La secuencia que aparece en la red es más bien triste: cuatro jóvenes tiran piedras contra un relieve de Chan Chan, y luego posan para su propia posteridad. Podría ser una postal malévola de viaje al norte del país. Pero es más: transmite la idea de que las ruinas, en este caso muy bien restauradas, están allí para seguir siendo arruinadas.
También dice la postal que al grupo el monumento arqueológico les resultó adecuado para practicar la irreverencia juvenil, incluso contra el nacionalismo. Lo cual les ha parecido suficientemente venial y libre de consecuencias como para difundirlo. Como si se tratara de un acto en esencia inocente, y hasta gracioso.
Estos escolares limeños no son por cierto los únicos enemigos del patrimonio arqueológico. En esas ligas hay urbanizadores, invasores populares, agricultores, promotores del progreso a toda costa y, last but not least, la incuria de autoridades de todo tipo. Entre todos han orquestado una verdadera catástrofe en la historia.
Pero esos enemigos han sido empujados por la codicia comercial, la necesidad, la ignorancia o la ociosidad. Lo de estos jóvenes, que se han tomado la molestia de visitar la ciudadela de Chan Chan en las afueras de Trujillo, tiene algo de inquietantemente cultural. Su tema es claramente una confrontación con el monumento.
El contexto amplio de la relación ruinas-vandalismo contiene varias tensiones. Son un orgullo nacional y el motor de buena parte del turismo, pero muchas de ellas están constantemente amenazadas. Son abundantes pero están esencialmente indefensas, y restaurarlas o cuidarlas es un proceso costoso y lento.
Además conservarlas supone choques constantes con pobladores e intereses de la localidad, que a menudo entienden esa presencia como beneficio exclusivo de visitantes de fuera. Todo esto termina constituyendo al monumento arqueológico como imagen de una autoridad incomprensible, y en esa medida arbitraria, o incluso despótica.
Que los vándalos sean escolares le da al incidente un giro adicional, como si se tratara de un tácito comentario a la enseñanza de la historia del Perú. Como si la ruina en el espacio público (Machu Picchu maravilla mundial) y la ruina en el aula fueran dos realidades diferentes, y hasta contrapuestas.
Seguramente estos jóvenes merecen sanción, pero la cárcel no parece el medio más justo o adecuado. Primero porque el castigo debería ser dentro de los cauces del proceso educativo mismo (¿disculpas públicas, una explicación y algunas largas horas de estudios sobre el significado de Chan Chan?). Segundo porque vándalos arqueológicos muchísimo peores andan libres por todo el país.
domingo, 10 de enero de 2010
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