La primera ola que cambió Lima empezó en los años sesenta. Y lo primero que esos migrantes compraron en la ciudad fue una radio a pilas. Noticieros y programas musicales los conectaron con la nueva realidad. El huaino entonces se escuchaba de madrugada (antes de los boleros), bajo el reinado del Jilguero del Huascarán y el Picaflor de los Andes. Ahí empieza una nueva sensibilidad, que terminará, con los años, marcando el ritmo de la ciudad: del huaino a la chicha y de ahí a la tecnocumbia. Después, la eclosión del huaino con arpa y ahora el “boom” de la cumbia norteña.
¿Cuándo podemos empezar a hablar de los nuevos rostros de Lima?
Yo creo que esto empieza cuando el migrante de la sierra o de la selva toma conciencia de ciudadanía, tanto en términos espaciales como culturales. En el libro cuento que una ciudadana española que llegaba por primera vez a Lima se asombraba de la diversidad de gente, de colores, tamaños y formas corporales que había en la ciudad. Eso es Lima. La diversidad en la unidad, algo que es concomitante con nuestra geografía, con nuestra comida y con la música. Más que una ciudad híbrida, Lima es una ciudad abigarrada. Hay un abigarramiento de lo múltiple, que le da esta fisonomía bizarra.
Menciona que en la ciudad hay también gustos y formas de ser que responden más a las vivencias subjetivas que a los espacios físicos. ¿Cómo explica este fenómeno?
El lugar de nacimiento no determina tanto la forma de ser de las personas. Lo más importante es el tiempo subjetivo de las vivencias. Es decir, muchos pueden ser limeños en este momento, pero eso no significa que quieran a Lima o que sientan las costumbres de Lima. Más bien hay un fuerte arraigo hacia la cultura de los padres, hay un vínculo con los pueblos, esto se ve en las comidas, en las encomiendas que se reciben de la sierra con cierto tipos de alimentos, en los rituales frente a los santos, en la forma de saludarnos, etc.
Hablemos de la música. Del huaino del primer migrante se pasó a Chacalón, y luego a los Mojarras, hasta llegar al huaino con arpa y los hermanos Yaipén…
Lo que caracteriza a esta nueva sensibilidad es la integración, la apertura. El huaino era clandestino, la chicha comenzó a mostrar el cuerpo del provinciano en la ciudad, pero en los noventa la música ya no se encasilló en una cultura determinada sino trató de traspasar fronteras, la tecnocumbia y el actual fenómeno de la cumbia continúan un proceso de integración; esto es algo que se baila en el cerro, pero también en Asia. En el bulevar Retablo y en Barranco. Tal vez en otros aspectos haya todavía exclusión, pero en la música cada vez se produce menos, porque todo lo que tiene que ver con lo festivo, con el goce, es un espacio no controlado.
En otros aspectos todavía prima la exclusividad, la división de Lima en barrios que generan distancias no solo espaciales sino también culturales.
Yo siempre hablo de la figura de los medios de transportes, que son satanizados por su forma de operar, pero que tienen una función sociológica interesante, pues cumplen el objetivo de conectores sociales. Una línea abarca todos los espacios de Lima; parte de Collique y llega hasta Lurín, pasa por distintos barrios y urbanizaciones, y se convierte en una forma de integración.
El modelo combi…
Sí, en un tiempo, por curiosidad sociológica, tomaba una combi en su paradero, y notaba cómo el chofer en su zona ponía su huaino y luego cuando iba cambiando de distrito iba variando de música. Por Faucett ponía una salsa, luego una balada y en Miraflores podía poner música clásica. Sin embargo, esto ha cambiado, ahora empieza con huaino y sigue con huaino, parece que ya no le importa cambiar. En este hecho fortuito uno ve que hay una búsqueda de afirmación, un deseo de unidad y de atravesar espacios. En estos detalles a primera vista insignificantes uno puede percibir señales de cómo van marchando las cosas. Jorge Paredes
domingo, 17 de enero de 2010
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