Este viernes se me ocurrió hacer un programa ligero en radio Capital, inspirado en el ingenio popular. Debo decir que fue un éxito, gracias a la participación de los oyentes. La idea era pedir comparaciones del tipo “más perdido que pulga en perro de plástico”.
Los teléfonos estallaron. De todos los barrios de Lima la gente competía con ocurrencias que iban desde el humor amable –“más preocupado que gasfitero del Titanic”, “más seco que cañería de pirámide”– pasando por un tono escatológico –“más difícil que sacarse un moco con guante de box”, “más perdido que pedo en jacuzzi”– hasta algunas con su cuota inconsciente de prejuicios y discriminación: “más perdido que cholo en ópera”, o, más chocante aún, porque la contó una niña: “más falso que menstruación de cabro”. Pero la mayoría se mantuvo en un registro callejero divertido e inteligente que ayudó a relajar el estrés de la tarde, cosa nada desdeñable en una ciudad con problemas de seguridad, salud o transporte tan acuciantes como la nuestra.
La alegría y el entusiasmo de las llamadas me dejaron pensando en el ánimo de los habitantes de Lima (aunque hubo una llamada desde Nueva York, creo que para aportar “más duro que poto de muñeca”).
Vamos, lo que suele percibirse en las diarias llamadas es una inmensa desesperanza respecto de la clase política. Una sensación de hartazgo y resignación respecto de la corrupción omnipresente. Un descrédito de la palabra de nuestros líderes, “más falsos que beso de suegra”. Una falta de fe en un cambio conducido por dirigentes con sentido del Estado y proyecto de sociedad. Pero ese panorama desolador no está exento de confianza en las propias energías para salir adelante, a pesar de lo anterior. Solo que esta visión del Perú realmente existente apuesta por realizaciones personales, a lo sumo en compañía del grupo más íntimo, no como colectividad.
Mientras compartíamos esas perlas del ingenio urbano, recordé la entrevista que le hice el día anterior al presidente regional del Cusco. El señor Gonzales me increpó por la falta de objetividad de los medios al difundir el caos y la desorganización nacional, regional y municipal ante la catástrofe natural-cultural en el Sur. Aparte de señalarle su alarmante incapacidad para la autocrítica –proporcional a su capacidad de coordinación– acuñé mentalmente la comparación que da título a esta nota. Él no es el único, sin embargo, que reacciona negando la brutal evidencia: es la norma en quienes ocupan cargos de alta responsabilidad en nuestro país.
Por eso no sorprende que la población los ignore –asunto grave para la democracia– y esté “más cansada que galán porno en función doble”. Quizás este ánimo escéptico y lúdico explique el impacto mediático de la jocosa candidatura de Bayly, pero nada bueno augura para las complejas decisiones electorales que se avecinan. El humor puede canalizar cierta dosis de la violencia contenida en el malestar social, pero tarde o temprano llega un punto en que el caudal exasperado rebasa los desfogues precarios e improvisados. Entonces la cosa se puede poner “más movida que maraca de brujo” y “más difícil que hacer gárgaras con talco”.
Por Jorge Bruce
domingo, 31 de enero de 2010
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