Por Jorge Bruce
Por el blog Reportaje al Perú conocí la odisea del fotógrafo peruano, radicado en Londres hace 25 años, Jaime Travezan. La historia es tan enloquecedora como puede serlo un engendro burocrático. Acaso ya la conozcan: Travezan vino al Perú para realizar un reportaje, encargado por Promperú a la revista española Telva. Ya de regreso, pasó por el mercado indio de Petit Thouars y compró cuatro muñecas ataviadas a la usanza precolombina, imitación de las que se hallan en restos arqueológicos. Las cuales se venden en muchos lugares del país.
En el aeropuerto un funcionario de aduanas le pidió que abriera su maleta y al ver las artesanías le dijo que eran patrimonio cultural. Atónito, el fotógrafo explicó que le habían costado veinte o treinta soles en un lugar público, por lo que le resultaba inimaginable que fueran valiosas piezas arqueológicas. Otro funcionario se acercó y precisó que, en efecto, las muñecas eran actuales pero partes de su atavío provenían de fardos funerarios (de ser cierto esto, se trataría de retazos que acabarían de todos modos en la basura, tal como acota la periodista peruana Fietta Jarque, de El País de España, en el citado blog de Paola Ugaz). Los funcionarios, sin presencia de fiscal alguno, requisaron las artesanías y le exigieron la firma de un acta como presunto contrabandista. Le aseguraron que era el procedimiento habitual con los turistas desprevenidos que compran esos souvenirs. Firmó y voló despavorido a Londres.
Ciudad donde se encontró con una citación del PJ peruano para la orden de apertura del proceso, como contrabandista de bienes del patrimonio nacional, y la conminación de que, si “no se apersona en tres días”, le pueden subir la pena.
En Radio Capital llamamos a un abogado del INC –omito su nombre para ahorrarle la vergüenza– con la esperanza de encontrar un mínimo de criterio en un hombre de leyes, que aclarara este grotesco malentendido (en el mejor de los casos; en el peor, el europeizado Jaime no entendió el “código”). En vano. Insistió en que el “obrar diligente” consistía en presentarse al INC para certificar que las muñequitas no eran patrimonio cultural. Le respondí lo obvio: que si se vendían a vista y paciencia de las autoridades y a ese precio, ¿quién supondría que eran piezas cuya venta estaba prohibida? ¿No era responsabilidad del INC velar porque eso no ocurriera, en vez de perseguir a turistas que actuaban de buena fe? Me dijo que ante la duda debía dirigirse al INC… lo interrumpí para subrayar que en esas condiciones nadie en su sano juicio dudaría. Solo conseguí más “obrar diligente”. La sombra de Kafka sonreía, melancólica, en la soledad de la cabina.
Ahora Travezan tiene que regresar al Perú a demostrar que no es contrabandista sino fotógrafo, empeñado en promocionar la imagen del país. No quiere contar su pesadilla a los periódicos extranjeros que lo están llamando, para no perjudicar al turismo. Una oyente menos caritativa llamó a la radio diciendo que, por el contrario, debía hacerlo, para que se sepa en todo el mundo qué burocracia tenemos y los riesgos que corren los viajeros que se aventuran por acá. A ver qué dice la optimista Missnistra.
Por el blog Reportaje al Perú conocí la odisea del fotógrafo peruano, radicado en Londres hace 25 años, Jaime Travezan. La historia es tan enloquecedora como puede serlo un engendro burocrático. Acaso ya la conozcan: Travezan vino al Perú para realizar un reportaje, encargado por Promperú a la revista española Telva. Ya de regreso, pasó por el mercado indio de Petit Thouars y compró cuatro muñecas ataviadas a la usanza precolombina, imitación de las que se hallan en restos arqueológicos. Las cuales se venden en muchos lugares del país.
En el aeropuerto un funcionario de aduanas le pidió que abriera su maleta y al ver las artesanías le dijo que eran patrimonio cultural. Atónito, el fotógrafo explicó que le habían costado veinte o treinta soles en un lugar público, por lo que le resultaba inimaginable que fueran valiosas piezas arqueológicas. Otro funcionario se acercó y precisó que, en efecto, las muñecas eran actuales pero partes de su atavío provenían de fardos funerarios (de ser cierto esto, se trataría de retazos que acabarían de todos modos en la basura, tal como acota la periodista peruana Fietta Jarque, de El País de España, en el citado blog de Paola Ugaz). Los funcionarios, sin presencia de fiscal alguno, requisaron las artesanías y le exigieron la firma de un acta como presunto contrabandista. Le aseguraron que era el procedimiento habitual con los turistas desprevenidos que compran esos souvenirs. Firmó y voló despavorido a Londres.
Ciudad donde se encontró con una citación del PJ peruano para la orden de apertura del proceso, como contrabandista de bienes del patrimonio nacional, y la conminación de que, si “no se apersona en tres días”, le pueden subir la pena.
En Radio Capital llamamos a un abogado del INC –omito su nombre para ahorrarle la vergüenza– con la esperanza de encontrar un mínimo de criterio en un hombre de leyes, que aclarara este grotesco malentendido (en el mejor de los casos; en el peor, el europeizado Jaime no entendió el “código”). En vano. Insistió en que el “obrar diligente” consistía en presentarse al INC para certificar que las muñequitas no eran patrimonio cultural. Le respondí lo obvio: que si se vendían a vista y paciencia de las autoridades y a ese precio, ¿quién supondría que eran piezas cuya venta estaba prohibida? ¿No era responsabilidad del INC velar porque eso no ocurriera, en vez de perseguir a turistas que actuaban de buena fe? Me dijo que ante la duda debía dirigirse al INC… lo interrumpí para subrayar que en esas condiciones nadie en su sano juicio dudaría. Solo conseguí más “obrar diligente”. La sombra de Kafka sonreía, melancólica, en la soledad de la cabina.
Ahora Travezan tiene que regresar al Perú a demostrar que no es contrabandista sino fotógrafo, empeñado en promocionar la imagen del país. No quiere contar su pesadilla a los periódicos extranjeros que lo están llamando, para no perjudicar al turismo. Una oyente menos caritativa llamó a la radio diciendo que, por el contrario, debía hacerlo, para que se sepa en todo el mundo qué burocracia tenemos y los riesgos que corren los viajeros que se aventuran por acá. A ver qué dice la optimista Missnistra.
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