Peruanos pudieron cambiar la historia espiando para otros
Tres peruanos actuaron como espías o tuvieron información crucial en distintas circunstancias de las dos guerras mundiales que marcaron la primera mitad del siglo XX
Por: Jorge Moreno Matos
Aunque pueda resultar increíble, el oficio de espionaje tiene cierta tradición entre nosotros. No solo aquel practicado por nuestros vecinos en nuestra contra, sino también uno ejercido por nuestros compatriotas más allá de nuestras fronteras y con el que contribuyeron a cambiar el curso de la historia o, al menos, casi lo lograron. Aquí sus historias.
Saber morir en Londres
Ludovico Hurwitz fue hijo de un inmigrante judío-alemán que llegó al Perú en la década de 1860 y que aquí formó una numerosa familia de 11 hijos. Fue arrestado por agentes británicos el 12 de julio de 1915 cuando se aprestaba a desembarcar en el puerto inglés de Newcastle. ¿El motivo? Desde Glasgow, Escocia, había estado enviando telegramas cifrados a Alemania sobre aparentes compras de pescado que ojos expertos descubrieron que en realidad contenían datos cifrados sobre los movimientos de la flota de guerra inglesa.
Donde se leía “arenques ahumados, anchovetas y sardinas”, en realidad se hacía referencia a acorazados, destructores y otras naves de guerra. Durante el interrogatorio negó ser espía, tan solo un comerciante peruano de pescado. Aunque la legación diplomática en Londres lo asistió legalmente y lo ayudó en todo lo que pudo, nada evitó que fuera encontrado culpable y sentenciado a morir fusilado por cuatro cargos, entre ellos el de espionaje a favor de una potencia extranjera en tiempos de guerra.
Poco antes de ser ejecutado por el pelotón de fusilamiento a las seis de la mañana del 11 de abril de 1916, Hurwitz redactó su testamento la noche anterior y nombró albacea de sus bienes al cónsul peruano Enrique Zevallos, quien se mostró en todo momento preocupado por la suerte de su compatriota. Uno de los telegramas que la legación envió a Lima decía: “Hurwitz se condujo con extraordinaria serenidad y entereza”. Hasta el último instante clamó su inocencia.
Pearl Harbor pudo evitarse
La mañana del 7 de diciembre de 1941, el “día de la infamia” como lo calificó el presidente Roosevelt, los japoneses atacaron la flota estadounidense surta en la bahía de Pearl Harbor, en Hawái, causándole graves destrozos y determinando la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Lo que pocos saben es que el ataque sorpresa nipón pudo evitarse gracias a la alerta que, 11 meses antes, el embajador peruano en Japón, Ricardo Rivera Schreiber, comunicó a su homólogo estadounidense, Joseph C. Grew, sin que nadie le prestara la atención que merecía.
Ricardo Rivera Schreiber era un brillante diplomático de carrera. Lo suyo no eran las labores de espionaje ni mucho menos. Pero ante la serie de sucesos de los que fue testigo y protagonista, cumplió con lo que su conciencia le mandaba.
Fue a través de su valet japonés, quien a su vez recibía la visita de un traductor que en realidad era un miembro de la policía secreta de ese país, que Rivera Schreiber tomó conocimiento de los preparativos para el ataque a la flota estadounidense.
Para corroborar la información que llegaba a él, el diplomático tomó la precaución de verificar que los sucesos de la coyuntura internacional de la que tenía noticia anticipada hubieran sucedido realmente o que se hubieran desarrollado tal como a él se le informó que sucederían.
Cuando reunió las piezas dispersas sobre un ataque japonés a la flota estadounidense en un lugar del Pacífico, Rivera Schreiber se reunió con el embajador de Estados Unidos y le mostró toda la información que había recabado. Aunque Grew siempre afirmó que transmitió a Washington lo que el diplomático peruano le dijo (y por lo cual fue reconocido por el Congreso de ese país), lo cierto es que hicieron oídos sordos a la advertencia y el ataque japonés sucedió tal y como Rivera Schreiber había predicho.
Una “Mata Hari” peruana
De todas las historias de espionaje en la que se han visto involucrados peruanos, ninguna más fascinante y cautivadora que la historia de Elvira La Fuente de Chaudoir, la doble agente que con el alias de “Bronx” tuvo papel descollante en el éxito de la operación anfibia más grande que jamás se haya realizado: la del Día D, el desembarco en Normandía para liberar a Europa del yugo nazi.
Hija de un diplomático peruano, “Bronx” fue captada primero por el servicio secreto alemán, la Abwehr, que le enseñó los rudimentos básicos del espionaje y la adiestró en el cifrado de datos. Posteriormente, fue ella misma quien se acercó al MI5 y les explicó su condición de agente al servicio de Alemania. Estos completaron su aprendizaje de doble agente y utilizaron su inestimable capacidad para desenvolverse en círculos aristocráticos y políticos de Francia y España para una campaña de desinformación de gran envergadura.
Cuando sus jefes alemanes le exigieron información sobre el lugar y fecha de la invasión aliada de Europa, Elvira La Fuente proporcionó datos falsos que hicieron que toda una división “panzer” fuera desviada del verdadero escenario del desembarco. Había cumplido a cabalidad su papel de “Mata Hari”.
domingo, 4 de julio de 2010
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