiernos usurpadores o a quienes asumen funciones públicas de manera espuria.
Evidentemente, el fujimontesinismo hizo todo lo posible por desprestigiar esa democrática manifestación de hartazgo de la población. Sin pruebas, responsabilizó a los organizadores de la marcha —que lideró el ex presidente Alejandro Toledo— de los condenables actos de violencia que se perpetraron en los locales del Jurado Nacional de Elecciones, del Poder Judicial (antes Ministerio de Educación) y la sede central del Banco de la Nación; de la muerte de seis guardias de seguridad, de los cientos de heridos y las cuantiosas pérdidas materiales que dejó el vandalismo.
En realidad lo que buscaba el régimen era ocultar el psicosocial que maquiavélicamente montaron Vladimiro Montesinos y el SIN, bajo la anuencia del propio Ejecutivo y el apoyo cómplice de ciertas autoridades que no hicieron algo con respecto al control de daños. Reveladoramente, las fuerzas policiales impidieron que los manifestantes llegaran al Congreso y la Plaza Mayor, pero fueron laxas para reprimir a los que incendiaron el Banco de la Nación. Igualmente, algunos medios de comunicación, que entonces habían vendido sus líneas editoriales al autoritarismo, se confabularon con el régimen para disfrazar lo sucedido.
Sin embargo, la Marcha de los Cuatro Suyos desnudó el corte cuasi dictatorial del régimen de Fujimori, quien si bien logró colocarse la banda presidencial por tercera vez, renunció después por fax ante el peso de la evidencias. También demostró que cuando los partidos políticos se unen para defender el Estado de derecho asumen su papel de representantes y base de la democracia.
La marcha marcó un antes y un después en la consolidación de nuestra institucionalidad que hoy sigue siendo débil y que debemos reforzar. Para ello se requiere que los parlamentos y los gobiernos cumplan las reformas pendientes: desde la bicameralidad, la elección por mitades y el voto voluntario, hasta la lucha contra la pobreza y la corrupción.
martes, 27 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario