Ese 5 de octubre de 1804 amaneció tranquilo y sin novedad. El mar estaba calmo y corría un viento fresco. Las condiciones meteorológicas que acompañaban a la fragata Nuestra Señora de las Mercedes no hacían presagiar a la tripulación que ese sería un pésimo día, el último. El mayor Diego de Alvear y Ponce de León se levantó temprano y anotó en el diario de navegación que desde lo más alto de la nave ya se podía distinguir las costas de Cádiz. Cuando la tripulación ya se alistaba para el arribo, a las ocho de la mañana, desde Clara, una de las tres fragatas que acompañaban al gran navío, anuncian que a lo lejos se divisaban cuatro velas de buques de guerra ingleses.
Consternados por el suceso —estaban en tiempos de paz— la Mercedes, la Clara, la Medea y la Fama ordenan prepararse para el combate. Francia estaba enfrentada con la Corona Británica y España era aliada francesa. ¿De qué puerto han salido?, preguntaron en inglés desde el buque británico. “De la América hacia Cádiz”, respondieron los españoles.
El ajetreado viaje se había iniciado hacía ya seis meses en el puerto del Callao, en el Virreinato del Perú. La Mercedes había cargado 253.606 pesos de propiedad real y 691.205 pesos de privados, alrededor de 700 monedas eran de oro. Había además 2.300 libras de cascarilla (quinina), varios kilos de lana de vicuña, lingotes de estaño y cobre y dos cañones de bronce.
EL ORO Y LA PLATA
Una gran parte de la carga que llevaba la Mercedes correspondía a comerciantes criollos radicados en Lima, el sector más consolidado a inicios del siglo XIX. La reducción en la extracción de oro y plata de las minas peruanas no limitó en aquellos años la acuñación de más y más monedas en la ceca de Lima, muchas de las cuales formaron el cargamento que tenía como destino España. La Mercedes era un buque de guerra, pero aquella vez cumplía una ruta comercial.
Aunque por entonces en el Virreinato del Perú todavía estaban lejanos los nombres de José de San Martín (tenía 26 años) y Simón Bolívar (solo contaba con 19 en aquel 1804), ya Túpac Amaru había promovido hacía 23 años la primera revolución contra la corona española.
La idea de independencia no estaba lejana. “Había una clara noción de diferencia con España”, sostiene el historiador Joseph Dager. Pero para que los movimientos independentistas —animados por el debilitamiento de España ante el acecho de Napoleón— se intensificaran faltaban todavía unos cuantos años. Mientras, en 1804, la tripulación de la Mercedes solo pensaba en llegar a Cádiz con las monedas de oro y plata de Lima.
“Lo que llevaba este buque era un producto cultural peruano, si hubieran sido keros o mantos paracas o cerámica mochica nadie dudaría de que los bienes le corresponden al Perú. Si uno aplica el mismo razonamiento a las monedas que fueron acuñadas en territorio que ahora es el Perú, culturalmente son parte de esta nación”, dice el historiador.
EL HUNDIMIENTO
Un oficial inglés bajó de la flota inglesa y se dirigió en bote hacia el general español. “Por orden de su majestad británica debo retener estas embarcaciones aunque fuese a costa de un reñido combate”, le dijo. Hacía varios días que los ingleses los esperaban. Les pidió acompañarlos y ceder, pero el español se negó.
Ni bien el inglés acababa de subir a su barco comenzó el ataque. La suerte quiso que media hora después del combate general, a eso de las nueve y cuarto, uno de los cañonazos golpeara la santabárbara (el centro de la nave donde se guarda la pólvora) de la Mercedes. “El buque saltó por los aires”, describiría luego el mayor Diego de Alvear aquel fatal impacto. El estruendo y las llamas enmudecieron todo. Una espesa lluvia de restos de madera y humo cubrió la cubierta de las otras fragatas. La Mercedes se hundió con más de 270 tripulantes, entre ellos la esposa y los siete hijos menores de 17 años del mayor De Alvear.
Eran tiempos de tensión entre Francia e Inglaterra. “Los británicos atacan el barco español, en primer lugar para apoderarse del cargamento que estaban llevando porque creían que era para Francia y en segundo lugar para provocar a esta porque entonces España era su aliada”, explica Dager.
Por eso el hallazgo de Nuestra Señora de Las Mercedes y posterior expoliación por parte de la empresa estadounidense Odyssey Marine Exploration escarban la historia más íntima de Europa y América. Su desgracia ratificó la alianza de España con la Francia de Napoleón frente a Gran Bretaña; y encaminó la posterior batalla de Trafalgar, apenas un año después, en la que España perdió su flota.
LA DEMANDA PERUANA
El 18 de mayo del 2007 Odyssey anunció el hallazgo de un tesoro de 17 toneladas de oro y plata. Días antes, en una operación secreta, la empresa “retiró con robots las monedas del fondo marino y las llevó hacia Gibraltar, desde donde las trasladó hacia Florida en vuelos fletados”, detalla la embajadora Liliana Cino, subsecretaria de política cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Semanas después, solo frente al proceso judicial entablado ante la corte de Tampa y con las monedas en custodia judicial, la empresa aseveró que el tesoro había sido hallado frente a las costas de Portugal, que esas fueron todas las monedas que encontraron y que no había restos de la Mercedes. Sin embargo, según el manifiesto de carga contemplado en el Archivo General de Indias, en la Mercedes había un millón de pesos de plata: Odyssey dice haber rescatado poco más de la mitad (58%).
“No hay forma, sin embargo, de saber si se halló más”, sostiene Francisco Yábar, capitán de navío, experto en numismática y perito que fue enviado a Estados Unidos para corroborar el origen de las monedas reclamadas por España: “La gran mayoría de monedas proviene de la ceca de Lima”, concluyó tras analizar una muestra.
Este último aspecto constituye la piedra angular de la demanda peruana. “Estas monedas fueron sacadas de aquí, fueron el fruto del trabajo de varios peruanos. Lo que hemos pedido al juez es definir la titularidad de la carga, no estamos hablando del buque, sino de la carga, que constituye parte del patrimonio cultural peruano”, dice la embajadora Liliana Cino.
El argumento nacional —que se reiterará en la apelación contra el fallo que le otorga a España derechos sobre las monedas— sostiene, además, que el Perú es un Estado sucesor y que, por lo tanto, le corresponden todos los bienes que se extrajeron y que trabajaron sus nacionales en su territorio. “Fuimos un estado sometido”, insiste la embajadora.
El derecho internacional respalda la demanda nacional. “Los bienes de titularidad pública se transmiten al Estado sucesor”, precisa la Convención de Viena. El reclamo, entonces, no constituye una demanda económica, sino cultural. España refuta esta definición y argumenta que el Perú no existía como nación.
“Esas monedas no las produjo el reino de España, fueron los mineros peruanos que con su esfuerzo hicieron eso. Podrían haberle correspondido a la España de hace 200 años, pero no a la de hoy. El Perú ya no es actualmente parte de España, en cambio, como identidad cultural existió y sigue existiendo”, sostiene Joseph Dager.
CLAVES
Fallo contra el origen de las monedas
Las empresas —como Odyssey Marine Explorations— que desean buscar tesoros en el fondo marino tienen que contar con la autorización de la Marina y del INC.
El experto en numismática y capitán de navío Francisco Yábar no duda de que varios de los barcos sumergidos en el mar podrían contener monedas acuñadas en la ceca de Lima. La postura peruana es demandar por todas aquellas monedas originarias de Lima.
Además de Odyssey, otras empresas que se dedican a la búsqueda de tesoros son Marine Explorations Inc., BDJ Discovery Group y Sea Hunt.
El pasado 23 de diciembre el juez Steven D. Merryday del distrito federal de Tampa (Florida) falló en contra de la demanda peruana. El citado juez ordenó a la empresa Odyssey entregar en un plazo de diez días las más de 500 mil monedas (valorizadas en US$500 millones) a España.
El presidente de Odyssey, Greg Stemm, anunció que la empresa acudirá al Tribunal de Apelaciones con sede en Atlanta para evitar entregar el tesoro a España.
Por Nelly Luna
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