Hace 65 años fue liberado el campo de Auschwitz-Birkenau, en Polonia. No fue el más letal, pero es el que simboliza los horrores del Holocausto.
El 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas liberaron Auschwitz -Birkenau.
Las tropas de la SS habían destruido, antes de retirarse, las cámaras de gas y los crematorios de Auschwitz para tratar de borrar las huellas de su infamia, y dejaron intacto el resto del campo. Por eso Auschwitz sobrevivió y se convirtió luego en el símbolo de la barbarie nazi y del Holocausto, del asesinato de seis millones de judíos (Naciones Unidas ha establecido el 27 de enero como la fecha conmemorativa).
Los nazis no pretendían ocultar los campos de concentración pero sí los de exterminio. Auschwitz fue concebido, al principio, como un campo de concentración.
La solución final
La llamada solución final, el exterminio de todos los judíos de Europa, no estaba en la mente de los líderes nazis desde el principio.
El periodista británico Laurence Rees, que entrevistó a muchos nazis y judíos sobrevivientes del Holocausto, describe cómo fue modificándose el pensamiento nazi –siempre teñido de un brutal antisemitismo–, desde la idea de deportar a todos los judíos a Madagascar, en África, hasta la de acabar físicamente con el pueblo judío. (“Auschwitz. Los nazis y la solución final”, Crítica, 2008).
Heinrich Himler concibió primero Auschwitz como un cam-po para mano de obra esclava y suscribió un contrato con la empresa I.G. Farben para producir caucho sintético. Esa y otras funciones cumplió el campo, hasta que a mediados de 1941, luego
de comenzada la guerra con Rusia, se desata el frenesí nazi para liquidar a los judíos. Auschwitz también entró a la maquinaria de aniquilación.
Pero la mayor cantidad de judíos murió en tres pequeños campos de exterminio, Belzec, Sobibor y Treblinka, donde se asesinaron a 1’700,000 personas.
Belzec era un campo de 300 por 300 metros, y allí se mataron a 600,000 personas. (Rees, 215)
Esos eran lugares destinados exclusivamente al asesinato en masa. Los judíos llegaban de diferentes lugares de Europa e iban directamente a las cámaras de gas y a los hornos crematorios. Esos campos funcionaron entre 1941 y 1943 y luego fueron completamente destruidos.
En Auschwitz se asesinó por lo menos a 1’100,000 judíos, aunque recientemente el historiador ruso Vladímir Makárov sostiene que fueron 4 millones.
Polonia
Los campos de exterminio estaban en Polonia. Polonia tenía la mayor población judía de Europa, en términos absolutos (3’325,000) y relativos, el 10.3% del total de habitantes. (“Para que lo sepan las generaciones venideras. La recordación del Holocausto en Yad Vashem”, Jerusalem, 2005).
Y en Polonia, además, reinaba un antisemitismo feroz.
El escritor israelí Amos Oz cuenta cómo su madre tuvo que ir a estudiar a Viena a principios de la década de 1930, porque ya no se permitía a los judíos asistir a las universidades. (“Una historia de amor y oscuridad”).
Sin remordimientos
El primer jefe de Auschwitz fue el comandante de la SS Rudolf Höss (estuvo 4 años allí). Cuando el psiquiatra norteamericano León Goldensohn lo entrevistó en la prisión de Nüremberg, en 1946, le preguntó cuántas personas fueron ejecutadas en Auschwitz. Él respondió que creía que se asesinaron a dos millones y medio de judíos.
Goldensohn le pregunta entonces “¿y eso qué le parece? Höss se queda impávido e indiferente”. (“Las entrevistas de Nü-remberg”, León Goldensohn, Taurus, 2008).
Antisemitismo vivo
Lo que muchos no saben o no quieren admitir hoy día, es la fuerza y la persistencia del antisemitismo.
Laurence Rees recorrió en 1991 los países liberados después del derrumbe del comunismo y la desaparición de la Unión Soviética: Lituania, Ucrania, Serbia, Bielorrusia y otros y lo que más le chocó fue toparse con “un feroz antisemitismo”, a pesar de que en esas zonas ya no había prácticamente judíos.
Un anciano de los países bálticos que entrevistó, le contó que en 1941 había ayudado a los invasores nazis a matar judíos, y sesenta años después seguía pensando que había hecho lo correcto.
El antisemitismo sigue vivo entre nosotros también. Hoy día Hugo Chávez se ha convertido en uno de sus abanderados y ha introducido en América Latina a Mahmud Ahmadineyad, el presidente iraní. Ahmadineyad, que encabeza una dictadura teocrática y ferozmente represiva, niega la existencia del Holocausto y proclama la necesidad de destruir Israel y echar a los judíos al mar.
Muchos chavistas de América Latina y el Perú están felices con Ahmadineyad, porque les ha permitido reciclar su antisemitismo y esconderlo bajo una bandera antiimperialista.
Por Fernando Rospigliosi
domingo, 31 de enero de 2010
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