Por Federico de Cárdenas
A 30 años de su muerte, la figura y la obra de José María Arguedas (1911-1969) se agigantan, interpelándonos sobre el Perú desgarrado de hoy. Sin calcularlo, este hombre que vivió, según confesara, “toda la dicha y desventura de este país”, está ganando su apuesta de convertirse en escritor del futuro, entendiendo por ello que muchos lectores de hoy se reconocen en sus libros.
Es que JMA fue el primero en señalar la amplitud de la tragedia nacional, presentándonos un país descoyuntado por la injusticia. Vivió este conflicto de modo íntimo, como un debate personal que no pudo resolver. Hombre de dos mundos, criado y educado en el Ande –al que se asimiló por elección y en cuya lengua aprendió a pensar y expresarse–, sufrió en carne propia un cuadro de exclusión: el tener que aceptar otra lengua y costumbres para ser escritor. En su obra confluyen, chocan y estallan los conflictos de un país desintegrado, un territorio de todas las sangres y culturas. Imposible no admirar su desmesurado esfuerzo por dar unidad a los contrarios, por encontrar nuestra identidad –plural, multilingüe– en medio de fuerzas que tienden a la exclusión. Para alimentar su obra, JMA necesitó sumergirse en lo que Gustavo Gutiérrez denomina la “bulla nacional”, pues sabía que su voz se escucharía más clara si acompañaba a su pueblo. Es posible pensar, como Romualdo, que JMA resolvió uno de los términos de la contradicción al elegir para su breve y hermosa obra poética exclusivamente el quechua. En ella expande un lirismo que su prosa reserva solo al paisaje andino y a los gestos de absoluto desamparo. Pues en sus novelas –Los ríos profundos, Yawar fiesta, Todas las sangres– rara vez dura la calma, antesala de tragedia. Para entender el Perú hay que volver a Arguedas.
domingo, 29 de noviembre de 2009
Arguedas, 30 años
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