Las estadísticas sobre la calidad educativa en nuestro país muestran cifras de veras preocupantes: ocupamos el último lugar mundial en casi todos los indicadores. Los últimos treinta años han visto la debacle de lo que teníamos como sistema educativo público. Colegios nacionales de enorme prestigio en los que para obtener una vacante, es decir para conseguir que nuestros hijos pudieran estudiar en ellos, era necesario el contar con una gran vara, léase un contacto de altísimo nivel en el gobierno militar de ese entonces, o de lo contrario soplarse una esperanzadora cola de una vuelta a la manzana con amanecida incluida. Hoy, en el mes de diciembre, podemos encontrar en cualquiera de esos colegios, muchos de ellos en un proceso de recuperación arquitectónica por tratarse de colegios emblemáticos, un invitador letrero que nos anuncia que “hay vacantes”. Me cuenta un amigo profesor de educación secundaria de un colegio nacional que sus alumnos deben salir al recreo cargando sus mochilas, ya que el dejarlas en clase supone una clara invitación al robo. Podría seguir consignando evidencias de esta calamitosa realidad, quiero referirme sin embargo a la abrumadora forma como se publicita la oferta educativa privada para todos los niveles, desde inicial hasta post grado, hecho que revela que estamos frente a un gran negocio: la educación. Sí, pues, la educación es de lejos el negocio más rentable. Pizarra y tiza son suficientes para cubrir las expectativas de padres de familia desesperados por conseguir un lugar donde sus hijos cumplan con la ley de la vida: que los hijos sean mejores que sus padres. Colegios y universidades, academias e institutos ofertan el sueño de una educación de calidad. Estudia aquí para que seas un buen gerente, estudia allá para que seas un tigre de la informática, para que atrases a los demás, para que pises a los otros. No encuentro, ni encontraré, un aviso publicitario en el que se oferte hacer de nuestros hijos mejores personas, mejores ciudadanos, hombres y mujeres capaces de construir una sociedad justa y pujante.¿Qué hacer? Todos sabemos lo que hay que hacer: un plan de mejora educativa de largo plazo: veinte años al menos (Perú 2029), con el firme compromiso de que sea llevado por una misma dirección educativa a la que todos los partidos políticos se comprometan a apoyar podría ser una forma de comenzar. Aunque viéndolo bien debiéramos empezar por definir qué entendemos por largo plazo, para que a todos nos quede claro que se trata del tiempo que requerimos para empezar a ver un cambio y que no empecemos a los pocos meses a buscar cambiar los objetivos. Un plan básico de siete puntos a los más, acompañado del cómo llevarlo adelante, indicadores claros y plazos realistas, es decir jugar a lo simple y no enredarnos en complejidades nos puede llevar a un resultado que nos salve de la destrucción como sociedad. Es la raíz la que obliga al trasplante, no son los frutos de ahora: barras bravas, pandillas, coimeros, contrabandistas, evasores, violadores, traidores y demás, los que debemos buscar extirpar. Ellos disminuirán en número y en peso específico cuando logremos con una mejor educación una sociedad más justa en la que todos tengamos oportunidad de sentirnos parte y a la que nos veamos invitados a cuidar y a engrandecer.
domingo, 29 de noviembre de 2009
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