En una de sus inmortales chiquitas de hace algunos días, el inefable comenta que el grado de inversión otorgado al Perú por la agencia Moodys, se habría decidido después de leer las últimas encuestas que señalan una caída de Ollanta. Ciertamente, la nota da para reírse y recuerda a aquella inolvidable frase del 2006 que preguntaba a los pobres si no se daban cuenta que responder que iban a votar por el comandante nacionalista hacía subir el dólar en los mercados. Pero la desvergüenza del chiquito no debe hacer perder de vista el reconocimiento tácito que hace sobre la certificación de riesgos, que según la nota queda a kilómetros de corresponder a una valoración del desempeño económico real del certificado.
Es lo mismo que dice Carranza cuando sostiene que Moodys está apostando a que no habrá cambios en las políticas económicas en los próximos años. Algo así como que en plena crisis global, el Perú es uno de los pocos que no se ha movido un centímetro de la línea de mercados abiertos, ventajas totales a los inversionistas y no alteración de la estructura tributaria. Por supuesto, si lo que la calificadora tuviera que medir es en qué resultó este fanatismo neoliberal hubiera, por fuerza, llegado a la cifra cero de crecimiento económico, el derrumbe de las exportaciones y la industria sin que el gobierno mueva un solo dedo, el regreso a la deuda externa como mecanismo clave de financiamiento como se ve en el último presupuesto y al fracaso redondo del plan anticrisis o de estímulo, que no estimuló más que a los corruptos.
Pero eso no es lo que está en discusión en un mundo cargado de incertidumbres. Lo que cuenta es que en el Perú hay un liderazgo dispuesto a sacrificar al país, pero no el modelo, y que según advierten los estudios de opinión elegiría un nuevo presidente para que siga la misma vaina. Evoca, sin proponérselo, un concepto de los años 90, cuando países importantes como Argentina, México y otros pedían reprogramar sus deudas y el FMI les contestaba que cómo se les ocurría si hasta un país como el Perú con altísimos niveles de pobreza, mortalidad, infantil, desnutrición, etc., cumplía puntualmente con sus pagos. Mérito del fujimorismo de habernos colocado en esa estima de las agencias internacionales.
Confiarse demasiado en Moodys no es exactamente lo más recomendable. Fueron esta entidad y otras por el estilo las que certificaron a Lehman Brothers, Bearn Stream, Goldman y otras estrellas del firmamento financiero que se cayeron como castillo de naipes en septiembre de 2008. En realidad las certificadoras eran parte del sistema que se basaba en hacer creer que la especulación siempre paga y que había que seguir creyendo porque ellos daban las garantías para creer. Si Obama, hubiera dado pasos serios para corregir todo lo que condujo al desastre, habría tenido que revisar el papel de las certificadoras junto al de los bancos. Pero no han dado ni un solo paso hacia la reforma. Y por eso terminamos celebrando un grado de inversión en pleno retroceso económico. Lo que puede tomarse como un sustituto de noticias positivas o como un peligroso aletargante de nuestros reflejos políticos.
domingo, 20 de diciembre de 2009
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